11. Siena

28 3 0
                                    

Seguía repitiendo en mi cabeza el apelativo «nina» y la curiosidad que dejaba era infernal.

Aparca frente a una gran mansión, incluso mayor que la de él. Se baja del auto y camina hasta la enorme reja negra que protege la fortaleza. Toca un botón en ella y tras quedarse segundos situados ahí las rejas se abren permitiendo la entrada.

Vuelve al auto nuevamente y sin decir ninguna palabra, maneja el auto hasta detenerse frente a las enormes puertas dobles.

El exterior es precioso. Muchos pinos marcando el camino. Una enorme fuente al centro. Césped perfectamente cortado y verde que invita a lanzarte sobre él con un libro.

Hablando de ello, necesito mis cosas. Los libros, esa libreta de anotaciones, más mis tres vestidos y mi cajita de madera.

Las puertas se abren dejándome caer de la nube de pensamientos en la que subí hace poco. Un hombre -que debería rondar los setenta y tantos años, puesto que su pelo está cubierto de canas- nos recibe.

—Hijo —saluda el hombre a Erling antes de enfocarme con la mirada.

—Señorita —saluda y tiende su mano ofreciéndomela.

—Solo Siena —comento y le devuelvo el saludo. Él asiente y vuelve a atender a Erling.

—Pasen —demanda y se mueve a un lado para que lo hagamos.

Erling me hace una seña para que pase primero y dudosa lo hago. Una vez a cuatro pasos de ellos me detengo. No conozco el lugar, ni siquiera sé a dónde dirigirme.

Erling, sin comentar nada con el hombre me indica el camino hasta una habitación. Tras pasar, se marcha. Sin saber qué puedo hacer cotilleo un poco. Esta habitación, aunque casi es del mismo tamaño que la de casa de Erling, luce más sofisticada. La gran cama de finos adornos de madera en el cabecero ocupa el espacio central de la habitación. Hay un televisor frente a la cama que te podría proporcionar los mejores momentos de relajación. El ventanal que me queda de frente, está cubierto por cuatro cortinas en tono oscuro. Un pequeño espacio que parecía ser el vestidor queda a mi lado y en este un espejo que cubría más de la mitad de una de las paredes que conformaban el pequeño espacio.

Cuando termino de cotillear miro por la ventana, pasan minutos y ya me aburro de ello también, así que enciendo la tele. Corro canales hasta que una noticia me hace detenerme y atender:

«En Europa se está extendiendo entre los consumidores la tendencia a comprar coches que generen menos contaminación, uno de los mayores problemas actuales del mundo»

Esto me viene de perlas.

Tengo mucha fe en mi bebé. He pensado en todos los detalles y aunque es mi primera experiencia pienso poner mucho empeño para que sea un éxito. He recorrido bastante y he caído mucho más, pero aquí estoy, «el no rendirse es una postura que solo tiene como resultado el triunfo».

La puerta se abre sin ningún cuidado e inmediatamente mi vista va hacia ella. Su presencia alerta mi cuerpo. Es increíble cómo sabiendo que solo quiere hacerme daño, que quiere cobrarme mis codicias, yo sigo sin odiarlo. Aunque esa cuestión es la menos importante, la más, lo veo y siento como todo de mí enloquece.

―A partir de hoy vivirás aquí. Tu castigo no ha acabado Esme ―expone deteniéndose frente a mí y metiendo las manos en sus bolsillos.

Lo observo sentada en la orilla de la cama, viéndolo tan imponente ante mí. La parte masoquista que prevalece en mí indica cuanto le gusta verlo tan demandante.

Maldita sea.

No estoy bien mentalmente.

Esto no es normal.

Cobrando Codicias, cobrando rencores Donde viven las historias. Descúbrelo ahora