Capítulo 1

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La marcha se estaba volviendo lenta. Katsuki se estaba aburriendo de esta cacería. Habían dicho que un venado albino rondaba la zona. Y estos siempre habían sido conocidos por traer buena fortuna, además, la idea de crear una capa con su piel le encantaba. Su mano derecha, Eijiro Kirishima se adelantó un poco más en busca del rastro. Pero parecía que lo habían perdido.

– Esto empieza a perder el sentido – Reclamó Katsuki Bakugo. También conocido como el el Rey Bárbaro. Líder de uno de los reinos más fuertes del mundo, pero a diferencia de los dos grandes Imperios, eran considerados incivilizados por su forma de vivir. Así que, desde hace muchas generaciones, eran conocidos como el Reino Salvaje.

El Rey bajó de su caballo y miró el rastro con cautela. Llevaba unos pantalones cafés, collares con piedras y colmillos sobre su cuello y una capa de conejo sobre sus hombros. La lanza sobre sus espalda brillaba. Mientras que Denki, uno de sus magos, se acercaba a su caballo para que no huyera.

– Sería más fácil si estuviera solo – Se quejó el rey entre dientes.

– El punto no es que el Rey vaya solo – Le respondió Kirishima mientras bajaba también de su caballo, haciéndole una seña, el venado estaba cerca.

– Separémonos. Le daré la carne a quien lo caze... pero yo quiero la piel – Aseguró el rey con una sonrisa, empezaba lo divertido.

Kirishima se detuvo cuando el rastro se dividió.

– Este ciervo es más listo de lo que pensé – dijo mirando en dos direcciones.

– Sus huellas siguen por dos lados, creo que está jugando con nosotros.

– Maldita sea, entonces vamos a separarnos. Quiero esa maldita piel – Les aseguró el Rey mientras bajaba de su caballo. Siempre había sido el mejor rastreador a pie.

No había muchas personas, aún así el Rey corrió hacia uno de los rastros ignorando a los demás.

Sintió un pequeño aroma a lima. Algo extraño en el norte. No dudó en seguir sus sentidos hasta que encontró a una persona tirada en medio del bosque.

Su ropa era de mala calidad, se veía vieja, rota y estaba mojada. Pero su apariencia, era todo lo contrario. Su cabello era verde y suave, podía verlo en sus chinos, jamás había visto unas ondas tan definidas y hermosas, sintió la necesidad de tocarlo, pero se contuvo.

Su rostro era blanco, cubierto de pequeños puntos salpicados por todos lados, pecas. Y su piel no estaba arruinada por el trabajo diario. Se veía suave, como las telas extranjeras, había un poco de mugre, se entendía por estar tirado en el bosque, pero al mirar atentamente sus dedos no encontró muestras de callos o cicatrices. Su piel era perfecta.

Se acercó lentamente. con los sentidos alerta. Las feromonas eran suaves, dulces y su alfa interno las disfrutaba. Sacó su daga aún en su funda y empujó la pierna del chico. Había silencio en el lugar, estaba tranquilo. Bajó su nivel de alerta y se hincó a su lado.

– Hey, despierta, hey... – siguió moviéndolo con el pie suavemente. Había algo que le llamaba la atención. El chico abrió los ojos lentamente. Le dolía la cabeza, se sentía mareado y su vista estaba borrosa. Frente a él, una mancha rubia con rojo lo observaba. Su mano se extendió, necesitaba claridad.

Lo primero que tocó era frío y duro al tacto, sus manos se movieron lentamente, lo siguiente era más suave, cabello, tocaba cabello, después piel, era cálida. Un pequeño aroma a cedro llenó su nariz. Si no hubiera estado solo, Bakugo se mostraría molesto por tal contacto. Pero esa persona, ¿qué tenía esa persona? ¿era su fragancia?

Bakugo habló primero, la lengua era seca y un tanto agresiva, pero el chico no entendió nada. El Rey volvió a preguntar en su directo, pero no hubo respuesta. Soltó un suspiro y habló de nuevo usando la lengua común. Una que se hablaba en todos los reinos del continente.

– Hey, idiota, ¿Quién eres? – la cabeza del contrario seguía nublada, pero cuando escuchó la pregunta su cuerpo reaccionó. No sabía la respuesta.

– Yo... – Se quedó en silencio. Katsuki giró lentamente su rostro y lo observó con una sonrisa casi irónica.

– Debes valer mucho, mírate– le aseguró pellizcando la mejilla.

– ¿Te caíste de un carruaje o algo así? ¿Qué haces tan al norte? – Las preguntas solo marearon al omega, no tenía ni idea.

– ¿Dónde estoy? – preguntó confundido.

– En el bosque del silencio – Dijo Bakugo dudando un poco. – Creo que así lo llaman ustedes. – Continuó mientras miraba las prendas del chico.

– Aún no me has dado tu nombre intruso, ni siquiera me has dicho como llegaste aquí. – Lo observó de nuevo sorprendido. Aunque los demás imperios querían conquistar su territorio, las montañas, bosques y ríos que lo rodeaban era una barrera natural casi impenetrable. Era raro encontrar extranjeros, sobre todo en esa parte del bosque.

– Yo... no lo sé... yo... no sé mi nombre – la risa burlona no se hizo esperar.

– Pequeño omega, realmente eres idiota. ¿Cómo no puedes saber tu propio nombre? – aquello solo hizo enfadar al chico.

– ¡No es que no lo sepa! – Le reclamó – no lo recuerdo – respondió casi como un susurro. Eso sólo hizo que la risa del alfa se prolongará.

– ¿De dónde eres? – Continuó el Rey, pero el omega tampoco supo responder.

– No tienes pinta de ser alguien común. ¿Cómo llegaste aquí? – tampoco hubo respuesta.

– Eres un verdadero inútil, ni siquiera puedes responder cosas básicas, eres un Deku – continuó sin dejar de reír. Guardó el cuchillo en su cinturón y se estiró, para después extenderle la mano.

– Así te llamaré hasta que recuerdes tu nombre. Vamos Deku, este es un lugar muy peligroso para un pequeño omega extranjero que no conoce el terreno – le aseguró.

El contrario quiso responder, pero un par de gritos se escucharon a la lejanía, asustandolo al instante. Por el contrario, eso sólo emocionó a Bakugo, tomando la mano del chico con una gran sonrisa en su rostro y corriendo en aquella dirección.

– El ciervo blanco, ¡lo encontraron!

El corazón del Rey Bárbaro // TERMINADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora