Capítulo 4

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No se sentía segura. Nada segura. Tenía hasta el sudor frío y se sentía nerviosa
Como una adolescente. Las manos le resbalaban del volante y temía mirar a Jisoo no fuera a ser que se encontrara con una de esas miradas provocativas y reveladoras qué desmoronaban sus buenas intenciones con ella.

No iba a cometer el error de meterse con esa mujer, aunque le apeteciera demasiado, y mucho menos de dejarse convencer por esos ojos salvajes que el alcohol todavía pronunciaban más dándole una aire de libertina que la ponían caliente.

Madre mía. ¿Por qué le había recordado lo del beso? ¿Acaso la castaña se acordaba de eso? Maldita sea, porque ella sí. Ella a menudo. Y era un momento que atesoraba con el celo de una niña que sabía que poseía un tesoro. Uno que nadie debía descubrir ni corromper.

Incluso había soñado con una continuación de ese beso. Porque fue especial y mágico. Como era ella. Pero Rosé no iba a convertir esa relación que tenía con su amiga en algo banal. La respetaba. La quería. Una vez prometió que la protegería y que cuidaría de ella, y eso suponía también protegerla de ella misma, de sus instintos y de sus impulsos. Pero Jisoo no se lo ponía nada fácil.

Llevaba la camisa con besos estampados abierta de tal forma que se le veía el canalillo de los senos, y no los tenia muy grandes, pero eran preciosos. Lo sabía por las veces que la había visto en biquini en la playa.

Su pelo estaba deliciosamente desordenado alrededor de su rostro y caía liviano por los hombros. Y tarareaba. Estaba tarareando con los ojos cerrados la melodía de una canción. Eso era lo más cerca que estaba Rosé de oírla cantar. Porque todavía no
Lo había hecho. Por más que le había rogado qué le cantara.

Aun así, solo de oír esas notas conjugadas en su boca, se quedó petrificada. Solo verla así le estaba causando un desastre en las bragas y no podía permitirlo. Tenía que dejarla en el hotel, en la habitación, y alejarse de ella como fuera. No iba a comprometer la amistad que tenían solo porque de repente deseaba llevársela a la cama. ¿En qué la convertía eso?

Encontró aparcamiento justo en frente del Caesar. Era la una de la madrugada, y Jisoo tenía la tarjeta de acceso de su habitación en el bolso en el que guardaba su iPad. Rosé metió la mano dentro hasta que las encontró.

—Oh, qué bien. Ya hemos llegado —canturreó ella.

—Sí. Qué bien —replicó con desgana, pasando un brazo por su cintura para que no se cayera.

La noche estaba despejada, no hacía frío, y la luna enorme y plena sonreía sobre sus cabezas, cómplice de aquella inconsciente seducción.

—¿Qué habitación…? —se preguntó Rosé.

Aunque calló inmediatamente al ver que el número estaba escrito en la tarjeta. Jisoo asintió, orgullosa de ella y de lo lista que era.

—¿Me lleva a la c-cama, señorita? —le preguntó coqueta.

—Por Dios. Chu, para—le pidió ella.

Casi llevándola en volandas llegaron frente a la puerta de su habitación. Abrió intentando controlar a Jisoo, que no se cayera y se hiciera daño. Pero ella solo reia y daba vueltas sobre sí misma.

Cuando metió la tarjeta y abrió la habitación, fue el olor de Jisoo el que la noqueó. Así olía su cabaña, igual que ella, y eso la hizo sentir extraña y débil.

Fue como una bofetada. Rosé dejó el bolso sobre la butaca que había frente a la cama, y miró a la chica aterrada por la situación.

—¿Quieres que te ayude en…?

Calló de repente. Jisoo se había puesto de espaldas a ella, mirando de frente a la cama. Después le dirigió una caída de ojos gatuna por encima del hombro y se quitó
Los zapatos empujándolos por la punta de los pies, mientras se desabrochaba los botones de la camisa con los dedos, totalmente despreocupada del mundo y de la vida.

BRUJAS DE SAL | PARTE 2 | CHAESOO & JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora