Epílogo. Erling

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Jodidamente serio, camino por el medio del almacén de Coldum. Sentía gritos más próximos a cada paso que daba, pero sabía cómo funcionaba esto y no me asustaba.

Crucé el umbral de la puerta más estrecha que conducía al pequeño infierno de Coldum. El dueño de dichos gritos finalmente fue revelado y yo, me siento en el lugar de Coldum a esperar por la culminación de su cometido.

El dueño de la banda más temible del pueblo y que en estos años he escuchado que se ha expandido en gran medida dominando también la ciudad, me observa desde su posición de verdugo.

Termina el trabajo, salpicando mi traje de sangre de paso.

―El jefecito vino a los suburbios ―comenta antes de hacer una reverencia ridícula―. No tengo whisky, pero sí cervezas. ¿Una?

―Que sean dos, que nos pasaremos algún tiempo aquí ―aseguro y él se mueve hacia el rincón donde está ubicado un frigorífico.

Me quito la chaqueta con algunas manchas de sangre y la dejo en el espaldar de la silla.

― ¿Qué necesitas? ―pregunta―. Acuérdate que tú siempre fuiste el trabajador con deseos de progresar y yo el vago que buscaba el dinero fácil mediante la mala vida. Hoy tú eres el empresario prestigioso y yo sigo siendo el bandido. Si vienes a visitarme es porque necesitas un trabajo sucio.

Coldum y yo andamos juntos desde niños. Sí, como lo dice, siempre ha estado de lleno en la mala vida. Sin embargo, mientras estuve aquí, mantuve contacto con él, incluso nos reuníamos a veces. Dos personas no tienen que ser iguales o tener los mismos intereses para ser amigos. Él con sus metas, yo con las mías y jamás hemos tenido un problema.

Desde que arribé a Nueva York, perdí contacto con él; pero sí, hoy necesito del bandido.

―Tienes razón ―señalo―. Necesito de tu ayuda, pero el trabajo sucio esta vez lo haré yo.

Su rostro no muestra asombro, tampoco una pizca de duda.

―Me hubiese quedado muy decepcionado de ti, si tú no cobrarías a tu cuñado el haber tocado a tu chica ―comenta―. Lo sé todo, así como donde está escondido. ¿Lo quieres aquí?

―Sí, lo quiero justo ahí ―señalo al hombre que yacía suspendido del techo muerto―. Y alguien que juegue a su nombre y pierda todas las malditas veces que pueda.

Tomé de mi cerveza y esperé con paciencia a que Coldum hiciera una llamada.

― Cómo buen empresario siempre quieres cobrar ¿verdad?

―Sí, me las cobro todas.

Y sí, no había nada en esta vida que se me quedara en deuda. A nadie dejaba que me debiera nada.

Le cobré a mi chica la que hizo y le cobré y cobraré a quién hace.

Flashback

― ¿Para qué soy bueno? ―preguntó Mark, hermano de Matteo. Es muy joven aún, pero tiene un talento nato para inmiscuirse en las computadoras. Dice que no es un hacker, que solo sabe entrar a donde quiera y listo. Sin embargo, llamase como se llamase, necesito que haga un trabajo.

―Necesito devolver un favor ―comento―. Afectar el actuar de una empresa.

―Entiendo ―expresó―. Ataque DDoS.

― ¿Denegación de servicios? ―cuestioné. Escuché una vez de esa práctica. Sin embargo, vamos a afectar de igual forma sus ventas―. Vamos a manipular los datos de ventas, inventarios o clientes para que provoque pedidos erróneos, pérdidas de inventarios y disminución en la confianza del cliente.

Cobrando Codicias, cobrando rencores Donde viven las historias. Descúbrelo ahora