Capitulo 12: Perché fermarsi quando è così divertente?

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12. ¿Por qué parar cuando es tan divertido?

Alesha

Lo escuché respirar profundamente a mi lado.

«Lo hicimos otra vez»

Habíamos follado toda la mañana, nos dimos un descanso sólo para desayunar.

Me quité los mechones de cabello que se me pegaron al rostro por la transpiración.
Dios.

—Tengo que volver a casa—susurré.

Eran pasadas las doce y había visto el mensaje de Chiara, avisándome que traería a Alana.

Lo miré, estaba desnudo al igual que yo. Sus ojos permanecieron cerrados.

—Deberíamos almorzar primero—Fue lo único que dijo.

Asentí, aún sabiendo que no me miraba.

—También necesito bragas—Hablé, luego de un rato—. Quizá le diga a Chiara que…

Intenté alcanzar mi teléfono en la mesita—lo había buscado cuando bajamos a desayunar—. Emiliano se subió encima de mí, tomando mi brazo.

Observé con fascinación sus ojos cerúleos. Era como un embrujo en el que caía cada que lo miraba.

—¿Qué?—Me reí cuándo comenzó a besar mi cuello.

Volvió a mirarme.

—¿No haz pensado que…—Se cortó cuando escuchamos otra voz en la estancia.

—Le estoy viendo el trasero a mi hermano—Miré hacía la puerta—. Joder, que puto asco.

Dio un portazo. Observé con los ojos abiertos hacía Emiliano, quién ya había bajado de la cama y se dirigió hacía su vestidor.

Joder.

Me tapé con la sábanas y lo seguí escuchando a su hermana gritar:

—¡¿Necesitas bragas?!

El rubor era notorio en mis mejillas.

—¡Sí!—Grité de vuelta.

—¡Pues ven a buscarlas!

Emiliano reprimió una sonrisa y yo viré los ojos envolviendo mejor mi cuerpo para salir de su habitación.

Cerré la puerta, dejándolo cambiarse y bajé al segundo piso dónde Alana se encontraba.

Entré a su habitación cuando la abrió. Me miró y soltó una carcajada.

—Te ves terrible.

Enarqué una ceja.

—¿Cómo terrible?—Inquirí ante su tono suspicaz.

—Terrible, como si hubieran estado follando toda la mañana.

Sostuve mejor la sábana alrededor de mi cuerpo pero no la miré.

Che orrore—Hizo una mueca—. Troppe informazioni per il mio piccolo cervello.

«Que horror. Demasiada información para mi pequeño cerebro.»

—¿Qué?—Pregunté confundida, el italiano no era lo mío.

Negó con la cabeza y caminó hacía su vestidor. Buscó y me trajo ropa. La tomé como pude y me dirigí a su baño.

Me cambié y dejé la sábana en una cesta con ropa para lavar y salí.

—¿Me prestas un peine?—Le cuestioné, sonriéndole con vergüenza.

Asintió y señaló con la cabeza hacía su tocador y me acerqué, tomando el cepillo para peinarme.

Venenosa Adicción [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora