25. Van Gogh

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El cielo se convirtió en el sosiego de la pena más grande, del vacío más enorme, de la razón por la que un corazón que se rompió una vez, luego no volvió a ser el mismo, a bombear sangre con la misma fuerza; a querer así, con las mismas ganas y el mismo desenfreno que antes.

Porque pasó de ser rojo a ser eso, un lienzo azul con pinceladas castas en tonos grisáceos y nubarrones de diferentes estados que ocultaban el poco brillo que aún tenía para dar.

Más azul que amarilla, cuando quise amar y ya.

Tal vez porque no dejaba entrar tonalidades distintas a las tuyas; quería que fueras mi único rayo de luz y me empeñé tanto en buscar el amor, que descuidé lo que ya tenía, lo que siempre tuve y no sabía donde.

Me acostumbré a tenerte cada noche oscuro y claro durante el día, porque me enamoré a tus días lluviosos, las nubes grises y a tener un arcoiris de vez en cuando, porque en lugar de ser otro cielo, me adapté a tus cambios climáticos, a tus crepúsculos, a tu mal humor, a tu carácter taciturno y un petricor que me hacía olvidar que te habías puesto raro y seco, como el rímel.

Me acostumbré a que no me escucharas, a que taparas mi luz con la tuya, como un eclipse.

También aprendí a quererte a diario, sin una regla; sin un horario, caí en la monotonía, en tus labias, en tus labios. Aprendí a quererte más de lo que me quise a mi, y entonces perdí.

Porque me pintabas más cielos y estrellas que Van Gogh y nunca me bajaste una, ni me llevaste a conocer un planeta. Siempre estuviste más vacío que el hueco que me dejaste en el pecho, siempre fuiste el agujero negro, casi tanto como tus promesas. Un hombre sin palabra, una existencia falaz que no tuvo ni cómo sostener lo que decía que sentía, una aberración de la naturaleza. Un paradigma más, otro sujeto con la misma idiosincrasia nefasta, una amenaza para una sociedad que se había hartado de lo plástico y ya solo quería ser real.

Me convertí en una estrella porque para nacer tuve que romperme, en el mar rojo porque mis lágrimas de sangre estaban hechas de sentimientos, dolor y agua salada que me rasgaba la piel cada vez que pensaba en el arte, en la fusión de colores tristes que provocaba estragos en mi estómago, en las mariposas con alitas de algodón que luego tuve que vomitar porque todo lo bonito que un día sentí por ti se convirtió en un asco rotundo y un conjunto de recuerdos nauseabundos que me quitaban la paz.

Se convirtieron en cartas de amor con destinatario perdido que jamás entregué, que jamás leerás porque pasaron a ser cenizas; que pasaste de ser un cielo eterno a ser infierno, y arder en unas llamas no tan efímeras, como tus mentiras.

Desde el agua salada. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora