La emperatriz

1.6K 45 15
                                    

*tiempo indefinido*

Estaba sentada en una hamaca, mirando como Carlitos corría de un lado a otro llevando una rama de un árbol entre los dientes. Buscó acomodarse un poco más, con un almohadón en su espalda, y utilizando su panza de mesa, tomaba de un bowl un racimo de uvas, y alguna que otra cereza.



Le gustaba mucho la gran galería que daba al viñedo, y desde allí podía ver la variación de colores que tenían las montañas de la cordillera. En algunas cimas veía un poco de nieve, incluso en diciembre, mientras hacía calor. El valle era lo más parecido a una pintura, y podía estar horas mirando cada detalle, encontrando algo nuevo para admirar.




Mientras comía fruta y miraba el paisaje, tenía cosquilleos dentro suyo. Ella sabía que era el sabor de la comida, que de tanto experimentar se había armado un menú especial. Entre frutos rojos y cítricos, su novio había gastado quién sabe cuánto en los almacenes de Mendoza, tierra que se encargaba de esconderlos y cuidarlos, al menos por unas semanas.




Extrañaba mucho andar a caballo y aunque su novio le decía que quizás era un riesgo a esta altura, lo había convencido a él, para que la acompañe. Una yegua blanca de nombre Calma la acortejaba cada vez que ella se acercaba al establo. Era de ojos color almendra, con un cuerpo firme y robusto, y de semblante imponente. Según los dueños del campo era una hembra distante, pero con Florencia había encontrado una relación especial. Los animales son sabios y muchas veces encuentran una conexión sobrenatural con los seres vivos que están en un estado de alta vibración, suelen decir. Y así la reconocía. Cada vez que se miraban, la yegua agachaba su cabeza para encontrarse con el vientre de ella, que sonreía mientras el animal la saludaba.



Desde su hamaca, veía a Calma a la distancia, que recibía cariños en su hocico por parte de Nico. Él se dió vuelta y mirándola le dió los buenos días con un grito, y ella le respondió con un beso al aire.



Flor tenía puesto un vestido de tul blanco largo, que era suelto y la dejaba moverse con tranquilidad. Andaba descalza la mayor parte del tiempo en esos días que estaban de vacaciones. Faltaban unos días para Navidad, y había pasado los 5 meses de embarazo. La panza que había sido el centro de atención de todos en Buenos Aires ahora descansaba en algún rincón cerca de la cordillera, y mientras parecía estallar por su tamaño, se deleitaba con un sinfín de manjares que ella probaba. Podía pararse con facilidad por sí misma, pero igual disfrutaba de recibir ayuda de los demás si se presentaba la oportunidad.


Nico: - mi amor, conseguí ciruelas



Nicolás se acercaba con una bolsa en la mano, y sacando un par se las mostró. Ella quiso olerlas como primer instinto, sus sentidos estaban a flor de piel y podía comprobar con algo tan clave como el olfato si se trataba de una buena ciruela o no.



Flor: - son buenas, gracias mi amor




Él, contento por su hallazgo, dejó la bolsa en la mesa de la galería. Ella giró sobre su eje con la hamaca, y mirándolo le repitió el buen día.




Flor: - buen día, acá queremos mimos sabías?




Nicolás sonriente se acercó a su encuentro, y se inclinó para besarla. Entre los besos y los halagos por el vestido blanco que le encantaba, ella sonreía y enredaba sus brazos alrededor de su cuello.



Nico apoyó su frente con la de ella, y bajó la mirada hacia su vientre. Ella tomó su mano mientras compartían un silencio muy dulce, y lo guió sobre la tela delicada del vestido, para encontrarse con su bebé. Era un momento tierno y de mucha concentración. Ella los unía, y bajando la voz, le indicaba unas instrucciones.



Flor: - a ver, hablá



Nicolás se agachó un poco y quedando a la altura de la panza, comenzó a hablar mientras pasaba la mano buscando conectar con su hija.




Nico: - mamá no para de comer cerezas y ciruelas, me estás saliendo cara ya



Al principio del embarazo se sentían muy extraños hablando al aire, pero desde la primera vez que comprobaron que la estimulación por habla era real, aprovechaban los pequeños ratos para hacerlo.



Cuando él la llamaba por su nombre, sentía un movimiento ligero, como patadas. La primera vez que sintió que respondía a su voz se emocionó, e incluso habían compartido unas lágrimas en la intimidad.



Flor, desde sus ojos, siempre atesoraba la imagen de él frente a ella, siendo suave y cuidadoso, y experimentando las primeras conexiones con el fruto del amor de los dos. A veces llegaba a desvelarse mientras la asistía de madrugada, cuando las náuseas o las hormonas eran insoportables, y se convertían en un gran equipo, para que todo sea más llevadero.



La casona que daba al viñedo y al valle era inmensa pero a la vez acogedora.

Ella bajaba de la galería al establo con la compañía de Carlitos que corría detrás de ella, y buscaba a Calma para llevarla a caminar.

Era increíble la armonía que se creaba entre el perro, la yegua y la emperatriz. Como si estuviese escoltada por quien sabe cuántos ancestros, caminaba por el valle con los animales, como si fuese nativa de ese lugar.

La caminata era tranquila, lenta, respirando el paisaje.

Atrás de ella iba él, un poco más lejos, y arriba de un caballo color negro azabache. Entre las plantaciones y los álamos que decoraban el paisaje, iban cuidando la tropa.

A LA PAR | OCCHIAMIN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora