Una despedida y mucho tinte rosa

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—Me tengo que ir, tengo que salir de aquí. No puedo quedarme aquí. No pertenezco a este lugar. —Susurro—Debo encontrarme, debo ser yo misma.

—Vamos. Eres mi hija. No hagas esto. No te vayas. —Sus ojos están húmedos. Verla llorar duele, pero no quiero seguir así.—Puedo perdonar lo que hiciste, como Dios va a perdonar.

Tiro la cabeza hacia atrás, tratando de no llorar.

—Es ese el gran problema, no entiendes lo que pasa.

—¿A qué te refieres?

—No, yo...no puedo. Simplemente no puedo. —Sujeto la correa de mi bolso rojo con fuerza.

—¿Por qué no? —Niego con la cabeza.

—Simplemente no puedo. Tú no me entiendes. No sabes nada de mí. Creo que tanta censura por tu parte ha hecho que yo no me entienda, que no sepa que quiero. Todo es tan confuso.

—Pero... eres mi hija. Por supuesto que te entiendo.

—Entonces dime ¿por qué bailo?

Parece estar desconcertado por la pregunta. —Porque quieres llevarme la contra Cassie, sabes que no estoy de acuerdo con eso, es una fase. Todos los adolescentes lo hacen. —Tengo que reír en voz alta.

—Dios. ¿En serio? Tengo 19 años, ya no soy una adolescente, esto no es una fase, si quería "disgustarte" simplemente podría haberme hecho una perforación o un tatuaje estúpido—Me quejo—. Eso es exactamente lo que quiero decir. No entiendes algo básico sobre mí. Adoro la sensación de libertad que me da la danza, el correr a través de una canción, olvidar los problemas, el dolor en los músculos a causa del esfuerzo. No voy a abandonar nada de eso. No es mi elección. No quiero ser la esposa de un pastor. No quiero ir a las reuniones de oración todos los miércoles, dos servicios en domingos y pequeños grupos, los lunes y los jueves al estudio bíblico de las mujeres. Esa no es mi vida. No quiero estar con alguien que se conforme con un sueldo de mierda, y viva en una casa minúscula como su mentalidad. A mí ni siquiera me gusta la iglesia. Nunca lo ha hecho.

Dejé que asimilara todo, y luego deje caer la verdadera bomba:

—No creo en Dios.

—Cassandra, no sabes lo que estás diciendo. Estás actuando como una rebelde. Pero no debes decir esas cosas.

Me dan ganas de gritar de frustración.

—Estoy molesta, pero sé exactamente lo que estoy diciendo. Esto no es rebeldía sin causa, es algo que he querido decir por años. No lo había hecho porque siempre quise ser lo que querías, quería dar la talla. No quiero pelear. Básicamente soy un adulto, y... ya no tengo nada que perder.

—Tienes diecinueve años. Crees que eres un adulto, pero no lo eres. Ahora comienzas a trabajar, ni siquiera es un trabajo real. Tu ropa, tu manicura, tus clases de baile, todo, todo lo hemos pagado tu padre y yo, siempre... No durarías ni un día por tu cuenta.

No debiste decir eso.

—Mírame.

Recojo mi maleta y extiendo el mango, levantándola sobre sus ruedas. Noah está esperándome en la camioneta de mi padre, mientras yo me "despido"

Mamá se mueve delante de la puerta.

—No te vayas.

—¡Permiso!

—No. —Cruza los brazos sobre el pecho.

—Deja que me vaya.

—No. —Parece hincharse, para tomar fuerzas para desafiarme—. No te vas a ir a vivir una vida rodeada de prostitutas y homosexuales. Eso no es lo que espero de mi única hija.

Dark RoomDonde viven las historias. Descúbrelo ahora