Capítulo 13: ¡Hola tío H!

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Percy Jackson, pertenece a Rick Riordan.


Corrige tus errores y sonríe al futuro.

Imagínate el concierto más multitudinario que hayas visto jamás, un campo de fútbol lleno con un millón de fans.

Ahora imagina un campo un millón de veces más grande, lleno de gente, e imagina que se ha ido la electricidad y no hay ruido, ni luz, ni globos gigantes rebotando sobre el gentío. Algo trágico ha ocurrido tras el escenario. Multitudes susurrantes que sólo pululan en las sombras, esperando un concierto que nunca empezará.

Si puedes imaginarte eso, te harás una buena idea del aspecto que tenían los Campos de Asfódelos. La hierba negra llevaba millones de años siendo pisoteada por pies muertos. Soplaba un viento cálido y pegajoso como el hálito de un pantano- aquí y allá crecían árboles negros, y yo, recordando las palabras de Grover la última vez, les dije que eran álamos.

El techo de la caverna era tan alto que bien habría podido ser un gran nubarrón, pero las estalactitas emitían leves destellos grises y tenían puntas afiladísimas. Intenté no pensar que se nos caerían encima en cualquier momento, aunque había varias de ellas desperdigadas por el suelo, incrustadas en la hierba negra tras derrumbarse. Supongo que los muertos no tenían que preocuparse por nimiedades como que te despanzurrara una estalactita del tamaño de un misil. Clarisse, Thalía y yo intentamos confundirnos entre la gente, pendientes por si volvían los demonios de seguridad. No pude evitar buscar rostros familiares entre los que deambulaban por allí, pero los muertos son difíciles de mirar. Sus rostros brillan. Todos parecen enfadados o confusos. Se te acercan y te hablan, pero sus voces sonaban a un traqueteo, como un chillido de murciélagos. En cuanto advierten que no puedes entenderlos, fruncen el entrecejo y se apartan. Los muertos no dan miedo. Sólo son tristes.

Seguimos abriéndonos camino, metidos en la fila de recién llegados que serpenteaba desde las puertas principales hasta un pabellón cubierto de negro con un estandarte que rezaba: "Juicios para el Elíseo y la condenación eterna. ¡Bienvenidos, muertos recientes!"

Por la parte trasera había dos filas más pequeñas.

A la izquierda, espíritus flanqueados por demonios de seguridad marchaban por un camino pedregoso hacia los Campos de Castigo, que brillaban y humeaban en la distancia, un vasto y agrietado erial con ríos de lava, campos de minas y kilómetros de alambradas de espino que separaban las distintas zonas de tortura. Incluso desde tan lejos, veía a la gente perseguida por los perros del infierno, quemada en la hoguera, obligada a correr desnuda a través de campos de cactos o a escuchar ópera. Vislumbré más que ví una pequeña colina, con la figura diminuta de Sísifo dejándose la piel para subir su roca hasta la cumbre. Y ví torturas peores; cosas que no quiero describir.

La fila que llegaba al lado derecho del pabellón de los juicios era mucho mejor. Ésta conducía pendiente abajo hacia un pequeño valle rodeado de murallas: una zona residencial que parecía el único lugar feliz del inframundo. Más allá de la puerta de seguridad había vecindarios de casas preciosas de todas las épocas, desde villas romanas a castillos medievales o mansiones victorianas. Flores de plata y oro lucían en los jardines. La hierba ondeaba con los colores del arco iris. Oí risas y olor a barbacoa.

El Elíseo.

Esta vez, Grover no vino (aunque admito que lo extraño)

Al menos, esta vez, nadie tuvo los zapatos tenis malditos y no tuvimos que aventurarnos a la entrada del Tartaro, tratando de auxiliar a alguien, que casi se estaba cayendo al agujero.

Así pudimos encaminarnos, directamente, hacia el palacio del tío Hades.

Las murallas externas de la fortaleza relucían negras, y las puertas de bronce de dos pisos de altura estaban abiertas de par en par. Cuando estuve más cerca, aprecié que los grabados de dichas puertas reproducían escenas de muerte. Algunas eran de tiempos modernos –una bomba atómica explotando encima de una ciudad, una trinchera lleva de soldados con máscaras antigás, una fila de víctimas de hambrunas africanas, esperando con cuencos vacíos en la mano–, pero todas parecían labradas en bronce hacía miles de años. Me pregunté si eran profecías hechas realidad.

En el patio había el jardín más extraño que he visto en mi vida. Setas multicolores, arbustos venenosos y raras plantas luminosas que crecían sin luz. En lugar de flores había piedras preciosas, pilas de rubíes grandes como mi puño, macizos de diamantes en bruto. Aquí y allí, como invitados a una fiesta, estaban las estatuas de jardín de Medusa: niños, sátiros y centauros petrificados, todos esbozando sonrisas grotescas.

—Éste es el jardín de Perséfone —expliqué a mis novias, recordando la explicación de la traidora de Annabeth. —Sigan andando y no se acerquen a las granadas o se quedarán aquí abajo, junto al tío Hades. —El aroma ácido de aquellas granadas era casi embriagador.

Subimos por la escalinata de palacio, entre columnas negras y a través de un pórtico de mármol negro, hasta la casa de Hades. El zaguán tenía suelo de bronce pulido, que parecía hervir a la luz reflejada de las antorchas. No había techo, sólo el de la caverna, muy por encima. Supongo que allí abajo no les preocupa la lluvia.

Cada puerta estaba guardada por un esqueleto con indumentaria militar. Algunos llevaban armaduras griegas; otros, casacas rojas británicas; otros, camuflaje de marines. Cargaban lanzas, mosquetones o M-16. Ninguno nos molestó, pero sus cuencas vacías nos siguieron mientras recorrimos el zaguán hasta las enormes puertas que había en el otro extremo.

Dos esqueletos con uniforme de marine custodiaban las puertas. Nos sonrieron. Tenían lanzagranadas automáticos cruzados sobre el pecho. Mientras que Clarisse veía a los guardias, con una gran sonrisa en su rostro, completamente maravillada. Era como un museo de la guerra.

La mochila me pesaba una tonelada. Y suspiré enfadada. Ya haría que Ares me las pagara.

Un viento cálido recorrió el pasillo y las puertas se abrieron de par en par. Los guardias se hicieron a un lado.

—Supongo que eso significa entren —comentó Thalía, tragando saliva. Coloqué una mano sobre su hombro, tratando de reconfortarla, mientras nos internábamos más y más.

El tío Hades, iba vestido con una túnica de seda negra y una corona de oro trenzado. Tenía la piel de un blanco albino, el pelo por los hombros negro azabache. Estaba repantigado en su trono de huesos humanos soldados, con aspecto vivaz y alerta. Tan peligroso como una pantera. —Penélope, Thalía, Clarisse. Bienvenidas al inframundo. —dijo mi tío, sonriéndonos gentilmente. —Tienen algo para mí, ¿verdad?

Una sonrisa tiró de mis labios. —Entonces, ¿nada de: «Eres valiente para venir aquí, hija de Poseidón. Después de lo que me has hecho, muy valiente, a decir verdad. ¿O puede que seas sólo muy insensata?»

—No. Al menos, no esta vez, teniendo el conocimiento que tenemos del futuro. —aseguró mi tío, mientras asentía y alargó la mano. La bolsa de tela tembló ligeramente y el Casco de Invisibilidad, salió volando, mi tío lo agarró y lo estudio, antes de suspirar y dejarlo flotando a su lado, mientras se acariciaba las sienes —Le dije a tu padre, que no le pusiera adornos y es lo primero que él hace. Miren esto: Acero Atlante en los costados, con forma de mi Bidente, en este supuesto Yelmo de Oscuridad. —lo lanzó al aire y lo atrapó, varias veces, hasta que lo arrojó muy fuertemente al aire, el segundo Yelmo de Oscuridad, fue rodeado de fuego blanco y negro, desapareciendo, mientras una sonrisa lobuna, tiraba de las comisuras del rostro —Padre va a estar muy enfadado —agitó su mano y unas escaleras aparecieron en la pared, asintió y nosotras nos despedimos de él.


14: Combate contra Ares.

Corrige tus errores y sonríe al futuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora