CAPÍTULO 20

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Leila

Supongo que no tenía más opciones, Reyes ya estaba cruzando el lumbral cuando torpemente terminé de pagar la comida que pidió, comida que por cierto, no se había acabado.

—Señor, ¿A dónde va?

—Caminemos un poco estoy harto de estar sentado. —seguir sus pasos es complejo. No es que sea muy alto, pero por las zancadas que da, cualquiera juraría que el mismísimo diablo lo persigue.

—Al menos si me pondrá a caminar, debe ser por el sendero, nada de desvíos al bosque y tiene que seguir hablando. —Ordeno al alcanzarlo, aunque no es que preste mucha atención, asiente y me esquiva para seguir caminando.

Verifico apurada si el móvil sigue grabando y... carajo llevamos treinta y cuatro minutos hablando. Erick debe estar saltando a una pierna.

—Usted mencionó una propuesta de huida, ¿Leila aceptó? ¿Ustedes lo lograron?

—Cuando miro atrás y evoco aquellos días, desearía con todas mis fuerzas que lo hubiésemos logrado, pero no fue así. —sus pasos se ralentizan y su ánimo decae notablemente.

«Esa noche, se escabulló de su cuarto y salió de su casa. La tomé de la mano, le juré que una vida distinta, una vida mejor lejos de ese lugar y ella aceptó. Ella estaba tan nerviosa como entusiasmada, confío en mí y en mis palabras, y yo no cumplí mi promesa.
Yo cometí un error, uno muy pequeño, pero estúpidamente importante. Debí sacarla del pueblo a penas tuvimos oportunidad, pero no. Yo quise ir a mi casa, para tomar el dinero que había guardado. Entramos sin problemas, pero mamá tuvo que despertarse. Ella tuvo que vernos y tuvo que acabar con la única oportunidad que tuvimos. Al saber que Leila estaba allí, llamó a la casa de Franco y todo se derrumbó.»

—No la volví a ver. —otra vez sus pasos se aceleraron, no habían pasado ni once minutos cuando ya estamos en una gasolinera.

—¿Puede darme la fecha exacta?

—2 de abril del 2.024.

—¿Abril? Pero de eso a su defunción pasó casi un mes. —Creí haber leído que ellos se comunicaron días previos a su muerte.

—No hablamos más después de eso. Yo nunca pude despedirme. No pude abrazarla por última vez... —el hombre lucía devastado, no se había detenido hasta ahora. Seguimos en la gasolinera, pero estamos cerca a unos autos estacionados.

—¿Y qué me dice de las cartas? —leo el informe con desesperación al no encontrarle sentido a sus palabras.

—¿Qué cartas? —y luce realmente desconcertado.

—¿Ustedes nunca se comunicaron por cartas?

—¿Cartas? Los únicos momentos donde Franco no estaba sobre Leila era en el trabajo, ¿en serio cree que el monstruo de su padre hubiese permitido que habláramos por cartas?

—Pero... no...

—La única nota que recibí fue en mi fiesta de graduación. —me corta, acercándose —¿Qué tonterías dicen esos papeles?

—¡¿Y la lencería, el móvil?! —estaba perdiendo los nervios y casi al instante noté la afilada mirada de Erick en mi nuca.

No se como no la noté antes, está a dos coches de nosotros. —¿Cuál era la señal?— ah sí, tocar mi labio con el índice.

—¿Lencería? ¿De qué está hablando? Leila y yo nunca tuvimos sexo. Lo máximo que hicimos fue besarnos en la biblioteca. —esto no tiene sentido.

—¿Usted le dijo todo esto a la policía?

—Sí, en ese momento el sheriff Marcial seguía ejerciendo, él se encargó de todo, me interrogó y luego se determinó que había sido un suicidio. —hace una pausa, tragando grueso —Ella no lo resistió más. En alguna ocasión mencionó que lo que la mantenía cuerda era su ilusión de irse del pueblo y cuando niña le gustaba verme fuera de su casa, pasando con mis amigos o lo que sea. Ella me recordó durante toda su vida y yo... yo no...

La Sombra De Tu PresenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora