11. Eran grises.

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Eran grises.

Al crecer, me ví a través de mi; de mis ojos turbios y mi mirada perdida en un punto muerto del precipicio marrón verduzco. Me miré a través de mi, de mi espejo, mi reflejo; enamorándome del temple del vidrio gris brillante pero nunca de las maravillas podía ver en él, ni del excentrismo en mi figura delgada y mis cachetes escondidos, nunca de mi postura desaliñada y desordenada, ni de los pliegues irregulares de mi piel, jamás de las rugosidades de mi rostro.

Encontré entonces un fenómeno sin nombre; que si me quisiera, estaría encantada de ser una anomalía tan desordenada y destruída a piezas que busca hacer encajar por la fuerza, un huracán superficial que se proyecta de noche al mundo como luz, como si fuera de día en una madrugada eterna que no terminará de amanecer, siendo un caos en su interior, queriendo predicarle a todos tranquilidad y paz mental mientras se atormenta a si misma con sus miedos e inseguridades.

Me convertí en esa clase de monstruos a los que temía con tanta intensidad de chiquita; no sé a cuáles, en específico. Pero esos que no dolían porque solo estaban en mi mente pero que asustaban, ahora son tan reales por permanecer en mi interior que duelen más que hurgar las heridas profundas en una suave piel de terciopelo, ahora queman más que pegar la palma de las manos a la plancha como castigo, ahora duelen casi tanto como la perdida de un ser querido, después de todo, se trata de un luto interno, la perdida de si mismo.

Me convertí en lo que se esconde en el armario de mi alcoba por las noches, pero también fui lo mismo por no querer salir de mí, aún en tiempos dónde era yo misma quien apagaba la luz de mi habitación, la luz de mi interior; porque también me convertí en mi habitación, en mi pocilga, me convertí en una jaula que llamo hogar pero que realmente es una simple casa. Me convertí en este encierro, en este aislamiento necesario que no necesitaría si no me temiera.

Todo por esconderme dentro de mi y tenerme miedo a mi misma; por esconderme de mis propios ojos pero ocultarme en un lugar en el que me puedo encontrar siempre que quiera, por no querer llorar lagrimales de prismas filosas que hacen sangrar mi piel. Soy esto por lo que sufro, soy esto por lo que lloro, soy mi propio tormento porque olvidé como ser un paraíso.

Me convertí en lo que temía cuando abría los ojos; pero al cerrarlos recordaba mi miedo a la oscuridad y aparecían nuevas voces, nuevas sombras, solo habían grises cuando dormía, solo habían grises cuando despertaba.

Me convertí en la agonía prematura de quién tiene ganas de morir pero que no ha vivido; sin embargo, prefiriendo vivir para vencer mis miedos que lanzarme al vacío por tenerlos guardados en el que llevo dentro.

Me convertí en la soga con la que me quería atar el cuello, pero en vez de colgarme até los recuerdos más bonitos, hasta los más bellos; conservé los más corrientes para poder darme cuenta cuando me quiera dejar llevar por la marea y tratar de montar la ola sin marearme ni ser destruída por el salitre.

Me convertí en la orilla de la platabanda; me convertí también en las inexplicables ganas de saltar.

Me convertí en la escalera con destino al vacío que no salté por miedo a las alturas, por miedo a la libertad, por miedo a no aprender a volar; me convertí en la jaula porque fui yo quien sintió miedo de abrir la puerta.

Me convertí en mi propia pesadilla; una que no se iba si despertaba, una que me perseguía si me escondía y cuando tenía sed me traía agua.

Me convertí en la bruja despeinada, encorvada y con ojeras que de un día a otro ya no quería pararse de la cama pero que todos venían con cara de pocos amigos por estar de mal humor.

Me convertí en mi dictador, intenté gobernar mis tierras, pero algo salió mal y dejé de hacerme caso por miedo a que un día no me eligieran; dejé de escucharme y de hablarme, tal vez me mató dejar de relacionarme conmigo misma y perderme en el laberinto que yo construí, el mismo del que un día dibujé el mapa.

Me convertí en las nubes grises al comenzar el día, en las tardes lluviosas y aburridas que creí poder cambiar con un café, vistiéndome bonita y saliendo a caminar de noche con buena música de fondo.

Me convertí en el vicio; en las píldoras para dormir que superficialmente calman mi ansiedad pero que a ciencia cierta no te sanan, de esas pequeñas, de las que si te tomas muchas no despiertas.

Me convertí en el vacío, y siempre me llevé dentro; me convertí en ríos porque creí que así dejaría de llorar mares un día y que las lágrimas solo se componían de agua y sal sin energías furtivas destilando por mi rostro.

Eran grises, siempre eran grises. ✨

Desde el agua salada. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora