Capítulo 10. Siempre existen los gorros.

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"And this is the best thing that could have happened, any longer and I wouldn't have made it. It's not a war, no, it's not a rapture, I'm just a person, but you can't take it. (Y esto es lo mejor que podía haber pasado,
un poco más y no lo hubiera logrado. No es una guerra, no, no es un arrebato, solo soy una persona, pero tú no puedes soportarlo.)"
Paramore, "Ignorance".

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Pasando por un bosque que se había materializado ante mis ojos, apareció un cementerio con una iglesia.
Se veía tan macabro y tenebroso, no quería acercarme, pero era como si algo me obligara a seguir caminando.
Empujé una gran puerta de barrotes de hierro oxidado. Un corto césped cubierto de niebla rodeaba el lugar.

No lograba ver mucho y la silueta de la iglesia se veía realmente borrosa.
Había un gran árbol con apenas varias hojas en sus ramas. Parecía viejo.
A medida que me acercaba al edificio se atisbaban lápidas alineadas.
Era realmente escalofriante, se me ponían los pelos de punta.

Abrí el portón de la iglesia. Dentro estaba oscuro, los mosaicos vidriosos estaban tapiados con grandes tablones de madera.
Me aterraba todo y olía muchísimo a humedad -cosa que detestaba-.

Intenté caminar por el interior guiándome por la poca claridad que entraba por la puerta y palpando los bancos de madera podrida.

Con mi mano derecha toqué una superficie de madera lisa. Era una puerta. Giré el pomo -difícilmente porque también estaba oxidado-, y salí de nuevo al exterior.

Me puse a mirar por mi alrededor y detrás mía -en el muro de la iglesia-, estaba escrito en letras rojas, que seguramente era sangre:

"Te advertí que no siguieras. Ya es tarde".

«¿Qué?, ¿a qué se refería?», pensé.

Se oyeron pasos muy fuertes y antes de que pudiese moverme, sentí un dolor muy agudo y punzante en el abdomen.
Grité como nunca antes lo había hecho, pues no era solo por el dolor de el cuchillo clavado en mi tripa, sino por el terror y la impotencia que sentía en ese momento.
Quería echarme a correr, alejarme lo más posible. Pero no podía, algo me tenía sujeta al suelo que impedía que me moviese.
Solo gritaba, lloraba y me desesperaba cada vez más.

La mujer que tenía delante de mí, la que agarraba el cuchillo con una mano y llevaba un vestido negro y un velo del mismo color que tapaba su rostro; desapareció en un parpadeo. Solo se oían las ramas de los árboles moverse por el leve viento y... ¿Un arroyo?

Cerré los ojos con fuerza y el dolor fue desapareciendo lentamente.
De repente los abro y estoy al borde de caerme de la cama.

-¡Joder! -grité sobresaltada y me caí al suelo golpeándome la cabeza con la mesilla de noche.

Gruñí mientras intentaba levantarme. Me toqué la zona donde me dolía.

-Mierda, mierda, mierda -musité observando mis dedos llenos de sangre. Agarré mi teléfono y llamé a Darrence.
Y no, no penséis nada extraño por la elección, tiene coche y vive a mi lado.

-¿Qué pasa? -dijo adormilado al otro lado del móvil-, ¿qué hora es? Agh, tío, son las putas seis de la mañana, aún me queda otra hora para dormir. Esto te costará un café.

-Darrence... Calla... Me he hecho daño, me he caído de la cama y me he golpeado la cabeza contra la mesita. Estoy sangrando -dije nerviosa mientras me palpaba.

Dejó de hablar por un segundo y oí su ventana abrirse. Abrí la mía enseguida.

-¿¡Cómo?! -gritó mirándome. Observó mis manos y casi se desmaya-, ahora mismo voy, vístete o lo que sea, pero date prisa.

Azulada ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora