CAPÍTULO 19. QUERIDO SUEGRO

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—¿Qué pasa? —dijo Noey, la jefa de personal de los Sarocha cuando entró a la casa de Freen—. Dicen las chicas de servicio que necesitas ayuda: pero que no pueden hacer lo que quieres en dos horas.

—Querer es poder —respondió Freen tomando un trago de licor.

—¿Quieres dejar de beber? —la regañó Noey mientras le quitaba la copa de la mano—. No sé si tus padres están de acuerdo en dejarte hacer lo que te dé la gana, pero no vas a beber delante mío.

—¡Déjame en paz! —respondió Freen, con rebeldía—. Tú no eres mi madre.

—Como si te hubiera parido —la reprendió Noey— ¡Ustedes a trabajar! ¡Se hará lo que se pueda! —dijo a las tres empleadas que esperaban la orden.

—Sí, señora —respondieron las chicas y se dispusieron a dejar la casa tal y como la quería Freen.

—¿Para qué quieres cambiar los muebles de lugar? —preguntó Noey— ¿No deberías hablarlo con Rebecca primero?

—Ella ya no tiene nada que decir al respecto —respondió Freen con expresión de pérdida—. Esta es mi casa, la compré antes de casarme con ella. A Rebecca Patricia Armstrong le importa un huevo lo que pase aquí.

—Y eso te está matando ¿No es así? —preguntó Noey con tono comprensivo.

Freen miró hacia el piso con los hombros temblando violentamente. Noey se quedó mirándola desde donde estaba, sin decir nada.

—Quiere el divorcio —sollozó Freen con los ojos llenos de lágrimas—. Quiere dejarme. Me ha dejado. Rebecca Patricia Armstrong ya no es mi... esposa. Ella me dejó, Noey.

—Lo lamento tanto, cariño —dijo Noey mientras le ofrecía consuelo. Freen se dejó abrazar con el llanto brotando sin ningún freno.

—No sé...que...hacer —gimió Freen—. Ya no sé...qué... hacer. Me voy a morir, es que sin ella... no puedo... no puedo, Noey. No puedo vivir sin ella.

—No le des el divorcio —aconsejó Noey a su pesar—. Y que diga misa.

—Lo que quiero es que ella quiera estar conmigo— Respondió Freen entre sollozos.

—No sé qué decirte...

—Ya que más da —respondió Freen mientras se limpiaba las lágrimas y se tomaba un respiro—, lo he intentado todo. Ya me cansé de estar mendigando... Porque eso he estado haciendo todo este puto tiempo. Mendigando un amor que ya no existe. Tal vez ella nunca me amó. Mi padre tenía razón...

—No... tu padre no tiene razón con lo que respecta a tu esposa —replicó Noey—; de hecho, esa muchacha aguantó más de lo que yo esperaba. Tratar con tus padres no es nada fácil... que te lo digo yo.

—¿Aguantar? —protestó Freen— Soy yo lo que tuve que aguantar... ella odia a mi familia. Nunca quiso asistir a las cenas familiares, ponía mil pretextos para no acompañarme a las reuniones de la empresa... y yo accedí a todos sus deseos... porque la amo.

Noey se tocaba la barbilla, pensativa. Después se rascó la cabeza y habló con el mayor tacto del mundo.

—Me gustaría saber de qué hablaban Rebecca y tú cada vez que estaban a juntas —murmuró Noey— Que era muy poco tiempo, después de toda la carga de trabajo que tus padres ponían sobre tus hombros.

—No mucho —respondió Freen—. Lo único que yo quería era hacerle el amor y después dormir entre sus brazos, con sus besos como mi único arrullo... trabajaba demasiado durante nuestro matrimonio.

—Allí está el problema —respondió Noey—. Ningún matrimonio sobrevive con solo sexo. Tiene que haber confianza, co-mu-ni-ca-ción. Si ustedes hablaran más que tener sexo, su matrimonio no estaría en peligro como ahora.

—Hablábamos mucho —protestó Freen—. Todo el tiempo le decía cuanto la amaba. Que conocerla fue lo mejor que me pasó en la vida.

—¿Alguna vez Rebecca te habló de tus padres? —preguntó Noey— ¿Te dijo Alguna vez porqué nunca entraba a la mansión Sarocha? ¿Te dijo alguna vez porqué que no asistía a las cenas de la empresa?

