CAPÍTULO 3. SIN DESPIDO JUSTIFICADO

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Veinticuatro horas después...

Rebecca corrió todo lo que pudo para lograr llegar a tiempo a su centro de trabajo, tenía diez minutos de retraso, el tercero del mes... gracias a su insufrible vecina.

—Buenas tardes —la saludó el jefe de personal en cuanto ésta cruzó la puerta de cristal.

—Buenas tardes, Señor Kanpiang —respondió Rebecca con la mirada gacha y torciendo los pies de los nervios.

—Muy tarde, Señorita Armstrong —dijo su jefe con mirada adusta— ¿no le interesa su trabajo? Es el tercer retardo del mes ¿Sabe lo que pasa en estos casos?

—Tengo que firmar mi renuncia —respondió Rebecca con voz quebrada—, Lo entiendo... voy por mis cosas.

—Pase a mi oficina —dijo el jefe mientras se daba la vuelta para que ella lo siguiera.

Irin, la asistente del jefe la miró con expresión de pena y una sonrisa tranquilizadora.

Rebecca esperó a que su jefe tomara asiento y después se sentó, a la indicación de él.

—¿Por qué? ¿No sabes el dilema en que me metes? —empezó el jefe de personal con voz frustrada—. Perdona que te hable de tú, Rebecca... pero a estas alturas ya no importa.

—No se preocupe. —respondió Rebecca— No tiene importancia.

—No quiero despedirte, Rebecca —dijo el Señor Kanpiang con inevitable voz seductora. El señor Kanpiang era un hombre joven en realidad, casi de la edad de Rebecca., pero empezó a trabajar desde adolescente, a su edad ya era Gerente de farmacia y estaba siendo promovido a Gerente Regional.

—Yo, comprendo si me despide —respondió Rebecca.

Nop Kanpiang le agradaba, si no fuera su jefe tal vez podrían llegar a ser muy buenos amigos... pero esa línea jamás se rompería por parte de ninguno de los dos.

—¿Ni siquiera quieres explicar el motivo de tus retardos?

—Mis motivos no tienen la menor importancia —dijo Rebecca con un brillo de rabia en sus ojos— digamos que es una sombra obscura que me persigue desde que tengo uso de razón. Aunque en este momento parece que me he librado de ella.

— ¿No me vas a decir? —Insistió el jefe— Necesitamos un justificante.

—Ya no tiene caso...

—Rebecca, eres una empleada como las que no hay. Hace mucho tiempo que me desenvuelvo en esto... y sé que tienes un talento especial. Tienes un ángel impresionante para cualquier trabajo. He leído tu expediente y sé que estás cursando una carrera. El dueño de la farmacia es un hombre como tú y como yo, que ha salido adelante a base de tropiezos. Quiero ayudarte... pero tienes que decirme.

—Acabo de mudarme —respondió Rebecca con la mirada al vacío—. Solo tenía mis 24 horas de descanso, así que lo hice lo más rápido que pude.

—No has dormido —murmuró el jefe con mirada compasiva— pobrecita mía.... ¡em!... ¡Perdón! Ese comentario está fuera de lugar.

—No se preocupe —respondió Rebecca con una sonrisa confundida.

—Así que te has mudado —dijo el jefe, volviendo a su habitual pose de hombre respetable.

—Sí...

—Ve a esta dirección —respondió el Señor Kanpiang mientras garabateaba sobre un papel—. Es un amigo mío, es doctor. Él te dará un justificante médico. Es lo único que se me ocurre para salvarnos del despido... y digo salvarnos, porque si te vas, tu ausencia será demasiado notoria, tanto en el mostrador, en la caja... como en los anaqueles. Lo dije antes, no quiero darme el lujo de despedir a una de mis fichas más importantes.

MY DULCE PLACERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora