Capítulo 10

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Jisoo subió las escaleras que daban al estudio superior de su casa. La morena puso un gran empeño en no hacer ruido, y caminar de puntillas, en calcetines pikis y cubierta solo por su pijama, que no era otro que la camiseta que una vez compró en Londres, cuyo nombre estampado era el apodo que le habían puesto a la chica de quien siempre estuvo enamorada, y la que más la marcó, para bien y para mal.

No importaba si era invierno o verano, la única verdad era que no se veía capaz de deshacerse de ella, o de sustituirla, excepto cuando tenía que lavarla. Y, aunque se suponía que debía acostarse como todas las demás mujeres de la casa, ahí estaba. Como una ladrona, cuidando que nadie la encontrara porque en el fondo sabía que estaba haciendo algo prohibido.

Después de dejar a Lisa y Jennie en su habitación, y decirle a su hermana lo mucho que la quería por todo lo que había hecho por Rosé, sus pasos la guiaron con un rumbo fijo.

No lo había pensado. De hecho, fue más un impulso instintivo, una necesidad apremiante. En definitiva, algo que no podía remediar. Como una polilla que iba inevitablemente hacia la luz. Rosé estaba ahí. En su casa. Después de diez años sin pisarla. Después de diez años sin recordarla.

Ella había regresado. Y lo peor de todo era que, esta vez, se encontraba bajo su mismo techo, conociendo por experiencia propia el verdadero poder de las mujeres que ahí vivían. Al menos, el de Jennie, que era el más contundente de todos. El más fehaciente y el que nadie podría negar.

Tenía las manos húmedas y podía saborear el bombeo del corazón en su boca. Maldita sea, se le iba a salir del pecho. Pero necesitaba verla. Una vez más. Quería verla viva, a salvo, en la cama. Cubierta por una de las colchas de colores hechas a mano, con paciencia de santa y la habilidad que otorgaba el tiempo y la constancia, por su abuela Haesook.

Quería observar cómo el pecho le subía y le bajaba con calma, cómo tomaba aire por sí misma, sin la ayuda de su hermana. Abrió la puerta poco a poco, suavemente, pero chirrió lo suficiente como para provocar que Rosé se moviera levemente.

¡Uf! Menos mal. Faltó muy poco para despertarla.

Jisoo entró con lentitud, casi levitando como un fantasma. La cortina blanca del balconcito estaba semicorrida, y por la abertura la claridad de la luna alumbraba la alcoba, de modo que un irreal rayo plateado bañaba la cama de invitados en la que ella reposaba.

La castaña tenía la boca seca y le dolía el corazón. Ya no había sangre ni heridas, pero en ella siempre quedaría el recuerdo de haberla encontrado en aquel penoso estado.
Y la rubia también lo recordaría. La cuestión era que debían encontrar el mejor modo entre todos de explicarle qué era lo que podían hacer como Kims, y cuánto de leyenda o de verdad había en su historia.

Observó el rostro calmado de esa mujer a que siempre pensó que pertenecía, aunque lo de ellas no acabó como hubiera deseado. «El reposo de una guerrera», Pensó para sí.

En su fuero interno, Jisoo la quería como siempre, la amaba y la anhelaba, porque era a ella a quien le había entregado su corazón. Pero su razón hablaba del rechazo y de la no aceptación que en realidad Rosé sentía por ella.

Su problema de dicción no había desaparecido. Por lo tanto, nada cambiaría entre ellas. Ella seguiría siendo una tartamuda que creaba éxitos internacionales para otros y los ayudaba a ser conocidos y populares. Y la rubia... sería alguien popular e inalcanzable a quien los prejuicios y el qué dirán le afectaban demasiado.

El muro era infranqueable. Triste y decepcionante, también. Porque en el amor nunca debían haber etiquetas ni niveles. Pero Rosé, inconscientemente o no, los había puesto.

BRUJAS DE SAL | PARTE 2 | CHAESOO & JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora