Sus palabras seguían haciendo eco y el apelativo «nina» llamaba mi atención. No sé qué demonios significa.
—Sobre el sofá —ordena y no lo hago. No me da miedo lo que pueda hacer, pero sí que me guste demasiado someterme a él y después no pueda salir de un enorme hueco.
Se coloca frente a mí y me observa. No está molesto, no está desesperado. Tiene mucha paciencia.
Vierte delante de mis ojos el líquido color miel en gotas sobre mis tetas. No sé si será miel exactamente pero se le parece y está dentro de un pequeño frasco. No había superado el calor que emana su acción antigua en mis nalgas y ya las gotas vertidas hacían estragos dentro de mi cuerpo. Ojalá pudiera explicarlo mejor, pero ni yo misma entiendo como esto que puede provocar ardor produce placer a la vez.
Las gotas caen cerca de mis pezones y el que me ponga todo alrededor del mismo con una calor intenso me pone peor, cuando ese pequeño sitio que produce una excitación brutal no los toca. Se endurecen más y yo necesito que haga algo.
No sé que le dijo mi cara pero baja su cabeza con la intención de aliviarlos con su boca. Su aliento choca con uno de ellos y le da una frescura y delirio a la vez por sentir su lengua. Me encantaría que pasara su lengua.
—Mientras aprendes a obedecer tu poseedor no está en disposición de darte premios —demanda y se separa.
Me molesta, pero eso no quita la sofocación que tiene mi cuerpo. Lo controla, lo tiene, lo domina, cómo quiere.
—Sobre el sofá —demanda.
Y esta vez presa al acaloramiento de mi cuerpo lo hago. Me acuesto en el sofá a la espera de él.
A paso lento se acerca a mí. Mi mente me dice que no lo atienda, pero lo hago, lo observo en lo que se acerca peligrosamente a mí. Su mirada me prende y me debilita a la vez. Es como si quisiese acabar conmigo y también, me atrevo a asegurar, como si fuese una de las siete maravillas.
Es muy confuso todo, es muy incontrolable de mi parte.
Vierte otra vez gotas del líquido caliente que tiene en un recipiente. Sigo con dudas de que es y creo que seguiré porque no habla absolutamente nada conmigo, solo me ordena. Va haciendo un camino con las gotas que caen caliente. No sé cómo lo logra pero la cantidad que vierte va variando; desde un punto hasta un circulo más grande. Estoy totalmente sumergida en el ardor que provoca cuando cae y el calor que deja concentrado en el sitio. Me remuevo sobre el sofá cuando vierte un poco sobre mi pelvis. Cantoneo las caderas cuando se concentra el calor y me vuelvo ansiosa de que siga.
Al igual que en mis tetas, enciende las zonas adyacentes y el centro, el lugar que más necesito atención lo deja de lado, adrede. Sabe que prendiendo en llamas esos espacios el núcleo se avivaría mucho más.
— ¿Cuáles son las cuatro palabras que tu mente debe repetir una y otra vez? —interroga con esa voz fuerte que me hace temblar internamente.
—Entrega, disposición, obediencia, preparada —identifico. Las palabras salen de mi boca sin dudar, sin demorar y mi cuerpo responde a ellas de inmediato.
—Repítelas —demanda.
Vierte otra gota del líquido caliente más cerca de mi clítoris y gimo completamente entregada al placer que emana.
—Entregada —balbuceo.
Inclina su cuerpo ligeramente hacia alante y su boca se acerca a mi clítoris. Su aliento vuelve a provocarme el frescor que contrarresta un poco el calor, pero que a la vez la fusión me enloquece. Abro las piernas dispuesta a que me lame como el sabe hacerlo, como antes lo hacía, incluso, viendo en lo que se ha convertido estoy convencida que todo lo hace mucho mejor. No soy modesta, siempre ha tenido arte para estremecer.
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Cobrando Codicias, cobrando rencores
RomanceSiena parte de su barrio en busca de un futuro mejor. Todo lo que tenía: tres viejos vestidos, una cajita de madera de recuerdos y muchas ganas de salir adelante. Las palabras de su padre, «Aquí o en la China, Esme, siempre serás una fracasada» se...