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No había notado la puerta que se ubicaba detrás de las escaleras. Era una habitación cuyas luces estaban encendidas. Tenía una pequeña ventana en su parte superior, mediante la cual se veían unas siluetas pasando. Me acerqué cautelosamente, sabiendo que si me descubrían tendría problemas. Aunque no sé quién dejaría una puerta abierta sin esperar a que alguien entrase.

Calculé que adentro habrían unas 10 personas. Estaban riendo y soltando carcajadas como cualquier persona ebria lo haría. Me puse de puntas de pie para ver a través de la ventanita en la parte superior de la puerta, la cual no tenía un cartel como las demás. No pude divisar más que sombras debido a la suciedad del vidrio. No me atreví a limpiarlo por miedo a que me descubriesen. ¿Acaso nadie limpia este lugar?

En la habitación habían hombres y mujeres de distintas edades. Podía distinguirlo en sus voces. Noté también que algunos estaban jugando algún juego de mesa, mientras que otros se paraban a buscar refrescos, supuse.

Estaba tentada de abrir la puerta e irrumpir, pero por razones lógicas no iba a hacerlo en realidad. Solo se me ocurrió pasar un buen rato con gente que parecía amigable.

En plena tranquilidad y estado de observación, una silueta de un hombre se apareció delante de la puerta, sobresaltándome a tal punto que emití un leve grito y retrocedí. Estaba segura de que me había escuchado, por lo que comencé a alejarme apresuradamente, algo avergonzado. En cuanto escuché que aquel hombre abría la puerta, comencé a correr hacia las escaleras y comencé a subir.

-Ey, alto ahí- escuché a aquella voz masculina y rasposa detrás de mí. Lógicamente no le hice caso y continué ascendiendo. Sabía que ya estaba persiguiéndome-. Detente- exclamó.

No miré hacia atrás porque sabía que me lo encontraría muy cerca. Me puse la capucha por si llegaba a verme, como un instinto protector que haría que no conociese mi rostro o facciones. Llegué a la recepción del lugar y salí disparada hacia el exterior, en donde la lluvia continuaba cayendo, aunque no tan fuertemente como lo estaba haciendo hacía unos minutos.

Giré a la derecha y me alejé del lugar, confiada en que el hombre ya no seguiría con la persecución. Me dirigía muy decididamente a casa. Eran las 23:45 cuando consulté en mi celular.

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Estaba mojando todo el apartamento a más no poder, pues estaba empapada. Fui directo a la ducha, tratando de ser sigilosa para que mamá no se despertara y no tener que conversar con ella sobre lo sucedido.

El agua caliente que descendía sobre mi cuerpo me calmó los nervios y relajó todos mis agotados músculos. Hacía un tiempo que no corría tanto. Había dejado al equipo de volley hacía unos dos años porque mamá ya no me podía pagar las clases. A pesar de haber intentado durante unos meses continuar con mi estado y resistencia física, caí en algún tipo de depresión que me impidió hacerlo.

Cada vez que iba a ducharme me miraba el cuerpo en el espejo y luego lo examinaba. Había cambiado drásticamente en tan pocos años. Había engordado, mis caderas se ensancharon y me habían crecido unos rollitos en la panza. Me costaba aceptarlo, no tanto porque no me gustara o porque no tenía el cuerpo de las modelos, sino más porque no reflejaba mi yo natural. Esa no era mi yo sana. Me extrañaba mucho.

Pero debía resignarme en algún punto y entrar de una vez por todas a la ducha.

En cuanto salí del baño, me cepillé el cabello y me tiré a la cama, exhausta. También estaba angustiada. No quería hablar con mamá al día siguiente, a pesar de saber que debía hacerlo y enfrentar las consecuencias de mi huida. Lo que había hecho no estuvo bien, seguramente la preocupé mucho.

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