10. Siena

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Sus palabras me quemaban. Estaban cargadas de rencor. Es lógico, es entendible.

Años atrás

Jordan había sido demasiado pesado. Lo único que me mantenía perseverando era el puto dinero y la maldita mejoría. Hasta ahora no obtenía nada.

Cansada de gemir mientras arremetía sin cuidado alguno. Maldita hipocresía. Llenándole los oídos para que se sintiera como un rey mientras yo aguantaba. El jodido árbol de la universidad me sujetaba y era testigo de los pro de mi plan. No quería esto, pero si cumplir con mi meta, así que a lo primero le quito mucho peso. Fingiendo la mejor follada del mundo con tal de avanzar más.

Una mierda.

Alguien habla a nuestras espaldas y Jordan se frena. Aunque falsamente me lamento, internamente me alegro. Se marcha como siempre y yo también lo hago. Empezaba a preocuparme el que no estuvieran saliendo las cosas bien. Ya debería hacer un avance, pero...

Suspiro.

Una semana más de prueba.

Otra vez entrando a casa y ordenando el desastre que dejó el puto tsunami que pasó por el interior de estás cuatro paredes.

Otra vez salgo sin comer. Decido que tal vez Franki pueda mejorar la tarde el preciado alimento que prepara y que yo lo llamo «minutos de colores»

El pueblo es pequeño, así que pasar por el taller dónde trabaja Erling es prácticamente obligado. Una vez por la acera mis ojos se van en su búsqueda. Estaba de espaldas revisando un auto. Ya eran más de las siete, no entiendo por qué seguía ahí.

Entré, seguida por mis impulsos y mis ganas de tenerlo cerca. Miró por encima de su hombro y una vez notó que era yo siguió haciendo sus cosas.

Lo toqué débilmente, pero él no me atendió. Pasé mis manos despacio por sus brazos pero esto tampoco funcionó. Rodeé su cintura con mis manos y besé su espalda, más de una vez.

Dio un rápido giro y terminó sentándome sobre el capó del auto. No habló nada y la tensión en sus músculos me advirtió que si lo dejaba hablar no sería una tregua. Lo besé, en un impulso, deseosa por saborearlo. Coloco sus fuertes manos en mi cuello y profundizó más ese beso.

Bajo por mi cuello y algo me decía que hoy no haríamos el amor, hoy él me follaría a su forma. Ágil, se deshizo de mi vestido y me tomó en brazos. Camino conmigo hasta el baño y una vez dentro me dejó nuevamente en el piso. Volvían los besos desbocados, las succiones a mi piel. Tomó el elástico de las bragas y las bajó, acercándose a mi sexo. Su cabeza estaba ahí justo frente, incluso su aliento chocaba contra mi clítoris. Me estremecía antes de tocar, me hacía quererlo con todas mis fuerzas.

No llega.

Se pone de pie nuevamente, separándose de golpe.

—Ya se me han adelantado —dice con mucha ironía—. Cuando un alimento pasa de mi plato al de otro, ya no lo quiero de vuelta.

Así empezaba a forjar este Erling. El hombre que me quería con delirio y que cada vez que se encontraba conmigo sabia de dónde venía.

— Expliquénme de una puñetera vez que es esto —replica alguien detrás, lo que hace que automáticamente nos giremos en su búsqueda—. Es en serio Erling. Otra vez. ¿Qué me encontraré después? Follándotela en mi propia cama.

Cobrando Codicias, cobrando rencores Donde viven las historias. Descúbrelo ahora