EPÍLOGO

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Rebecca despertó atraída por un canto de sirena. Miró el reloj., las seis cuarenta y cinco de la mañana., suspiró de frustración contra la almohada. No era la primera vez que sucedía.

Se sentó intentando hacer el menor ruido posible. La cama todavía olía a ella, a su esposa... pero el espacio otra vez estaba vacío.

Procurando no alertarle de su movimiento se levantó de la cama y prescindió de sus pantuflas.

Conforme se acercaba al sonido que la levantó de la cama, vislumbró la espalda de su mujer que se balanceaba con suavidad en la silla mecedora. Rebecca se detuvo detrás de ella y la miró desde su altura.

La imagen que encontró envió un estremecimiento a todo su cuerpo... siempre le pasaba. Se sintió culpable por sentir lo que sentía., ese sentimiento la sobrepasaba. No pudo evitar soltar un gemido ahogado.

Freen abrió los ojos al escuchar ese sonido familiar., no estaba dormida, solo había cerrado los ojos porque le molestaba la luz cálida que estaba encendida frente a ella. Detuvo su canto y la miró con una expresión de culpabilidad.

—¿Por qué no me despertaste? —le reprochó Rebecca.

—Cariño. Estabas durmiendo tan plácidamente —susurró Freen—. No tuve corazón para despertarte.

—Parece que mi presencia aquí es prescindible...

—Mi amor... no digas eso...

—Silencio —susurró Rebecca. Freen cerró la boca y entonces sintió el movimiento del diminuto ser entre sus brazos.

Valeria se removió con desesperación mientras buscaba su comida. Su boquita tocaba entre pequeños lloriqueos su fuente de alimentación. Freen se removió inquieta porque su pequeña hija no tardaba en pegar el llanto por la frustración.

—Tiene hambre —dijo Freen con una sonrisa nerviosa mientras se levantaba de la silla mecedora y se sentaba sobre la cama con la bebé en brazos.

—Ya me di cuenta —respondió Rebecca con tono irónico al tiempo que la seguía y se sentaba frente a ellas en posición de indio.

Freen observó a su esposa y le entraron ganas de llorar de lo hermosa que se veía, sus pechos hinchados al sonido del llanto de Valeria.

—¿Podrías ayudarme? —susurró Rebecca mientras se desabrochaba los botones para después dejar salir un generoso pecho... dos pequeñas gotas resbalaron de su pezón y eso bastó para que Valeria comenzara a gritar como si hubiera visto al coco en persona.

Freen de inmediato acercó a Valeria, Rebecca la recibió entre sus brazos y la pegó a su pecho. Freen sonrió cuando su pequeño huracán se prendió con ansiedad a su teta; y se sintió privilegiada por la vida al poder formar parte de ese cuadro familiar.

—Freen —susurró Rebecca con el rostro colorado—. No me mires así.

—Eres mi esposa —respondió Freen— ¿Por qué no puedo mirarte?

—Acabo de dar a luz —se quejó Rebecca.

—Eso es lo que me hace mirarte así —susurró Freen con los ojos rebosantes de amor— Becky. Me acabas de dar una hija... a mi pequeña princesa...

Freen se interrumpió cuando su esposa rompió a llorar frente a sus narices.

—Mi amor, no llores. Puede hacerle daño a nuestra hija —dijo Freen, lo que incrementó el llanto de su esposa.

—¿Qué pasa? —preguntó Freen con preocupación— Mi amor... mi vida. ¿Por qué lloras?

—Lo siento, Valeria —sollozó Rebecca, mientras le daba un beso a su hija en la frente.

MY DULCE PLACERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora