17. Siena

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Sus palabras me dejaban de piedra. Esperé cualquier tipo de respuesta que me dejara sin estabilidad emocional ―como si tuviera alguna desde que coincidí con él otra vez―, pero no esta.

Divorcio. Sí, sabía lo que implicaba. Sin embargo, ese término, a pesar de que me gustaba oírlo de su boca, desconocía completamente como se relacionaría conmigo. Y tenía que preguntar, sí, pero la respuesta ya empezaba a causarme frialdad, sin conocerla. Erling aseguraba no estar completamente libre de las grietas del pasado y esa seguridad solo hacía que me replanteara el próximo minuto que pasásemos juntos.

No podía seguir así, con esta incertidumbre. Era una chica valiente. Si no resulta lo que creo, entonces seguiría con mi vida. La viviría de verdad, porque realmente no había tenido tiempo de hacerlo.

Ilusa.

Las teorías que te plantea tu cabeza antes de una situación, es como una curita por si no te salen bien. Sin embargo, esas teorías solo la idealizas. Cuando está en esa misma situación y el resultado es lo negativo que habías precavido, esas putas teorías vuelan lejos. Te toca improvisar.

El whisky resbala por el medio de mis tetas y termina en mi sexo. Estaba tan concentrada en mis pensamientos que no anticipé esto.

Erling deja caer mucho más de la bebida, bañándome con ella. Giro un poco la cara y me encuentro con su rostro justamente ahí. Me observa hambriento, duro, intenso y yo bajo mi mirada a sus labios. El deseo de tomarlos sobrepasa mi piel y se proyecta fuerte. Acerco mi boca a la suya y lo atrapo con mucha necesidad contenida. Solo eso permitió antes de separarse completamente de mí.

Toma mis muslos y me mueve hasta el borde de la cama. Lo observo mientras el cuerpo lo tengo vuelto un jodido lío por su postura. Un solo paso falta para que pueda tocarme y es ese mismo paso el más lento que he visto en mi vida. Inclina su cuerpo despacio, como si se alimentara de cada suspiro que me provoca anticipando sus actos. Su boca, tan jodidamente exquisita y dueña de mis mejores corridas, empieza recorriendo milímetros encima de mis tetas.

Suspiro como una cruel forma de ocupar los segundos hasta que fuese capaz de atender esa zona tan placentera. Sabía perfectamente lo que quería, así como yo sabía que ordenándole bajar un poco más, no lograría nada. Su dominio se cabrea si intento poner el mío en juego. Y podíamos hacerlo perder más la cabeza, pero cuando yo no estuviese afectada en el proceso.

Lame, bajando los milímetros que lo ubican justamente ahí, casi tocando mi pezón. Succiona, tantas veces encima de ambas, que perdí la cuenta. Tenía la piel sensible y la mente en revolución pensando en cómo quedarían marcas mañana. Aún con tantas atenciones, yo tenía una necesidad loca de más.

Chupa mi pezón y pasa la lengua, en movimientos sincronizados que logran que la palabra dureza cobrara vida ahí. Se mueve hasta el otro y repite esa acción, logrando el mismo resultado.

El peso de ambos puños en la cama, a cada lado de mi cuerpo, me descoloca. Villa Masoquismo de Siena regresa, deseando que arremeta esa fuerza contra mi coño.

Desliza su lengua por mi abdomen, suave, chupando más de un sitio, provocando que arquee mi espalda, sin haber llegado a mi punto de explosión.

Sus labios llegan a mi pelvis. Podría decir «al fin» pues la espera ha terminado. En cambio, he disfrutado cada puto segundo anterior, los que me han preparado también para lo que llegaría. El beso que me había negado antes, lo dejaba justo ahí.

Envío señales de imploro. El aire de su boca me removía intensa. El frescor no aliviaba el fuego, lo avivaba más. Se gozaba el acto y jugaba en mi desesperación. 

La punta de su lengua baja hasta el mismo comienzo de mi clítoris. Chupa solo una vez y basta para que el primer gemido que salga de mi boca no lo controle. Su lengua recorre en idas y vueltas toda mi hendidura. Envuelvo mis manos en sus muñecas o lo intento, pues sus manos son mucho más grandes que las mías; aferrándome a ellas. Succiona, chupa, apoderándose de grandes pedazos en cada acción y llegando a atenderlo todo. Arqueo mi espalda y cierro los ojos en un movimiento de mi cabeza. Intentaba callar los locos gemidos que la ligera apertura de mis labios dejaba escapar.

Cobrando Codicias, cobrando rencores Donde viven las historias. Descúbrelo ahora