—Porque no se sentía cómoda...

—Les faltó comunicación... sigo en lo dicho —respondió Noey mientras se alejaba— Ahora date un baño, ponte más guapa... y deshazte de ese olor a alcohol que traes encima. Muéstrale a tu mujer lo que se está perdiendo con tu divorcio... y por amor de Dios... ya no le ruegues más.

Noey se marchó después de ayudar un poco con las labores. Mientras Freen tomó el consejo de su amiga.

Dos horas más tarde, las chicas del servicio estaban fuera de allí... la casa estaba tal y como Freen quería., así que se sentó a esperar a que su dulce placer llegara a casa.

.....

Rebecca bajó del taxi que la dejó en la privada donde estaba la casa de Freen. El corazón le latía a toda su capacidad... tenía que ser fuerte para enfrentar a su cercano pasado.

Aun cuando era mucho más pequeña que la mansión principal, la casa donde vivió su efímero pero idílico matrimonio, imponía por su belleza arquitectónica.

Mientras estaba a solas con Freen en esa casa, su felicidad era máxima.

Cuando Freen no estaba, Rebecca vivía un infierno dentro de esas lujosas paredes. Por eso odiaba esa casa, tanto, como amaba a Freen.

... la odiaba porque le recordaba las crueles palabras de sus suegros.

... porque cuando Freen salía de casa para ir a trabajar... su suegra se plantaba allí como si fuera la dueña e Invitaba a sus amigas a pasar el rato jugando cartas; como si no tuviera suficiente espacio en la suya.

Frente a sus amigas, la madre de Freen hablaba del maravilloso hombre que era el ex novio de su hija y de lo feliz que hubiera sido que su hija se casara con él. No le importaba en lo absoluto que la esposa de su hija estuviera cerca.

Rebecca se detuvo frente a la puerta, y dudó entre llamar o usar las llaves que aún colgaban de su llavero.

—¿Qué haces aquí? Ya no formas parte de esta familia... afortunadamente —exclamó una voz conocida a sus espaldas. Su suegro hablaba en tono bajo, seguramente con la intención de mantener la conversación en secreto, como ya era costumbre.

—Aún soy la esposa de Freen; y aunque le joda...esta sigue siendo mi casa —respondió ella, perdiendo las formas. A estas alturas no tenía nada más que perder si no era la educación.

—No será por mucho tiempo —respondió el Sr. Sarocha.

—Por lo pronto lo es.

—Lo conseguí, zorra trepadora. Tú nunca estarás a la altura de una Sarocha. Te advertí que te haría la vida imposible, Jamás debiste poner los ojos en ella.

—Ya no me afectan sus palabras —respondió Rebecca con temple de acero—. Nunca me afectaron al grado de dejar a Freen. No se quiera colgar una medalla que no le corresponde. Ahora si me disculpa, voy a entrar a mi casa y voy a hablar con mi esposa.

—Que sea la última vez que te veo por aquí y no se te ocurra ninguna triquiñuela. Si mi hija se entera de mínima cosa... tu padre tendrá que buscar otro empleo con una pésima carta de recomendación.

—La verdad siempre sale a la luz —respondió Rebecca—. Es una pena que mi esposa tenga como padres a un par de sinvergüenzas. Ahora si me permite, voy a entrar... con mis llaves.

Rebecca entró a su casa, cerró la puerta en las narices de su suegro y se recargó en la puerta como si un demonio de siete cabezas estuviera empujando para entrar. Tenía los ojos cerrados... por lo que no pudo ver la grácil figura escapando a trompicones hacia la cocina.

El panorama que encontró frente a ella cuando abrió los ojos la cimbró de pies a cabeza... con la rabia que solía acompañarla desde que decidió recurrir a un odio ficticio como escudo para evitar lanzarse una vez más a los brazos de su esposa.

— No, no, no, no —masculló Rebecca mientras recorría la casa en búsqueda de su esposa— ¡Menuda imbécil! —gritó Rebecca con voz fúrica— ¡Te voy a matar! ¡Trae tu horrible humanidad aquí! ¡No te escondas! ¡Sarochaaaa!

MY DULCE PLACERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora