4. Caimito

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Caimito.

Reposando bajo la sombra de lo que un día fue un árbol de Caimito, desde un sitio muy bonito y extremadamente caluroso alojado en uno de los estados más icónicos de Venezuela, la morada del señor sol y el imán de sus rayos, con vista a las playas del mar Caribe y los cristales que caían del cielo y le otorgaban tanta magia al atardecer hasta así, robarse el protagonismo a tal punto de aparecer en todos los celulares, siendo la dirección que todas las tardes tomaban los lentes de la cámara; musa y dueña de la inspiración para los artistas locales, poetas que narraban y recitaban los más bellos versos, cantantes que rimaban y heredaban el flow de las olas y bailarines que se adueñaban de la tierra y de la pista.

Me senté a meditar dejando caer colgados mis pies a la orilla de la platabanda del balcón de mi casa, sentía que volaba sobre una civilización muerta que a veces solían hasta ser inmorales pero que en la mayoría del tiempo se ponían máscaras y fingían ser seres humanos, casi en la montaña, donde la gente se pierde pero pierden menos que el tiempo que le dedican a la pantalla, y así mismo; podía ver a los individuos transitar en las calles llenas de ruidos, humo de autos y vendedores ambulantes que se levantan temprano y salen al barrio a fin de supervivencia, todos apurados por el día a día, el estrés, el calor, la gente y los problemas sociopolíticos que abruman el país. Cada vez habían más insensatos, dementes, pobres de mente que se aprovechaban de aquel que no sabía defenderse de la sociedad, reían de sus acciones y se excusaban de todo, como si el fin justificara los medios y se normalizara lo atroz entre los hombres, como si llevaran a Sodoma y Gomorra en el corazón. Manzanas podridas en el tazón de frutas que a fuerzas, buscaban dañar lo más puro y natural que había quedado entre el humo y el follaje contaminado de la urbanización; porque en mi estado de consciencia ya había desaprendido todo dogma y había entendido que lo esencial es lo más importante y que no había nada más fugaz que la vida, y por lo tanto, había decidido renunciar a las banalidades y darle a mi vida una dirección de libertad, plenitud y resiliencia, parándome de frente a los problemas, con el mentón en alto y el rostro empapado en sudor... con los manuscritos de mis libros bajo la manga y la intensidad de mis letras inmersas en el tiempo y en el corazón del que lo lee.

Vecinos con altavoces de música dañina explotando todo el sistema, hipersexualizando figuras de plástico, esculturas irreales inspiradas en estereotipos; almas perdidas en cuerpos superficiales. Gente dormida y yo, despierta con los ojos cerrados, infame soñadora apasionada que duda de su talento y de las posibilidades de que esto, en algún momento funcione, podía deleitarme con la risa fugaz de los niños jugando y disfrutar de sus melodiosas voces alegres, llenas de vida y esa vibra inmarcesible que nos empañaba los ojos de la infancia; desprendían energía de la más pura y sus ojos, destellaban un inocente brillo que los hacía relucir en medio de la sociedad; destilaban sueños, esperanza, seguido de unas apresuradas ganas de crecer y de aprender, de querer tener carro y una vida madura para poder hacer lo que quieren, ser profesionales y hasta su propio dinero, sin saber que más tarde la vida los iba a decepcionar y les escupiría a la cara la cruda verdad de que las cosas no siempre salen como esperamos y que la vida que te venden desde niño no nos hará vivir del sueño y más bien, ni siquiera nos dejará dormir. Sin saber que mucho de lo que han aprendido, tendrán que desaprenderlo para sobrevivir y defenderse entre la humanidad y las aves rapaces que buscan acabar con todo; y sin embargo, en medio de tanto caos, he decidido quedarme con todo lo bonito, con lo sublime, con el viaje a las estrellas desde mi balcón, con el café en la mañana desde mi ventana y el abrazo de mi madre a cada hora, he decidido hundirme entre letras y poesía, he decidido escribir de mis sueños y hasta mis miedos para así, poder afrontarlos cada uno desde aquí, desde la sombra de mi mata de Caimito, desde mi balcón, siendo reflejo del amor.

Desde el agua salada. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora