1954. Donghae, Corea del sur.
Sabía lo terminantemente prohibido que tenía, fisgonear el lugar donde mi madre llevaba a cabo sus labores. Pero pasada cierta edad, donde cierto don fue el descubrimiento necesario para sumar ganancias, prácticamente resultaba ser mi segunda habitación tal cuarto esotérico. Mismo que era un desligue total en comparación a la modesta casa donde habitábamos.
Unas grandes y largas cortinas de seda color vino tinto con bordeado en hilo dorado, separaban y daban paso a la vez, a un cuarto lleno de implementos que mis manos siempre apremiaban bajo la curiosidad, siendo otras la que me separaban de lo mismo tras cierto golpe sobre las mismas, como ahora.
—No te hará falta inmiscuirte en ciencias oscuras cuando se te ha otorgado un don por alguna deidad —me reprendió como siempre, apartando aquel libro de encubierta color negro con alguna figura dorada cual formaba una extraña estrella.
—¿Libro de las sombras?
Se giró en sus talones, dirigiéndome una mirada tenaz que me hizo sentarme sobre algún cojín disperso en el suelo cubierto de una gran alfombra rojiza. Era un comportamiento aniñado aun cuando ya era una adolescente. Pero siempre le tendría respeto y temor a mi madre, a Jo Hyejoo.
—La desobediencia en conjunto a tu imprudente curiosidad, te harán transitar por el camino del mal. —Alzó su mano ocultando aquel libro en lo más alto de una pequeña estantería de madera—. Si alguien se debe perder, créeme que no serás tú, cariño.
Le miré mientras encendía aquellas varitas de madera cuyo olor me era impertinente. Su largo vestido de terciopelo, cubría su larga, delgada y esbelta figura. Si algo amaba de su extraño trabajo, era su vestimenta, su manera de volver su apariencia algo sublime en feminidad. Podía ser una niña de apenas doce años, pero podía entender que ciertos clientes habituales, solo venían por verla a ella, no a las cartas que ella desplegaba sobre la mesa al lado de aquella bola de cristal.
El encendido de aquellas llamas provenientes de las diferentes velas situadas a los lados de la mesa redondeada, marcaban el inicio de alguna sesión, tal y como ella le llamaba. Así que tomé mi cuaderno de dibujos junto algunos creyones, y me planté al final del cuarto, alejada de la mesa, pero de frente a la entrada, allí donde me era fácil ubicar al cliente de mamá, cerca de donde ellos dejaban alguna pertenencia que me era de puntualidad para mi labor.
Una mirada inquieta, como si quisiera y a la vez no detallarme, se plantó de lleno en mí. Acercándose, mi madre se arrodilló a mi lado.
—Recuerda que...
—No exponerme en demasía —le interrumpí tal monólogo de siempre—. Dejar que todo fluya naturalmente al cerrar mis ojos y no presionarme.
—Jennie —su mano amagó con acariciarme, siendo sus dedos los que besaran mi mejilla en apenas un roce—, solo actuarás si es necesario, si vislumbras algo que yo pueda puntualizar al cliente. No te expondré a realizar más meditaciones como aquella vez.
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I SEE YOU →JENLISA
أدب الهواةHuir. No había otra palabra que definiera mis acciones y mi vida en sí. Huía y no sabía de quién, pues a donde quiera que llegase la muerte se plantaba a mi lado, fijando su atención en quien yo mirase, con el fin de tenderme en sueños la oportunid...