20. Siena

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― ¿Qué quieres hacerme? ―cuestiono con la voz entrecortada. Sus caricias lentas me están desorbitando y dejando sin coraza, sin absolutamente nada que me proteja contra él.

Mi vestido se sube por su cuenta, pero él ayuda a que suba un poco más. La braga no sé en qué momento se hace tan débil, que con un solo jalón se rompe en dos pedazos.  No necesito saliva y creo que él ya se dio cuenta de ello.

¿Por qué siempre me tiene tan malditamente disponible para él?

Ansiosa, como no puedo controlar, me dejo caer sobre su verga. Mi gemido es evidente y sin vergüenza alguna. Decir que estoy pensando con claridad ahora, es mentira; pero, después me reclamo por ello. Disfrutaré de Villa Masoquismo de Siena o Villa Paraíso Erling Savage, como le quieran llamar.

Un relámpago llega justo entonces y mierda, necesito hacerlo desde que empezaron. Necesito sentir sus brazos, pero no soy capaz de pedirlo en alta voz. Me aferro a su cuello con fuerza, abrazándolo, pero cubriendo mi acto con los movimientos de mis caderas. Es solo follar.

¿Hasta cuándo encubriremos nuestros sentimientos, nuestros deseos de estar juntos, nuestra necesidad de tocarnos, con sexo?

Erling agarra mis caderas, posesivo y me mueve a su antojo. Jamás dejaría su control sobre mí.

La excitación crece y mis gemidos no cesan. Si queda alguien en esta empresa, lo lamento. Me aferro a su cuello pasando mi miedo y viviendo la intensidad. Contradictorio, pero así es cada una de las páginas de nuestro libro.

Me demoro en correrme, aún cuando estoy sintiendo el placer apoderándose sin piedad de mi cuerpo. Erling me observa y sonríe. No sé qué trama, pero no salgo ilesa de ello, lo presiento.

― ¿Te has vuelto adicta a mi dominio, nina? ―cuestiona él y yo no quiero responder, así que me aferro con todas mis fuerzas a correrme ahora, esa es la mejor respuesta.

La presión no funciona para nada.
Arquea una ceja con una mirada analítica y una sonrisa de suficiencia.
No voy a darle más demostraciones a Erling de poder sobre mí, así que me levanto veloz para marcharme.

Su fuerte mano agarra mi muñeca y me hace retroceder hasta que choco con la mesa de diseño. Me gira veloz y me inclina hasta apoyarme sobre ella. Uno de sus pies golpea mi tobillo separándome de manera abismal las piernas.

Quiero pedirle que se detenga y así evitarme una demostración de aceptación de su dominio hacia mi cuerpo; más, no puedo pronunciar esa palabra ahora.

El primer azote se escucha claramente en toda la habitación y mi suspiro le sigue. Pego la frente a la madera, aferrando mis manos con fuerza al borde. Otro azote en mi sexo y el sonido encharcado me hace buscar a Erling con la mirada. No sé qué proyecto o cuanto efecto tiene esto en él, que con los ojos fijos en mí pasa su lengua por su labio.

Introduce dos dedos y me embiste con destreza. Ni siquiera supe de su salida de mi interior y ya me estaba azotando otra vez. Pasa los dos dedos por toda mi hendidura, acariciando mi clítoris antes de proporcionarme otro azote. Me arde y a la vez me produce una excitación loca que soy incapaz de contener.

Vuelve a acariciarme, tocarme lento y aliviar la intensidad para volver a azotarme dos veces seguidas. El placer me gana partida y me remuevo en busca de más.

Erling vuelve a azotarme y junto con mi grito empecé a temblar. Intenté mantenerme firme por la mesa pero las manos se me resbalaron y mis piernas no fueron lo suficiente para aguantar mi peso. Antes de que cayera de rodillas, Erling me sostuvo de las caderas.

―Aún no he acabado ―dice en mi oído. Vuelve a apoyarme sobre la mesa, dejando mi trasero a su merced.  
Introduce su verga sin plena aviso, maltratando a mi ya sensible coño. Aún, en estas circunstancias el placer no me abandona. Una situación excitante pero penosa.

Me embiste con agilidad, deseo y brutalidad. Erling no es cariñoso ahora y no necesita serlo, lo sabe. Con cada acto de control, nos demuestra a ambos que me da lo que me gusta, lo que ni yo misma sé que disfruto tanto.
No sé si cuando me tocó la primera vez en su casa me volvió una sumisa de él. No sé si tengo remedio, si puedo salir de aquí.

Cobrando Codicias, cobrando rencores Donde viven las historias. Descúbrelo ahora