Cᴀᴘɪ́ᴛᴜʟᴏ ₁₁

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Inspiré relajada el puro aire primaveral

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Inspiré relajada el puro aire primaveral. Balanceando mi cuerpo en aquel columpio en medio de un paraje donde, el único árbol parecía ser aquel del cual colgaba el columpio. Una alegría inundaba mi cuerpo descubierta en mis labios, misma que aumentó más cuando admiré mi vestimenta; contaba con mi vestido favorito pero...

Extraño. Mis pies descalzos se plantaron con firmeza sobre el pastizal con la misma prontitud que mis emociones se mudaron a la inquietud. La vestimenta era atemporal, no debería vestir con ropa de mi infancia ni mucho menos... Como si mi cuerpo intentara convencerme, mis manos se alzaron ante mis ojos que detallaron lo diminutas que eran.

¡Mamá! Ella debería estar aquí, conmigo, en este tiempo donde aún sus caricias eran el despertar de mis días—. ¡¿Mamá?! Mi voz aniñada, se elevó con angustia al igual que mi mirada avizorada.

Emprendí pasos girando mi rostro sobre mis hombros, dando vueltas sobre mi eje, tantas que intercedieron en mi visión totalmente desconfiada ante el mareo. Notando mi figura en medio del pastizal, rodeado de árboles que llevaban a la oscuridad de un largo bosque.

«Corre».

Mamá... hablé a la nada, notando que aquel susurro fue un eco en mi imaginación, un eco en mi mente que advertía de algo que yo desconocía.

«Corre».

Mis pies parecían pesar, parecían ser parte del pastizal y no acataron la orden de aquel susurro, ni mucho menos la orden de mi mente. De pronto, aquel panorama del paisaje, se volvió brumoso, como si se hubiera espolvoreado ceniza, consumiéndose en una oscuridad. Y tal fue el susto que infringía tal escena, que mi cuerpo emprendió a correr con vista sobre mi hombro, tras de mí, porque sentía la presencia de alguien emerger de la niebla.

¿Dónde es...? Mi pronta inquisición a la nada, se vio paralizada ante la voz que surgía entre mis labios.

No era mi voz. Ya no era mi voz aniñada, era más madura. Pero no le conocía.

Mis pies, aún descalzos, visibles a cada larga zancada, ahora eran grandes. Al igual que mis manos donde...

¡Sangre! Manchada, ligada a la oscura tierra que incluso sobresalía de mis cortas uñas. Donde apenas avisté una pulsera bordeando mi muñeca. La cual tampoco reconocí.

Esperaba sentir el vahído que cercenaría mis sentidos dejándome a merced de la oscuridad. Pero no. No sentí arcada alguna ante el avistamiento de la sangre en mis manos y... vestido. Uno largo y fuera de mi estilo, tan sencillo y pobre en tela.

¿Acaso...?

¿No era yo?

Antes de seguir ahondando en algo tan ilógico, mi automático y abstraído trote, se vio contextualizado por una gran iluminación que me cegó de momento, sintiendo el sonido de un trueno luego, cual fue capaz de hacerme contraer mis manos sobre mis oídos y trastrabillar por una pendiente.

I SEE YOU →JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora