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La discusión que tuve con mi mamá ese día fue de las más duras. Salí llorando del apartamento, soltando todas las lágrimas que había contenido en otras peleas. Que me haya mirado con aquella cara de decepción que las madres ponen, mientras me gritaba sin parar sobre lo holgazana que era, me partió en pedazos. Intentaba y anhelaba alcanzar el día en el que consiguiera un empleo (y quizás también una pareja), pero la oportunidad no se me había presentado todavía. Ella decía: "Tú crees que abrir tu propia tienda de ropa es algo fácil de alcanzar ¡Pero bienvenida al mundo! Eso requiere años y años de esfuerzo".

Y lo sabía. Era consciente del tiempo que me tomaría cumplir aquel sueño. Sabía que debía conseguir un trabajo provisorio con el que ganara un salario y así comenzar a ahorrar para el siguiente paso. Hacía no tanto trabajé como camarera en un bar, pero era uno de mala muerte, en donde las mujeres no teníamos paz ni tranquilidad. Vivía alarmada, atenta a que no intentaran tocarme o levantarme el vestido. Era incómodo, por no decir aterrador, ser acosada todo el tiempo, por lo que renuncié al tercer mes sin seguir dudándolo.

Mamá se tranquilizó mucho cuando tomé aquella decisión. Siempre ella era la que me decía que debía de renunciar lo antes posible, por mi seguridad y bienestar. Pero entonces volvió a insistir en que consiguiese un nuevo empleo. Su sueldo como enfermera era precario, así que era conveniente que ya ganase algo de dinero con 22 años. Yo estaba completamente de acuerdo.

La noche del 14 de Mayo del 2022, a las 22:16 horas, salí corriendo a la calle con la cara enrojecida y empapada a causa de mi llanto. Las palabras utilizó esa vez me habían herido profundamente: "Estoy segura de que tu padre no deseaba esto para ti" y "Quisiera que dejaras de quitarme dinero del bolsillo". Yo solo podía darle la razón y esperar a que se calmara, sabiendo que no tenía derecho a replicar. Sin embargo me fue inevitable llorar. Cuando permitió una pausa, luego de haberse descargado conmigo, tomé mi abrigo y abrí la puerta. Antes de partir me preguntó a dónde iba, a lo que no le respondí.

Al principio corrí sin parar hasta que, cansada y agitada, comencé a caminar. Me di cuenta que en aquel punto me había alejado por lo menos un kilómetro. No me importó. Seguí caminando cruzada de brazos, jadeando y con los ojos inflamados, aunque ya sin lágrimas. No soy alguien que llora a menudo, cualquiera que me conoce bien puede decir eso, pero la situación era realmente frustrante para mí, sin mencionar que estresante.

Mientras avanzaba por las veredas de la ciudad de Buenos Aires, me crucé con una de mis tiendas de ropa preferidas: Gema. Mi sueño era abrir una tienda así de hermosa y elegante, en la que las mujeres pudiesen encontrar prendas de todos los colores, estilos y talles, y con la que se sintieran cómodas y seguras de sí mismas. Sin miedo a lucirlas en público.

Era un sueño ambicioso, por supuesto, pero mi papá solía decir que con los sueños no debemos limitarnos, pues es en ellos donde podemos encontrar verdadera felicidad y satisfacción con nuestras vidas.

-Romi, es importante que sueñes en grande- me decía él seguido cuando era pequeña.

Recuerdos de él invadieron entonces mi cabeza.

Odiaba recordarlo en realidad, pues nos había abandonado hacía mucho tiempo ya, cuando tenía tan solo 6 años. Se suponía que debía comenzar a olvidarlo. Mamá no quería mostrarme fotos de él, por lo que no conozco su rostro muy bien.

-Mamá, él es mi papá, estoy en mi derecho a saber quién fue.- le solía insistir.

-Tu padre...Antonio era alto, del mismo color café de tu cabello. Ojos celestes pálidos. Apuesto- y aquello era lo único que lograba que dijera.

Por las otras anécdotas que mamá me contaba, podría decirse que era trabajador, pero sobre todo un tipo positivo y muy sabio. Siempre lograba sacarme una sonrisa, a pesar de haber sido siempre seria. Mamá decía que cada vez que podía jugaba conmigo, a pesar de estar cansado del trabajo.

Club NocturnoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora