Calma

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Cuando no estaba alguno de los dos de viaje, y cuando coincidían, compartían los fines de semana juntos.

Así era este domingo. La noche anterior habían tenido un evento laboral, y al estar rodeado por tantas personas, se limitaban a compartir charlas y tragos, como simples amigos. Puertas adentro, de madrugada, y sin ningún cómplice, la historia era otra.

Una lluvia torrencial caía sobre Buenos Aires, luego de una terrible ola de calor que había vuelto loca a la gente. Cuando hace mucho calor y es casi fin de año, las personas no descansan en lo más mínimo, y no hay lugar para la calma, la sensibilidad, el descanso. Esa lluvia había llegado con el propósito de barrer todo lo que fuese innecesario, y el sabor fresco del aire mezclado con olor a árboles mojados de la capital traía nuevas energías al ambiente.

Ella, dormida boca abajo, con un brazo fuera de la cama, sentía el aire de la calle entrar por la ventana, dándole escalofríos por estar medio destapada. Él, estirado en el otro lado del colchón, también destapado, había enredado uno de sus pies con los de ella mientras dormían. El fresco que había traído la lluvia los abrazaba, ambos sin ropa, y el agua mojaba un poco del piso.

Él abrió los ojos, y su primer instinto fue taparse junto con ella. Ella, al sentir la sabana cubriéndola, tiró de su lado para terminar completamente envuelta, como si fuese un gusano. El chistó, al quedar aún más descubierto que antes, y la obligó a compartir un poco de la sábana con él.

Nico: - no ves que tengo frío

Flor gruñó, todavía dormida, y se dió vuelta para abrir los ojos y poder mirarlo.

Nico: - buen día

Flor: - tengo sueño

Sin más palabras por decir, lo buscó con su cuerpo, y cedió la sábana por completo. El la abrazó, también medio dormido, y en esa posición se taparon por el frío que hacía. Quizás era más fácil levantarse y cerrar la ventana, pero habrían quedado sin excusas para disfrutar de la sensación de refugio que te da una sábana fina y el calor de alguien más.

Durmieron una hora más así. Ella, con su cabeza apoyada en su pecho, y él, sintiendo el ritmo de su respiración, rodeándola con sus brazos. Flor balbuceaba cosas ininteligibles mientras dormía, y con sus manos buscaba tocar el pelo de él, que no presentaba queja alguna.

A veces ella en sus sueños veía números mágicos, que también se encontraba durante el día, la mayor parte de las veces se aparecían sin que ella los buscara. Había tratado de convencerse de que eran pura casualidad, pero al rodearse tan seguido por las mismas combinaciones y patrones de mensajes, comprendía que no era algo al azar. Más de una vez, le había señalado patentes de otros autos a Nico, mientras iban de viaje, en Miami, en Buenos Aires, por todos lados. También le había señalado direcciones de casas, números en las horas, en los teléfonos, en páginas de libros.
En su sueño vió muchas veces un mismo número, representado en diversas formas, como si se tratase de un código que tenía que descifrar.

Abrió un poco los ojos, y lo vió junto a ella, dormido, con sus cejas despeinadas y una marca de la almohada sobre su mejilla. Le dió un beso en la comisura de los labios, buscando despertarlo, a lo que él reaccionó hundiendo su cabeza en su cuello.
Se miraban mientras ella le quería peinar las cejas con sus uñas, y él, inmóvil, se dejaba intervenir por el momento. Ella también tenía marcas de haber dormido muy bien.

Flor: - sabías que cuando yo era chica, mi mamá no me dejaba ver pelis antes de dormir por que después charlaba sola de noche?

Nico lanzó una carcajada que inauguró la charla matutina, divertido con la capacidad de ocurrencias aleatorias que podía crear Flor en su cabeza.

Flor: - yo nunca me escuché pero por que estoy dormida, vos decís que hablo?

El no podía parar de reír, y asintió varias veces afirmando la situación a ella, que todavía un poco dormida, miraba las facciones de su cara cuando se reía.

Nico: - yo no quería decirte nada, pero te escuché anoche y me dió miedo

Ahora ella se reía, y negaba con su dedo índice la acusación que estaba recibiendo. El le dió un beso en la mejilla mientras continuaba escuchando sus historias de la infancia, imaginándose cómo habría sido cruzarse con esa niña hiperactiva que siempre fue muy sensible a todo.

La lluvia seguía acompañándolos,  y el frío había sido calmado por el calor del abrazo y los besos que se habían dado desde que comenzaron las risas. La mística que sólo un domingo lluvioso podía crear. Era un día de calma, donde no hay nada por hacer ni a dónde ir, y en el que el mejor plan estaba servido al despertar.

En esa pesadez del día que le sigue al sábado, todo tarda más tiempo, y uno se mueve más despacio. Estuvieron un muy buen rato sin querer salirse de la cama, con la ventana todavía abierta, sólo que ahora la lluvia era muy ligera y el piso se había secado.

Habían puesto un poco de música en el televisor, y mientras miraban recitales de rock nacional que databan de cuando ellos habían nacido o eran muy niños, le contaban al otro algo de esas épocas, a qué les recordaba cada canción, qué les hacía sentir cada letra.

Con toda la pereza del mundo, Nico se vistió mientras recibía halagos un poco vulgares de la chica que estaba mirándolo, que divertida seguía disfrutando de no salir de la cama. Acordaron que cuando él volviese con las facturas el mate de Boca tendría que estar preparado, por que si no se las iba a cobrar, le dijo. No especificó el precio de no cumplir el acuerdo, pero ella se reía igual, al saber por dónde iba la mano.

Luego de elegir alguna remera de las tantas que él tenía tiradas en una silla, se fue hasta la cocina y preparó el mate con un termo, que también era de Boca. No podía creer dónde había terminado, y a veces se mordía un poco el labio como quien se sorprende por las vueltas de la vida, que pueden llevarnos a donde menos imaginamos. 

Volviendo con su parte del trato a la cama, se encontró con Carlitos, que fue invitado con alegría a subir arriba de las sábanas, sin consentimiento de su papá, que todavía no llegaba. Ahora miraban un recital de Los Piojos.

Cuando llegó y se encontró esa imagen en su propia cama, que había jurado no compartir con nadie más que con sí mismo y sus noches de insomnio, se quedó parado en el marco de la puerta, mirándola a ella, su cara de dormida, su cachorro, la remera que estaba usando, el mate, toda la imagen.

Flor le preguntó si estaba bien, y él asintió sin decirle nada. Fue hasta su encuentro, y estirándose un poco para sacarse las zapatillas con sus propios pies, logró trepar hasta acostar su cabeza sobre su regazo. Ella le dijo que no podía tomar mates si estaba acostado así, sobre ella, y él le dijo que era un ratito nomas, que ya se sentaba. Le dió un beso en la frente, y volvió a querer acomodarle esas cejas. Carlitos jugaba con los pies de Nico, y entre  los tres formaban la escena de domingo más dulce de todas.



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