Cᴀᴘɪ́ᴛᴜʟᴏ ₂₃

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—¿Mamá? —la soledad fue el abrigo de mi voz adolescente

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—¿Mamá? —la soledad fue el abrigo de mi voz adolescente.

Plantada al final de la escalera que daba al segundo piso, miraba hacia abajo, con la poca luz que me daba aquella lámpara de querosene alzada en mi diestra. Dudosa, con cierto temor instaurado en el pecho, emprendí pasos bajando las escaleras, percibiendo el rumor de un murmullo, de una voz cual se hacia más cerca a medida que avanzaba.

—Oh —alcé más la lámpara, iluminando las cortinas color vino tinto que marcaban el límite a lo prohibido—. Pero no es tan prohibido cuando ayudo a mi madre, quizá esté allí y necesite de mi don para algún cliente.

Sabía que tales horas donde la oscuridad era el mandato tácito de ir a la cama, no se me tenía permitido estar despierta ni mucho menos fisgonear aquel lugar de trabajo de mi madre. Pero algo me llamaba, y tal murmullo para mi necesidad de abrigo y caricias por parte de mi madre, tenían su nombre.

Mi mano libre se alzó, apartando la cortina dividida en medio, descubriendo con la luz de mi lámpara a mi madre de espaldas, frente a la mesa, recitando el murmullo al parecer solo para ella, para su escucha y para quien fuese dirigido. Su pelo largo, negro, caía sobre su espalda, allí donde acerqué mi mano libre con el fin de tocarle para que reparara de mí aunque una reprensión me esperase.

—¿No crees que es hora de que estés en cama? —Su voz fue un espanto a mi cuerpo que rápido dio dos pasos hacia atrás. Porque no era mamá. Era esa persona, esa energía que me perseguía, no se trataba de ella.

—¿Mamá? —Desconcertada y abnegada, le volví a llamar—. No me gusta esto, mamá.

Mi lloriqueó denotaba la fragilidad del momento, y el temblor en mi mano cual aún sostenía la lámpara, el temor que se adueñaba de mi cuerpo. Un suspiro se atascó en mi garganta cuanto aquella figura imitadora a la de mi madre, se erguía de pie, aumentando su altura que me hizo alzar mi rostro cubierto en el miedo.

—¡No eres mamá! ¡¿Quién demonios eres?!

De a poco su cuerpo se fue girando a la par que mis pies marcaban pasos hacia atrás, quedándome estática cuando el rostro se viró y cerré mis ojos con brusquedad por miedo a que algún espanto se hiciera de mi visión y cordura. Resguardada tras mi mano izquierda sobre mi rostro, despejé mis párpados viendo entre mis dedos el rostro sonriente de mamá.

—¿Mamá?

—Sí, Jennie. Soy tu madre. Ven —alargó sus brazos hacia mí—, dale un abrazo a tu madre. Solo quieres que te lea un cuento, ¿verdad?

No.

No lo era.

Era su rostro y figura perturbados por la voz indescifrable de quien quería hacerse de mi cordura.

—¡No lo eres!

Eché a correr sin mirar detrás, sintiendo como el sonido de mis pasos se enjuagaban con el sonido de otros más. Perturbando mi visión con un pasillo desconocido que casi me hace cesar mi trote, ese que ahora era dictado por piernas más alargadas. Y eso, eso sí me hizo detener. Porque el contexto a mi alrededor cual se descubría tras la luz pálida de mi lámpara en su aspecto austero, descuidado, abandonado, también se adueñaba de mi cuerpo.

I SEE YOU →JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora