3 | 𝐕𝐨𝐲 𝐭𝐚𝐫𝐝𝐞!

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Amber

8:40 am

La estridente alarma resuena en mis oidos, aún sumergida en las profundidades de mi sueño, suspiré profundamente y me prometi a mí misma, cinco minutos más... Pero, por desgracia, los domingos también son días de despertar temprano. Con un gemido de descontento, me incorporé en la cama, parpadeando para aclimatarme a la luz, y luego, con la resistencia del sueño aún atada a mis pies, logé ponerme de pie y arrastrarme hasta el baño. Ahí, en el frío azulejo, comencé a lavarme la cara y a realizar mi ritual matutino de aseo personal. Una vez que terminé, regresé a mi habitación y mi mirada se posó en el reloj. Mi corazón se detuvo.

Mátenme.

Voy tarde, no me jodan, corrí al armario y comencé a buscar ropa, después con desesperación intentaba quitarme la pijama, pero lo único que logré fue caerme al suelo. Mierda. A luchas conseguí que la pijama saliera de mi... y como si me estuviera apuntando con una pistola, con tanta rapidez comencé a cambiarme; una vez que estuviese lista corrí a la puerta, y, gracias a dios un taxi estaba estacionado en la calle, rápido Amber, rápido. me dije a mí misma, corriendo hacia el taxi. Sin aliento, asomé mi rostro por la ventana.

—¿Está libre? —pregunté, echando un vistazo al interior vacío del taxi, abrí la puerta y me subí al carro haciendo que el conductor se sorprendiera un poco. —Sabe dónde habrá un concierto? –le pregunté, con la respiración todavía agitada.

—Si, claro... pero será más noche... –me respondió, a lo que repliqué rápidamente. —No importa, lléveme ahora. –Le ordene y el asintió la cabeza encendió el motor y comenzó a avanzar

Mientras el taxi avanzaba, trataba de arreglar mi cabello en el retrovisor. Y yo estaba tratando de arreglar mi cabello, maldita sea. Ni siquiera me arreglé el cabello, y en intentos de hacer que mi cabello se acomodara recordé mi actitud al entrar al taxi, aparte de mal arreglada... mal educada.

—Lo siento, por... hablarle así –me disculpé, mirándolo. Él sonrió con una
mezcla de sorpresa y comprensión, y negó con la cabeza.

—Esta bien, aveces llegamos tarde y nos ponemos ansiosos... –dijo el taxista con un tono amable que contrastaba con el estrés que yo sentía. Siempre había tenido la mala suerte de cruzarme con taxistas de mal humor, pero hoy parecía ser la excepción, un pequeño oasis en mi mañana caótica.

— Así que, ¿Sabe cuál es la banda que dará el concierto? –intenté iniciar una conversación con él, tanto para distraerme como para obtener algo de información sobre el evento al que me dirigía. El taxista asintió con la cabeza y luego soltó una carcajada suave, como si mi pregunta le hubiera recordado algo divertido.

—Mi hija es muy fan de ellos... es una banda bastante popular —dijo con una sonrisa alegre en su rostro, mientras sus manos giraban con maestría el volante del auto. —¿Vas a verlos tocar? —me preguntó, girando la cabeza de un lado a otro para asegurarse de que el camino estaba despejado.

—No, no exactamente... —respondí, mientras miraba por la ventana y veía cómo nos acercábamos a un enorme auditorio. Pero lo que realmente me sorprendió fue la multitud de chicas que ya estaban allí, gritando eufóricas. —Ah, vaya... al parecer no son nada populares. –murmuré en voz baja, casi para mí misma.

Justo entonces, el taxi se detuvo. Me bajé a toda prisa, cerré la puerta tras de mí y busqué en mi bolso algo de dinero.

—¿Cuánto le debo? –pregunté, mientras rebuscaba entre mis cosas. —Para ti, solo serán 5 dólares. –respondió con una sonrisa amigable. Di un suspiro de alivio cuando encontré un billete de 10 dólares.
Definitivamente, se había ganado esa propina.

Extendí mi mano con el billete, lo tomó, el intento buscar mi cambio pero rápidamente hable.

—Quédese con el cambio, lo ha ganado. –dije con una voz amable pero firme. En su rostro se dibujó una sonrisa sincera, llena de gratitud.

— Gracias, muchas gracias. –me agradeció, sus manos enguantadas se entrelazaron con las mías en un breve pero emotivo apretón, y me soltó y vi arrancar su taxi, desapareciendo en el bullicio de la ciudad.

Mientras veía alejarse el taxi, una ola de ansiedad me invadió. ¿Cómo demonios iba a entrar a ese lugar? Me giré para enfrentar a la multitud de chicas, cada una de ellas parecía más emocionada que la anterior.
Sus gritos y risas llenaban el aire, creando un zumbido constante que hacía latir mi cabeza. Entonces se me ocurrió una idea.
Empecé a acercarme a las chicas, saqué mi teléfono y marqué un número. El sonido del teléfono sonando apenas se podía escuchar por encima del alboroto.

—Amber, ¿qué pasa? –me preguntó mi abuela a través del teléfono, su voz sonaba distante y preocupada.

—Abuela, hay demasiada gente, no sé por dónde entrar. —dije casi gritando, tratando de hacerme oír por encima del ruido.

Soy una maldita genio.

—Oh! Espera un segundo, le diré a tu abuelo —me respondió ella, también a gritos. Hubo un silencio, y de repente vi a unos guardaespaldas salir de un edificio cercano y comenzar a buscar a alguien. — Rose, cariño, tu abuelo mandó a unos guardaespaldas para que te busquen, acércate a ellos y diles que eres Rose Walton, ¿está bien?

Siguiendo sus instrucciones, me acerqué a los guardaespaldas. Uno de ellos me reconoció, me tomó del brazo y me llevó a través de la multitud hasta el auditorio.

—Gracias, abuela. Cuando llegué había tanta gente... Oh, espera, ya entré. Te quiero, nos vemos más tarde. –me despedí rápidamente antes de colgar, mientras los hombres me escoltaban hasta la parte trasera del escenario. Una vez allí, un hombre alto, con canas en su barba y cabello, se acercó a mí.

—¿Eres Rose, verdad? —preguntó, a lo que asentí. —Vaya, has crecido mucho desde la última vez que te vi —dijo, acariciando mis hombros con suavidad. Yo no recuerdo haberte visto en mi vida, pero estaba más preocupada por aprender todos los coros en menos de un día.

—Sí... Verás, no conozco bien a la banda. No me malinterpretes, seguro que son geniales, pero... –mi voz se desvaneció al ver su rostro volverse serio y retirar sus manos de mis hombros, que horror... eso sonó terrible, dilo de otra manera, rápido Amber!

—Me gustaría escuchar los coros que voy a cantar, si es posible –añadí rápidamente, intentando suavizar mi anterior comentario. Su rostro se relajó y volvió a sonreír. -Ah, claro... espera un... —no logró terminar la frase cuando el sonido de una guitarra eléctrica empezó a resonar por todo el estadio. El sonrió y dijo algo que no pude escuchar por el ruido de la música. Pero pude leer sus labios: "Tienes suerte, ya están aquí... ve", señaló unas escaleras que llevaban al escenario.

Con el corazón latiendo en mi pecho, comencé a subir las escaleras, sintiendo cómo la música se apoderaba de cada fibra de mi ser. Una vez en la cima, seguí las luces hasta el escenario. Rodeé un pequeño pasillo y ahí estaba, el chico de la cafetería, con un micrófono en la mano y moviendo su cuerpo al ritmo de la música...

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Crossed Love ; 𝐁𝐢𝐥𝐥 𝐊𝐚𝐮𝐥𝐢𝐭𝐳 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora