Capítulo 12

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Rosé estaba sentada en la silla blanca de mimbre, siendo analizada e inspeccionada minuciosamente por Jennie.

Le parecía muy raro que alguien pudiera ver cómo se encontraba el interior de su cuerpo sin ayuda de ecografías, tacs o radiografías. Ella, que era una deportista profesional, había sido tratada siempre con los mejores avances en tecnología médica. Pero aquello… Que solo posando sus manos sobre su pierna, su hombro, su cabeza, el pecho… Supiera si todo iba bien, era impresionante.

—Bueno… —exhaló la morena—. Creo que está todo bien.

—¿Y mi hombro? ¿Mi hombro está bien? —preguntó con seriedad—. Soy tenista Jennie. ¿Podré jugar sin problema?

Ella afirmó contundentemente.

—Sin problema. Las fracturas que tuviste ya no existen. Tus huesos están como si jamás hubieses sufrido un accidente. Cuando pasen las veinticuatro horas que debes estar en observación, podrás tener el alta e irte. Bueno —rectificó rápidamente—. Si quieres, claro. Nosotras no echamos a nadie de Sananda. A no ser que seas un brujo con varita, calvo, pálido, con dientes de rata y sin nariz… A ese sí le tenemos reservado el derecho de admisión.

Taeri se reía mientras servía la mesa en el jardín, al lado de la piscina, y escuchaba toda la conversación que mantenían. Traía la jarra de jugo con melocotón que su abuela preparaba, y se sirvió una copa antes de sentarse a la mesa.

Rosé también sonrió cuando entendió que hablaba de Voldemort.

—El gran enemigo de los magos —comprendió Rosé .

—El gran enemigo de la magia blanca y pura —corrigió Jennie como una sabelotodo, alzando el dedo índice para dar más énfasis a sus palabras—. Pero ese no existe. Nosotras sí —le guiñó un ojo.

—¿Quieren una? —les preguntó Taeri mostrándoles la copa de jugo que se había servido desde la mesa.

Rosé y Jennie asintieron.

Ella recordaba el jugo de Haesook. Los picnics y las comidas alrededor de la piscina. Nada había cambiado, excepto por aquellos que ya no estaban. Pero las rutinas y las costumbres seguían siendo las mismas. Eso era el hogar. Eso la hacía sentir en casa.

—Toma, esta para ti —Taeri le ofreció una copa a su hermana—. Y esta… —la olió—, esta que tiene azufre es para la rubia —sonrío maliciosamente.

—Mmmm… azufre —contestó Rosé  siguiéndole el juego—. Me encanta. Dámelo.

Taeri arrastró una silla de mimbre blanca y se sentó a su lado. Jennie hizo lo mismo con otra y al final, quedaron los tres, mirando hacia Es Seongsan Ilchulbong. Desde allí se podían escuchar las olas que llegaban a la costa y se morían en la orilla.

Disfrutaban del jugo en silencio, hasta que Taeri lo rompió:

—¿Te deja tu nuevo entrenador ir en moto?

Ella meditó la respuesta, y a continuación negó con la cabeza.

—No. Tenemos un seguro contra accidentes de este tipo, pero a mí no me permiten hacer ni deportes de riesgo ni conducir vehículos de poca seguridad. De hecho, el Club nos regala un coche de alta gama con todas las necesidades cubiertas, y les gustaría que todos lo condujéramos. Pero al final cada uno tiene su propio vehículo. Aunque, en ningún caso, debe ser una moto.

—Entiendo —sujetó la copa con las dos manos—. Eres una inconsciente. Pero es mejor que nadie sepa de tu accidente.

—Sí —asumió—. Debería pagar una multa por esto que asciende a unos doscientos mil dólares.

BRUJAS DE SAL | PARTE 2 | CHAESOO & JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora