Parte 3

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Javier no se lo podía creer. Fue directamente a su casa demasiado enfadado para hacer otra cosa y esperó a que Oscar llegara, rezando para que se le pasara el cabreo.

¿Cómo podía estar haciendo una cosa tan tonta? ¿No sabía que iba a perder un año entero de su vida por una niñería? Si pensaba que así le dejaría volver a ver a ese tipejo, la llevaba clara. Eso no pasaría jamás.

Había sido demasiado permisivo cuando era pequeño, dejándolo que se juntaban porque parecía la única forma de consolarlo después de que su madre se fue, pero ahora ya no era un niño y no podía seguir doblegándose a sus caprichos.

Pasándose las manos por el pelo nerviosamente, esperó y esperó hasta que estaba a punto de salirse de su propia piel.

Cuando la puerta de la casa se abrió al fin, le dio tiempo a su hijo para que entrara en el salón, pero este fue directamente a su habitación.

Javier fue hacia allí y lo vio poniéndose el pijama.

- ¿Se puede saber que estás haciendo?

Oscar miró el pijama en su mano y luego a su padre.

- ¿Ponerme el pijama?

- ¿Por qué te pones el pijama? No son ni las 3.

- No voy a ir a ningún sitio y con un poco de suerte, dormiré hasta mañana.

- ¿Eso es lo que has estado haciendo, en vez de estudiar?

- Estoy haciendo justo lo que me ordenaste. Voy al instituto, vuelvo a casa directamente, no hablo con nadie que no deba... Soy todo un angelito como me pediste.

- ¿Crees que con tus notas bajas vas a conseguir que cambie de opinión con respecto a tu amigo? Así lo único que estás consiguiendo es que me reafirme más en mi decisión.

Oscar se terminó de poner el pijama tranquilamente y se tumbó en su cama.

- Como si no supiera que tú nunca cambias de opinión. No estoy haciendo esto por ti. Antes el instituto era divertido porque competía contra Dante a ver quién sacaba mejores notas, pero ahora... Paso. Así que, si no te importa, cierra la puerta cuando salgas.

- ¿Me quieres hacer creer que ese sinvergüenza saca sobresalientes?

- Me has enseñado bien a no malgastar saliva, así que, cree lo que quieras.

- ¿Entiendes que como sigas así vas a repetir?

- ¿A quién le importa?

- ¡A mí!

Oscar apoyó su codo en el colchó y miró a su padre.

- ¿Cuándo fue la última vez que hablaste conmigo?

- ¿Qué tiene eso que ver?

- No lo recuerdas ¿Verdad? ¿Cómo puedes decir que te importo si me has estado ignorando todo este tiempo?

Oscar se volvió a tumbar y puso sus manos detrás de su cabeza y cerró los ojos.

- La última vez que hablamos fue el día que me prohibiste ver a Dante y me castigaste sin poder salir de casa, y la única razón por la que has venido a darme la charla es que los profesores te habrán acosado a llamadas hasta que no los has podido ignorar. Haz el favor de seguir ignorándolos y así podrás volver a tu preciado trabajo... yo haré lo mismo.

En momentos como esos, Javier deseó poder poner a su hijo sobre las rodillas y azotarle el culo hasta que entrara en razón.

- No hace tanto tiempo.

La protección de un DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora