Pʀᴏ́ʟᴏɢᴏ

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Frío

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Frío. Uno cual temperatura era como un filo que cortaba cada espiración trazada en la angustia por conseguir el oxígeno necesario para los pulmones, esos que parecían quemar ante cada inhalación. El miedo le abrigaba a tal punto que sus manos fueron capaces de transpirar a pesar de estar trémulas y frías. Sentía sus piernas desfallecer ante el largo y descoordinado trote.

Pero no había tiempo, debía correr, debía huir.

La espesa niebla de aquel desolado bosque, envuelto en la negrura de una noche de luna menguante, le dificultaba su visión, esa que se desviaba del camino irreconocible, para dar vistazos sobre su hombro cada cuanto en busca de dar con quien le seguía. En busca de dar con... alguien que debía estar con ella.

«¿Dónde...? ¿Dónde estás? —se preguntaba mirando a cada lado, percibiendo más pisadas sobre las hojas secas, que las suyas—. Pero sobretodo, ¡¿quién demonios eres y... por qué te busco?! ¡¿Y... de quién huyo?!»

Una lágrima corrió por su mejilla, burlándose quizás de saber el porqué de sus preguntas, siendo una ingratitud para ella, incluso su desmesurado latir que aguardaba cierto dolor, ¿pero de qué? Solo eso le hizo querer plantarse detrás de algún árbol y echarse a llorar, por un motivo desconocido para su corta memoria llena de pasado, no de un futuro que, incluso, ya predecía un dolor agudo.

Una hilera de grandes árboles de abedules frente a ella, le hicieron desviarse de un camino que ya trazaba. Sintiendo que la velocidad de su trote se veía entorpecida al quedar parte de su vestido blanco enganchado de alguna rama seca.

—¡Ah...! —Su intento por ejercer más fuerza y velocidad para salir airosa de aquel infortunio evento, se vio agravado llevando su cuerpo por una pequeña pendiente que la envolvió en varias vueltas acompañadas de hojas secas, y alguna imprudente rama seca que encontró superficie fácil de penetración ante su afilada y fuerte punta—. ¡Argh!

Su trémula mano se estacionó en su abdomen, allí donde otra temperatura coloreada de desgracia, se traslució en lo blanco de aquel vestido, y pintó su mano. Esa que ahora se plantaba delante de ella, mostrando lo palpable a sus miedos.

—No, Jennie. No debes... desmayarte. Esto no puede ser... real.

Volvió a tocar sobre su abdomen, apretujando con el fin de que aquel dolor le fuera capaz de sacar lágrimas, esas que fueran más reales, queriendo lo contrario ya que no quería desmayar. La última vez que vio aquel líquido rojo fuera de su lugar, saboreó un caso extremo de perder memoria antes de algún evento o enfermedad que lo amerite en el tiempo, y no un terrible y nefasto padecimiento de fobia.

Y como si algo se apiadara de ella, de su contexto poco definido pero con un objetivo, logró avistar una luz, débil, difusa, pero que le permitió dar figura a una ventana cual pertenecía a la gran casa de aspecto inglés ubicada mucho más adelante. Ocupó su mente y cuerpo herido en ir allí, en ignorar el dolor que latía en su abdomen al momento de erguirse y emprender pasos. A ignorar lo que la llevaría al desmayo y entrega de su cuerpo a quien huía.

I SEE YOU →JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora