19. D i s c u s s i o n

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Tay ni siquiera podía asimilar el hecho de que había sido Vegas quien terminó su relación, siempre tuvo la idea de que si ese momento llegaría iba a ser él quien lo haría. Se sentía herido, sí, pero también molesto, todo su ser estaba lleno de rabia en ese instante al caer en cuenta que de algún modo Pete se había salido con la suya y eso jamás podía permitirlo, Vegas recién había pagado la mensualidad de la renta de su apartamento así que tenía hasta el próximo mes para solucionar las cosas con él o de lo contrario no tenía ni idea de qué hacer, lo que ganaba en la cafetería lo utilizaba para sus gastos universitarios y lo de su hogar corría por la cuenta de Vegas y Porsche.

Porsche.

Le llevó un minuto procesarlo y darse cuenta de lo tonto que había sido.

Él lo sabía.

Sabía que Vegas y Pete estaban juntos en París, incluso hizo un comentario sobre lo romántica que era esa ciudad. Sabía que le estaban viendo la cara de tonto y jamás se lo dijo cuando se suponía que era su mejor amigo, tenía que decírselo y por supuesto que le reclamó.

—No es mi responsabilidad vigilar a tu novio, es tuyo, no el mío —respondió el moreno en voz alta cuando Tay comenzó a reclamarle en el primer instante en que entró al apartamento y lo vió sentado en el sofá.

—¡Se supone que eres mi mejor amigo!

—Soy tu mejor amigo cuando te conviene, solo cuando pago la mitad de las cuentas en esta casa pero de lo contrario ni siquiera te tomas la molestia de preguntar cómo estoy.

—Eres un maldito traicionero.

—¿Yo? —rió —¿Por no decirte que tu novio se la pasa trabajando todo el día?

—No te hagas el gracioso, sabías perfectamente sobre el interés de Pete en Vegas y fuiste su cómplice.

—¡Dios, jamás pasó algo entre ellos! Estoy junto a Pete todo el bendito día y en ningún momento ninguno de los dos hizo o dijo algo.

—No lo defiendas —dijo al mismo tiempo que empujó a Porsche.

—No te atrevas a volver a tocarme —advirtió.

—Te quiero fuera de mi casa ¡Ahora!

Ni siquiera tuvo que repetirlo dos veces porque rápidamente Porsche corrió a su habitación para empacar de la manera más rápida que pudo sus cosas más esenciales en una maleta, mientras que Tay aún estaba parado a mitad de la sala, ni siquiera le importó y se soltó a llorar nuevamente.

Su novio lo dejó.

Su mejor amigo lo había traicionado.

Ahora estaba solo, sin nadie que lo apoyara y le dijera que todo estaría bien.

Porsche ni siquiera se sintió culpable cuando lo encontró llorando a mares, simplemente lo observó durante unos segundos y le habló.

—Vendré por lo demás otro día, ni se te ocurra tocarlas.

—¡Lárgate! —gritó Tay con rabia.

El moreno caminó hacia la puerta pero antes de salir se giró a verlo y Tay también lo miró.

—Hizo lo correcto, estará mejor con Pete —dijo con dureza.

Y Tay sabía perfectamente a quien se refería.  

















Porsche había estado disfrutando su tiempo libre esa noche y es que por primera vez en mucho tiempo se había sentado en el sofá de la sala a disfrutar de una película, y entonces a Tay se le ocurrió la maravillosa idea de llegar pegando gritos y acusarlo de haberlo traicionado cuando nada podría estar más lejos de la verdad.

Era más que obvio que había discutido con Vegas y por lo que parecía, esta vez era bastante serio pero nada de lo que Tay le reclamaba tenía sentido para él. Vegas y Pete jamás habían tenido ningún tipo de acercamiento íntimo y podía dar fe de eso porque pasaba absolutamente todo el día pegado a Pete y tampoco era estúpido como para no darse cuenta de si algo había pasado. Desde hace un tiempo había tenido que soportar escuchar a Tay quejarse de lo mucho que detestaba al pelinegro y de cómo (según él) siempre se entrometía, todas sus conversaciones giraban en torno a Pete y cada vez se volvía aún más irritante, es por eso que en el momento en que salió de ese apartamento no pudo sentir otra cosa que alivio, luego solucionaría lo de su hogar, pero en ese momento deseaba estar lo más lejos posible de su compañero de casa.

A la mañana siguiente, en cuanto abrió los ojos lo primero que vió fué la figura de Pete parado frente a él, observándolo fijamente con tanta seriedad que lo hizo sentirse intimidado. La noche anterior al no tener un lugar en donde pasar la noche optó por dirigirse a su lugar de trabajo y se quedó dormido en un largo sofá en la oficina de Pete, su plan era despertar antes de que su jefe llegara pero dado a que era demasiado tarde cuando se acostó ni siquiera escuchó la alarma.

—¿Vas a decirme qué sucede? —preguntó el pelinegro con calma.

Porsche se sentó y lo miró a los ojos.

—Bueno, me hecharon de casa —dijo riendo con ironía.

La expresión de Pete cambió rápidamente a una de preocupación.

—No tenía ninguna otra opción, así que vine aquí.

—Oh... ¿Pasó algo? —dijo con curiosidad.

—Eh... tuve una discusión con Tay —se limitó a decir —y no tengo intenciones de solucionarlo.

—¿Qué harás entonces?

—No lo sé —admitió —ya se me ocurrirá algo.

El moreno se puso de pie y comenzó a recoger sus cosas y a dejar el sofá completamente ordenado, en cuanto se dirigió a Pete para comunicarle que iría a asearse se encontró al pelinegro con el brazo extendido hacia él, con unas llaves en mano.

—Toma mi apartamento.

—¡¿Qué?!

—Volví a casa con mi padre así que mi habitación en el hotel está desocupada, planeaba venderlo pero dada las circunstancias puedes usarlo.

—¿Estás loco? No puedo aceptar algo así, me quedaré con algún otro amigo hasta que consiga algo.

—No te pregunté si estabas de acuerdo.

—¡Aún así no lo estoy!

—No veo cual es el problema, necesitas casa y yo te estoy dando una.

—Pete, no puedo aceptar algo así.

—Si puedes, y lo harás porque te lo estoy ordenando como tu jefe.

—Pero...

—No quiero escuchar una palabra más, tomalas y ve a descansar adecuadamente, sabes dónde queda, nos veremos el lunes —dijo mientras colocaba las llaves en la mano de Porsche.

El moreno no tenía otra alternativa más que terminar aceptando, estaba en aprietos y Pete le estaba ofreciendo el apoyo que tanto necesitaba en esos momentos. Caminó hacia la puerta no sin antes darle las gracias a su jefe y se dirigió al lujoso hotel que quedaba a máximo quince minutos de las oficinas.

Todo se sentía irreal para Porsche, siempre imaginó como sería disfrutar de los lujos que otras personas tenían y ahora él estaba en su lugar, quien iba a pensar que pasaría de servir café en un pequeño local a vivir en una habitación de un caro hotel en el nivel más alto del edificio en tan solo unos meses.

Él no lo imaginó.

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