Cᴀᴘɪ́ᴛᴜʟᴏ ₂₇

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—¡No! ¡Lisa! No

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—¡No! ¡Lisa! No..., no mueras.

Era sorda a cualquier sonido que no fuera los retumbantes latidos de mi corazón, y la silbante respiración de Lisa. Pero sabía que estaba gritando sentida, adolorida, pues mi garganta dolía a horrores. El temblor en mis manos aumentaba, y el espanto en mis ojos de lágrimas temblorosas, cuando estas se posaban sobre la herida de Lisa, cuando la sangre dibujaba un fatídico charco a un costado, generándome arcadas de inmediato.

Pero no por mi fobia. Sino por miedo de verle morir. De estar guardando las últimas imágenes de Lisa, exhalando sus últimos alientos.

—Je-nnie... —bajo un tono quejoso, entre una respiración jadeante, Lisa intentaba hablar.

—No —mi mano corrió a su quijada, manchándola de sangre, todo con el fin de evitarle esfuerzo alguno—. No... No, no, no hables.

—Te amo...

—¡No! —Amagué con sellar sus labios temblorosos con mis dedos ensangrentados.

Porque no.

No quería.

No quería escuchar tal confesión en tales circunstancias bajo su expresión de dolor. Porque no lo tomaba como una confesión con la esperanza y hegemonía del amor. Era una confesión como aquellas palabras con las cuales quieres despedirte, dejar claro algo que ejecutabas tras actos, guardándola por miedo de corroer la relación y alejar a quien amas. Siendo tu vida en vilo, lo que te plantara en nada que perder.

Y cuando una nube parecía oscurecer su mirada, un bloqueo vino a mí. Casi congelando mis acciones, casi viendo como salida un desmayo al ver la sangre tan viva, tan sentida en tibiez en mis palmas. Pues no sabía qué hacer, desviando mi atención sobre las escaleras cuando un crujido alentaba pasos sobre ellas. Siendo mi rostro oscurecido con la sombra de la persona en ellas, sombra que ahora tenía su forma, la forma de Sandara.

—Cualquier alma es buena para sellar mi pacto de tres jovencitas; una por cada mes de gestación que tuvo mi criatura.

El arma que había violentado el cuerpo de Lisa, fue alzada en su mano con el escarnio brillando, goteando, quebrantando más mi alma.

—¡Maldita seas, Sandara!

Y por primera vez vino a mí el deseo de hacerme de una vida, de una que se había hecho de la mía, de la de mi madre y mi padre. Y ahora, se jactaba de hacerse de la de mi único amor. De la única persona que brindó algo de realidad en tanta pesadilla llena de fatalidad. No podía entender su dolor cuando ha hecho una miseria mi vida.

Un calor sobre mi mano, me hizo desviar mi mirada cual cercenaba a Sandara, corriéndose sobre el torso debajo de mí, advirtiendo la mano de Lisa cubrir la mía. La mía que intentaba parar sangrado, siendo intrépida, valiente, y totalmente ignorante de lo que significaba para mí tal líquido ahora formando parte de mi piel. Corrí mi mirada que no era tan valiente sobre otra que me esperaba, siendo su respiración ruidosa la que la volviera angustiada.

I SEE YOU →JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora