7. Siena.

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Se marcha dejándome perdida con cada una de sus palabras. Es este Erling Savage mi maldito castigo. Pegada al maldito cristal me quedo por largos segundos. Sus palabras no solo me hacen actuar sin pensar, sino que también me hipnotizan.

Reacciono, demasiado tarde. Me coloco el uniforme veloz. Respiro, un montón de veces, parece una estupidez pero me temo que antes no lo hacía.

Erling no se encontraba en mi campo de visión y eso me tranquiliza un poco.

Al mirar el cristal, es un verdadero desastre. La silueta de mi cuerpo lo empaña. Después de todo tenía claro sus intenciones: permitir que trabajara doble.

Lo lamento.

Sigo a la cocina. No me ha dado una lista de lo que tengo que hacer, así que haré las cosas según lo que entienda. A él le importa poco, solo quiere verme trabajando para él.

Decido preparar carne de pollo. Imagino que ahora él solo coma las mas caras carnes condimentada hasta con diamantes, pero antes, le gustaba mucho esto.

Tomo uno de sus caros platos y acomodo lo que he cocinado. Tiene una pinta que grita la palabra «delicioso». Elaboro además una salsa que denota olor a «hogar», hogar que nunca tuve la oportunidad de tener. Las ganas de meter un dedo en la salsa y saborearla me pueden, pero intento controlarla.

Una vez acomodado en una bandeja me dirijo a su despacho. Toco una vez con la rodilla. El movimiento es leve pero estoy segura de que es capaz de percibirlo. No responde y yo no aguanto estar de pie con la bandeja en las manos; así que intento mover una mano hasta el pasador. El intento me falla y antes de que cayera al suelo plato, bandeja conmigo incluída, la puerta de abre y es él quién toma la bandeja.

Mira lo que he preparado y por un momento creo que ha bajado la guardia. De tanto querer saborear la salsa, el destino con tal maniobra anterior ha embarrado mi dedo con ella. Increíblemente delicioso. No lo desperdicio, así que sin preocuparme la reacción de él, chupo mi dedo.

¡Está realmente rica!

Cuando ya no siento rastros de la salsa, saco el dedo de mi boca encontrándome con sus ojos posados en mí. Su rostro está endurecido.

—Entra —demanda haciéndolo él primeramente.

Coloca la bandeja en la mesa y se sienta en su enorme silla. Me quedo de pie frente a él, sin saber qué demonios hacer. Su mirada sigue en el plato. Segundos en los que me impaciento.

—Acércate —ordena. Su voz es demasiado fuerte, demasiado dominante. No pasa desapercibida a mis piernas que cumplen sin ni siquiera procesarlo. Y molesta, incomoda, porque yo jamás fui obediente, ni sumisa. Puede que con Jordan dejaba que pusiera las reglas de cómo y cuando vernos, pero creí que era una estrategia para lograrlo—. Arrodíllate.

No lo hago, por mucho que mis malditas piernas quieran volver a actuar. Me peleo con mi cerebro para que reaccione. No le pienso dejar las cosas fáciles.

Me observa serio, con poderío, con mucha superioridad. La seguridad también es arrolladora, cómo si supiese que lo voy a hacer y no necesite de mucho esfuerzo. Maldita sea. Me conoce, jodidamente bien, diría yo, pero no para someterme a él.

Su mirada me quema, me afloja todas las extremidades. Es diferente, su rostro impacta distinto. Una mirada oscura, que te puede hacer temblar. No sé si la entrenó delante de un espejo mil quinientas veces seguidas o si mi actuar en el pasado le quitó lo bueno y dejó esto; el caso es que funciona joder, me está haciendo bajar la guardia.

Se levanta, despacio. Es esta última palabra un puto castigo, que me hace internamente deducir o esperar sus acciones. Se coloca a mi espalda, erizándome con el aliento que choca contra mi nuca.

Cobrando Codicias, cobrando rencores Donde viven las historias. Descúbrelo ahora