Capitulo 4

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Agosto 30, 2006

Todo iba de mal en peor.

Tanto para mí como para Ana las cosas no habían salido bien. Yo lo supe justo antes de que sucediera. Justo antes de que fuera muy tarde, pero la esperanza me había impulsado a pensar que todo estaría bien.

No sé como mi madre supo que Ana estaba embarazada. Lo supe años después, y los detalles ahora no importan. Solo sabía que Ana y mi madre se las habían ingeniado para posponer el contrato de mi hermana por un año y medio. Mama le había dicho a Manuel que Ana estaba severamente lesionada y que se debían ir a Suiza, donde Manuel tenía su casa de invierno. Iban a un pequeño pueblo de allí, que siempre estaba frio. Ana hacia las maletas y yo la ayudaba. Su rostro ya no tenía la felicidad que antes veía. Sus ojos, habían perdido esa chispa.

Mientras todo el caos pasaba, yo ya tenía una idea formada en mi mente.

Podía posponer el semestre en la facultad e irme con ellas a Suiza. Había hablado con una de mis amigas, su nombre era Alicia y estudiaba Leyes, ella me había alentado a hablar con el director de mi facultad, para posponer mi semestre. Este era el momento que debía estar allí para mi hermana, para mi sobrino, y... bien, para mi madre. Solo debía exponerle a mi mama la idea. Salí del cuarto y me dirigí al suyo, donde ella armaba su equipaje.

Mi madre era una belleza de cincuenta y seis años. Era delgada con una piel pálida, como de porcelana, ojos azules, como Ana y un cabello con un corte lleno de estilo, de un color chocolate. Yo era totalmente opuesta a ella, tanto en lo físico como en lo sentimental. Toque suavemente. Ella levanto la mirada y suspiro.

-¿Qué quieres, Manuela?- pregunto, obviamente molesta.

Yo mire al suelo, mordiéndome el labio.

-Quería proponerte algo, mama. Algo que podrá beneficiarles a ti y a Ana.- suspire y levante la mirada.- Quiero acompañarles a Suiza, mama. Y antes de que digas que no, Ana necesita tenerme con ella allí. Yo puedo cocinarles, cuidar de ella. De las cuentas, la limpieza... seria una ayuda para las dos. Y Ana no tendría... una experiencia traumática.

Mi madre cerró los ojos y suspiro. Ella estaba derrotada. Era la primera vez en mis dieciocho años de vida, que mi madre estaba completamente desarmada. Ella necesitaba de mi amor. Un amor que ella jamás me dio. Ana era su debilidad, y yo lo sabía.

--Haz tu maleta, Manuela.- Mascullo entre dientes y se limpio unas lágrimas mal disimuladas.

Salí del cuarto, conteniendo el llanto. Me dirigí a mi habitación y empecé a armar mi equipaje. No tenía mucha ropa para el frio, pero con unas pocas prendas podía mantenerme caliente durante el tiempo que estuviésemos allí. Quería darle la sorpresa a Ana, pues sabía que esto le alegraría su hermoso rostro, en ese momento tan lleno de tristeza. Me coloque ropa más cómoda, pues el viaje era largo. Además, debía comprar el pasaje en el mismo vuelo que mi madre y Ana. Empaque un perfume que Ana me había regalado y algunos libros. Roger subió un poco después, un poco extrañado por ver mi equipaje en la puerta.

-¿Qué es esto?- pregunto, extrañado- ¿A dónde te vas?

Me levante del suelo, y coloque mi laptop sobre la cama.

-Roger... me voy... con Ana y mi madre a Suiza. Ya sabes, la lesión. Ellas... me necesitan allí.

Roger palideció. No me esperaba su reacción. La verdad, es que no consideraba mi presencia necesaria. Manuel y el podían mantenerse solos por un tiempo.

-No... tú... tú no puedes irte. -mascullo, viéndose un poco triste.

-Mi hermana me necesita, Roger. Ya verás que dentro de poco yo estoy de vuelta.

Lo abrace. Sentía un gran nudo en la garganta por irme. Pero tenía muy claro que Ana era más importante que cualquier otra cosa. Me despedí de Roger así, con ese gran abrazo.

Una hora después, mi madre y yo esperábamos a Ana en el auto, que Manuel amablemente nos había ofrecido. Mi madre no había soltado ni una sola lagrima al despedirse de Manuel. Yo solo podía seguir llorando. A pesar de estar segura de mi decisión, me dolía dejar a Manuel y a Roger solos. Los pobres seguro se olvidarían hasta de su cabeza. Me limpie el rostro en cuanto vi a Ana bajar las escaleras.

Ella era la sombra de mi Ana. La fuerte mujer campeona, que podía con todo. Que arrasaba el mundo con su destreza en el tenis. En ese momento, ella se veía derrotada, pálida, sin vida...

Claro que me necesitaba. Ella necesitaba consuelo, cuidado y amor incondicional, algo que a mi madre le costaba mucho dar. Era mi deber cuidar de los dos. De Ana, y su bebe.

Lo de la adopción, era un absurdo. Un total absurdo. Ese bebe le pertenecía a Ana, no a un extraño que se apropiaría de esa criatura que necesitaba de su verdadera madre. Aunque si esa era la decisión de Ana, yo ya no podía hacer mas nada. Solo estar allí para ella.

Su caminata al auto se me hizo eterna.

A penas se monto, su mirada se poso en mi.

-Manú...- mascullo, sus ojos iluminándose. - ¿Nos vas a acompañar al aeropuerto?

Le sonreí, acercándola a mí.

-Las voy a acompañar a Suiza.

Ella grito y me abrazo, empezó a reír, llorar...

Fue uno de los mejores momentos que tuve con Ana.

Hasta mi madre, la reina del hielo, se echo a reír.

El viaje fue largo, y la llegada demasiado fría.

La casita era pintoresca y nos daba un toque de calor. Las paredes eran de una piedra gris, con un toque victoriano. Los muebles eran antiguos, con tonos cálidos. Ayudaban con el crudo clima. La chimenea estaba encendida y la despensa llena, no sé como mi madre lo había conseguido.

Ana estaba exhausta y se fue directo a su habitación. Mi madre también se dirigió a su habitación, dejándome a mi sola, en la cocina. Saque un poco de carne picada, y prepare mi salsa de pasta italiana, para hacer lasaña. Cuando la salsa estaba casi lista, me entregue a hacer las láminas de pasta. Había queso suizo, delicioso, así que lo rebane y lo deje en el refrigerador.

Tome una bandeja, y empecé a armar las capas, y por fin, deje la bandeja en el horno.

Cansada, me senté en el diván, frente a un gran plasma. Busque canales que solía ver en casa, y por fin, pude relajarme.

Todos estos días de estrés, me habían dejado molida. Una hora después, el cronometro sonó. Me levante y entre en la cocina. Tome unos guantes y saque la bandeja con cuidado. Debía reposar, así que volví al diván y cerré los ojos por un momento.

Me tome ese pequeño descanso, y empecé a picar los pedazos. Le di el más grande a Ana y uno mediano a mi madre. Me serví poco para mí y puse la mesa. Había un jugo de fresas en el refrigerador y lo serví. La comida favorita de Ana en menos de dos horas.

Me acerque a su habitación y abrí la puerta con cuidado. Allí había solo una cama, con ricas sabanas color marfil, en la que mi hermana estaba envuelta.

Sin poder evitarlo, sonreí y empecé a despertarla dulcemente. La pobre, con todo lo que había pasado en los últimos días, estaba molida. Además de su embarazo. Ella abrió sus hermosos ojos lentamente. Me sonrió y se lanzo a abrazarme.

-Me alegra mucho que estés aquí, hermana-me dijo al oído. Solo la abrace.

Yo siempre estaría para ella, a pesar de todo.

Esa noche, estuvimos cenando y charlando por varias horas. Mi madre incluso se sentó con nosotras a ver una peli española, que estaba dando de qué hablar.

Todo esto nos acercaba a un desenlace que ninguna imagino.

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Bueno, hola a todos, actualizo de nuevo la Vida sigue y les dejo una foto de Manu. ¡Besos!

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