Prioridades
Las luces eran neutras y la mesa donde nos encontrábamos contemplaba la oscura noche que transmitía la ventana.
Adentrada en conversaciones ajenas al trabajo, pasaron las horas sin dar aviso.
Chismes de pasillos recorrieron mis oídos, aturdiendo a mi mente con cada risa que me zarandeaba. Conocer confesiones escandalosas y situaciones incómodas de otra persona crea un vínculo especial. Pronto se me hizo imposible no intervenir y empezar a narrar.
—A mi me pasó algo similar, pero este chico no me correspondió, así que, todo el instituto se enteró de mi loco amor por Karim Boscet y quedé como otra niñita más que cayó en los enredos de los Boscet. —culminé mi relato logrando mi cometido, arrancarle una bochornosa carcajadas a mi acompañante.
De sus labios no salía aquella risa agraciada ni estipulada por esas películas.
Sam reía con fuerza, digna de contagiar a quien la veía demasiado.
A mí me conquistó de inmediato y con el transcurrir de los segundos, el dolor en mis costillas exigía un descanso.
—¡Que fuerte! —acabando el líquido carmesí en su copa, volvió a hablar— Me imagino la vergüenza después.
—Duré mi buen tiempo en regresar a clases normales. Para cuando regresé ya se habían olvidado de todo, no recuerdo que otra cosa ocurrió, pero fue suficiente para atraer la atención de todos mis compañeros.
Sonreí ante el nostálgico recuerdo de mi madre aguantando las ganas de abofetear mi rostro cada que mi cuerpo se zarandeaba con un nuevo llanto, causado por el rechazo de aquel príncipe sin capa.
—¿De qué te ríes, ahora? —cuestiona. Indignada por no conocer mis pensamientos.
—Es que no te imagino sosteniendo una pancarta para declararte a un tipo. —Hago referencia a su historia cómica, contada momentos previos.
—Al menos, yo si fui correspondida —Algo me decía que si no tuviese algunas copas encima, ese comentario no hubiera salido de su cabeza.
Toco mi pecho susurrando —Auch.
—¿Qué? ¡Es verdad!
Otra ronda de risas llegó junto a dos cócteles traídos por el mesero —Señoritas.
—Disculpe, nosotras no hemos pedido más. —comento mirando a sus ojos oscuros.
—Se las mandan los hombres de allá. —Con elegancia señala a un punto de la sala. Separado de nosotras por un par de mesas.
—Creo que ya vamos demasiado contentas. —puntualiza con voz serena, Sam.
—Son un obsequio. —reitera el hombre.
—Dígales que, gracias, pero no aceptaremos las bebidas. —hablo con firmeza, sin dar paso a más respuestas el mesero se lleva consigo los cócteles.
Sam suspira cuando el hombre ya está lejos de la mesa— Que miedito.
—Sí. Ya va siendo hora de irnos. Mañana tengo clases. —paso una mano por mi rostro.
—Y yo trabajo, pero como no está el jefe... —hace un pequeño baile de celebración —Como dicen por ahí, cuando el ratón se va, los gatos hacen fiesta.
Rio, analizando aquel refrán, algo me dice que así no era.
Ya fuera del bar, tomar un taxi no supone mucho problema para ninguna, era una cuadra concurrida y tampoco era demasiado tarde.
—¡Te veo en la agencia! —sentencia Sam.
—No se si debería ir. Ya sabes que Devora me echó.
—Para tu pesar, Devora no puede echar a nadie, ese es el trabajo del sargento y estoy segura que el guaperas de Erick te quiere ahí. —ríe de sus propias palabras, ya sentada dentro del vehículo. Impidiendo que arrancara para seguir hablando.
—¿Qué dices? ¡Ese es el primero que me quiere fuera! —dudo si era realmente necesario gritar, estábamos prácticamente frente a la otra.
—¡No! ¡A el sargento le gustas! ¡Yo lo escuché, pero no le digas. Porque, entonces, ¡si me echan! —la risa es estruendosa, tanto que termino riendo con ella.
«Que locuras dice», pienso —¡Estás borracha!
—¡Sí! —saca medio cuerpo por la ventana para darme un abrazo. —Ya tengo que irme, amiga ¡Nos vemos mañana!
***
La tan mencionada y temida resaca está hospedada en mi cabeza, lo peor de todo, es que en sus planes no está irse pronto.
Los recuerdos de anoche se filtran en mi mente hasta colarse en mis labios, formando una sonrisa en plena clase.
La maestra explica de forma peculiar, dice tres palabras y espera que nosotros terminemos su idea. Una que otra vez ocurre, pero la mayor parte del tiempo pasa esto. Silencio. Nadie sabe que agregar ante la expectación de la mujer que arruga su entrecejo.
Con indignación, suspira— ¿Nadie? ¿Cómo es posible que no sepan de qué hablo? Son estudiantes de penúltimo semestre, ¿qué harán allá afuera? ¿En la vida real?
Como la salvación a todos nuestros problemas, el fin de la clase llega. La exasperación de la señora de Duarte, no disminuye al vernos abandonar la sala.
El campus hoy está más concurrido que de costumbre, mi habitual vida ya se asienta nuevamente en mi realidad. Pocos son los que recuerdan y las miradas o comentarios ya no son concurrentes.
—¡No puedes fallar! —Traicionada por la imprudencia de mis ojos, dirijo la mirada al grupo femenino a mi izquierda. Mara era el centro de atención, la única escuchada entre ellas. Nuestras miradas conectaron por lo que pareció una eternidad hasta que aparto la vista sin dejar ver si una sola emoción.
Me pregunto que tan notaria fue mi expresión. Que tan fácil fue ver el dolor en mis ojos o como se unió mi entrecejo.
"Sería mendaz decir tu nombre y fingir que no duele intensamente"
Recito en mi cabeza esa pequeña parte de un poema que leí hace poco.
Y aunque en realidad este hablase de la pérdida mortal de un ser querido, algunas de sus letras describen las emociones que corren dentro de mi cabeza al notar la lejanía que representa aquel par de pasos que nos separan.
Sólo hizo falta una canasta para que los espectadores se alcen en celebraciones. Añoro el armonioso silencio de mi apartamento y espero que el viaje en metro no se me haga eterno.
Jugueteo con el móvil en mis manos. Ya embarcada en el transporte. Hasta que vibra por la llegada de una notificación.
Tras verla, sonrío por su destinatario.
Sam:
Me duele la cabeza y te culpo de todo.
Devora está insoportable, ya informó al sargento de la situación y pidió que fuese prioridad.
Amber:
No puedes culparme, tu debiste ser la adulta responsable.
Ignoro de forma obvia su segundo comentario, y su respuesta con emoticonos indignados no se hace esperar. Hablamos solo un poco más antes de despedirnos. Debo comer algo antes de enfrentarme a el trabajo.
Cuando me refería a un gran cambio tras entrar a este programa, mis pensamientos se dirigían a los inmensos conocimientos que adquiriría con la constante compañía de personas que conocían todas las matices de este mundo en el que añoraba adentrarme. No a la pérdida de personas que hacían mi entorno más sosegado o lo cansado que resultarían mis días sin tener descanso, pero no hay mal que por bien no venga.
Esa es de las frases más características de mi madre, siempre veía algo positivo de cuál tragedia se presentara. Cuando llegó la noticia que sentenciaba a mis padres a no poder tener más hijos, ella solo creyó que se trataba de Dios dándoles una señal para que se centraran en la hija que ya tenían. Y así, con todo lo que ocurría en nuestras vidas.
Siempre deseé ser un poco más parecida a ella, con ese detalle en específico.
Este cambio, me acerco a personas como Sam y Anthony, que a pesar de conocerlos hace poco han sido de mucha ayuda a la hora de alivianar mis días.
Tras pasar las horas que suponían mi descanso para comer, me encuentro vestida y lista para enfrentarme a clientes educados y no tan educados.
—¡Para ya! —la orden, aunque clara, carecía de firmeza. Esa era la voz de Regina, ¿qué le ocurre? Llegué lo más rápido posible al cuarto de baño.
Acorralada contra la pared la risita nerviosa que salía de sus labios rojos e hinchados contrariaba con la petición hecha. Nuestro jefecito, no paraba de besar su cuello y exclamar a susurros empalagosas promesas que se tornaban a juramentos llenos de lujuria.
—Lamento mucho interrumpir, pero el señor Cristian ya llegó y está preguntando por su hijo.
La expresión de horror en sus rostros era digna de ser enmarcada. Luego de soltar ese comentario salí del baño y me dirigí a mi puesto, la tarde perdía fuerzas y la llovizna que comenzaba mantenía mis mesas vacías, convirtiendo el día en uno muy poco concurrido.
Mi compañera llegó a mi lado instantes más tarde. Seguía acomodando su uniforme y revisando su maquillaje en un espejo portable. Mi sonrisa mal disimulada no tardó en aumentar su vergüenza.
—¿El hijo del jefe? ¿En serio? —Me fue imposible no comenzar a reír.
—¿Qué te puedo decir? Es bueno explicando las bases económicas.
—Sí, seguro que en clase dejaron de tarea ligarte con otro estudiante. —La complicidad en nuestros ojos bailaba como la de un par de niños tras acordar culpar al perro de su travesura monumental.
Al terminar la jornada propuse ir a mi apartamento a tomar algo y que así me contara a detalle cómo había ocurrido tal dislate.
—No tengo idea en qué momento pasó. O sea, él está bueno y todo, pero... de ahí a besarnos. —Mi primera reacción fue burlarme de su declaración.
—Tal vez, burlarte tanto de su actitud, peinado, ropa, forma de hablar y su carrera, te llevó a mirarlo con otros ojos. —expuse robando de sus manos la bolsa de golosinas.
Estamos sentadas en el sofá de mi sala. Ella se hunde en su copa de vino, mientras yo me refugio en mi botella de agua. Aún no supero la noche anterior, para volver a tomar hoy.
—¿Hablabas de él? —pregunto suavemente.
—No se a qué te refieres —replica acomodándose más entre los cojines.
—Hablo de la extensa charla sobre responsabilidad afectiva que tuviste con Sergio, ¿recuerdas?
—Sí, me acuerdo de eso.
—Ese día te sentí rara, ¿te referías a él? —Tomo un sorbo de mi botella para intentar aliviar su incomodidad.
—Creo que sí. —suspira largamente— Es que, cuando comenzó el coqueteo yo supuse que no sería nada serio, pero luego nos besábamos, me enmarañaba en cursilería barata para desaparecer, ignorarme al día siguiente. Era insostenible. Pero ahí estaba yo dejando que lo hiciera.
—Ten cuidado, ¿vale? No me gustaría verte lastimada. —trato de aconsejarla, aunque se es bien sabido que donde hay sentimientos la razón y el entendimiento no son escuchados.
—No quiero hablar más del imbécil. —vuelve a tomar sus dulces y se acomoda colocando sus piernas sobre mí. —¿Cómo va tu vida en el psiquiátrico?
Rio por su forma de recordar mi carrera antes de hablar —Soy un imán de problemas. Los rumores me siguieron hasta la agencia y pues..., no han hecho más que traerme problemas.
No tardo mucho en relatarle lo últimamente acontecido y al terminar no es sorpresa que ella solo se dedique a despotricar en contra de todos con quienes tuve inconveniente, guardando los peores insultos para Mara. Culpando a mi ex amiga de todo aquello malo.
—Y pensar que la creí buena persona, nunca me agradó demasiado su actitud de niña mimada, pero no la creí capaz de apuñalarte por la espalda.
Sin saber que responder a aquel comentario, terminamos por ver una película romántica, de esas que logran subirte el azúcar con tanta cursilería.
Como gotas de aceite en un vaso de agua, mis pensamientos estaban suspendidos en el aire, acondicionando la sala junto a los acomplejados ronquidos de mi compañera. Le ofrecí mi cama para que estuviese más cómoda, pero se negó de inmediato.
El sueño ya cegaba mis ojos, pero me obligué a espantarlo cuando dentro de mi habitación, recibí la llamada de mis padres, aunque nunca imaginé lo gratificante que resultaría aquella conversación.
ESTÁS LEYENDO
La Sombra De Tu Presencia
Misterio / SuspensoAmber Campell es una joven estudiante de criminología apasionada por la mente y comportamiento humano. Su universidad en convenio con una agencia de seguridad privada, crean un programa de prácticas para sus estudiantes más destacados, con el fin de...