6. Siena

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Sus palabras calan hondo. Me atrevo a decir que al mismo le molestan. Esta nueva versión de Erling está basada en el rencor más puro, el daño mas severo.

Soy consiente de todo lo que le he provocado. Soy consiente también que tiene su derecho a sentirse así, actuar así. Sin embargo, a mi favor digo que he cambiado. Lo he hecho realmente.

Lo observo, no como antes, pero tampoco como debería ahora después de todo lo que me hace. Erling siempre será un punto de inflexión en mi vida.

Él me dedica una mirada. Imagino que le asombra como estoy justamente aquí. Descalza y en pijama.

Su maldito olor a cítricos me estremece aún. Mala jugada vertir una gota de ese perfume en mi muñeca. Todo el día tendré la cadena encima.

—No puedes estar más equivocado —respondo segura, porque lo está—. Si fuese mi intención de saborear tus lujos me desnudara frente a ti y te ofreciera mi cuerpo a cambio de vivir como princesa. Y tú, preso del rencor que te produzco, aceptarías, porque sería una forma de verme caer bajo, una forma de demostrar quién tiene el poder ahora, una forma de hacer conmigo lo que quieras...

— ¿Quién dice que ya no tengo la capacidad de hacer contigo lo que quiera? —indaga acercándose a mí.

—Es cierto. Lamentablemente ya tienes el poder con tu maldito contrato de un año y la cláusula del millón, pero, recuerda, estoy aquí por tu voluntad de retenerme, no porque quiera saborear tus lujos o tenerte a ti. Sigues siendo Erling.

Mis últimas palabras fueron exactamente con el motivo de enojarlo. Me molesta que esté todo el puto tiempo demostrando el poder que tiene, mientras yo me siento cada vez más perdida.

Y parece que lo consigo porque su postura se vuelve tensa y su mirada oscura. La actitud me acojona pero intento mantenerme firme.

Un paso peligroso hasta mí y yo voy perdiendo toda la firmeza. Su olor me sacude esta vez mucho más, dejando en mi cuerpo la necesidad de pegar mi nariz más a él hasta rozarla con su piel.

—No te retengo, te di la opción de librarte de esto, Esme —susurra muy cerca.

—No lo hiciste. Me cerraste cada una de las puertas y dejaste abierta solo la tuya —digo y mi voz sale muy baja. Cómo si estuviésemos hablando para que nadie más escuche.

—Debes aprender, Esme. Te enseñaré a ser paciente, a dar migajas a alguien que desea mucho más, a actuar sin importar una mierda lo que necesite la otra persona. Te esforzarás un montón e implementarás acciones para cambiar pero valdrán nada, no las veré. Es así Esme, como te mostraré el amor que un día tuve yo.

Se separa de golpe y aunque en ningún momento me rozó siento frío. Este es el juego más macabro que jugará Erling en su vida y yo, por mucho que batalle, perderé. Una vez lo hizo él, ahora la jodida vida, me hará perder a mí.

Sigo sus pasos hasta la primera planta. Si se dispone ya me hará mucho mal. La casa es enorme y limpiarla completamente todos los días será realmente tedioso.

Antes de que cruzara el umbral de su despacho le pregunto:

— ¿Por dónde quieres que empiece?

Detiene sus pasos y se gira para mirarme. La limpieza de su casa le importa una mierda, solo quiere verme como sirvienta.

—Por limpiar los cristales —comenta seguro—. Al final del pasillo está el uniforme y tú habitación. Cámbiate.

Entonces comprendo que no fue una orden aleatoria. Lo ha hecho de manera estudiada. El limpiacristales que recibí en la puerta de mi casa. Ha sido enviado por él. Me pregunto si todas las cosas extrañas que me han pasado como la rosa negra, las croquetas y el hombre que intimidó al desconocido que me atacó en la calle también lo tienen a él como remitente.

Cobrando Codicias, cobrando rencores Donde viven las historias. Descúbrelo ahora