14. Bestialidad

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Bestialidad.

Solía callarme mis opiniones para validar las tuyas aunque estas estuviesen rotundamente equivocadas y tus conductas fueran las más cuestionables que hubiera experimentado, además de ignorar las banderas rojas que tenías incrustadas en la piel, en el alma y en los ojos; y por eso dañabas tanto, por eso quemabas tanto, porque tú infierno no era lo suficientemente bonito como para que yo quisiese quedarme a vivir en él, porque tus llamas calcinaban mis alas y me arrebataban la libertad que tanto amaba y a la que me había aferrado por tanto tiempo.

Entonces, justificaba tus fallas y me quise tan poco que llegué a pensar que lo merecía, que merecía entregarle mi vida a alguien y renunciar a todo lo que una vez quise, a cambio de un chocolate y un «yo también te amo» en las mañanas. Llegué a pensar que no merecía nada más que ser un complemento en la vida de alguien; el accesorio, que mi personaje no tenía oportunidad de ejercer un rol patagónico en la historia de la humanidad y que así, todos mis sueños terminarían rotos, más que mi pecho mismo

Mi entrega abnegada me hizo renunciar a mí, a mis sueños, a lo que quise... A mí voluntad, a mí capacidad de ser humana y volar, de hacer y decidir. Cambié mi piel por tela y las espinas de las rosas que me dabas dolían menos que las heridas que dejaban tus palabras.

Porque nunca supe soltar tanto, porque fui tan leal que me costaba abandonar a la gente que amaba, aunque el costo fuera tener que abandonarme a mí. Te di todo mis colores, hasta que ya no tuve para mí y me tocó ser la nube gris del cielo, hasta que me robé el protagonismo y esta vez, convertí una película caótica en una bestialidad de obra cinematográfica con el mejor giro de trama que alguna vez alguien hubiese podido apreciar.

Desde el agua salada. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora