Capitulo XVI

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Washington DC (Hospital general de la UEDFAM)

Atenea Petrova

La habitación se llena de murmullos y miradas acusadoras. Todos parecen verme como la causante de esta situación. Alexander, está pálido y decaído, y no puedo evitar sentir que mis palabras lo han herido más que cualquier bala.

El doctor, un hombre apuesto con ojos penetrantes, se acerca a mí. Su bata blanca ondea mientras se inclina para examinar mi herida.

—Es una bala limpia— dice con voz suave. — No debería dejar cicatriz si la cuido adecuadamente.— Sus dedos rozan mi piel, y siento un escalofrío recorrer mi columna vertebral, no me gusta que me toquen eso me molesta. Más si lo hacen sin mi consentimiento.

—No vuelva a tocarme, no necesito que nadie me cure nada. — respondo tosca, apartándome de él.

El coronel Marshall observa la escena con el ceño fruncido. ¿Celos? Tal vez. Pero no me importa. No puedo permitir que nadie interfiera en mi cuidado. Y no dejaré que nadie me cure, cuando puedo hacerlo yo sola perfectamente.

La mirada de Damián, con ojos inquisitivos, recorren todo mi rostro

—¿Qué pasó, Atenea?—, pregunta.— ¿Que fue lo que sucedió con mamá?

Antes de que pueda responder, el general Romanov interviene.

—No es el momento, Damián—dice con firmeza.— Hay asuntos más urgentes que debemos resolver— Sus ojos grises me escrutan.

—Debo curarte— insiste el hombre de ojos verdes que no ha dejado de observarme. —No podemos arriesgarnos a una infección.

—No— le digo con firmeza.—Nadie más me tocará. Consigame vendas, alcohol y un kid de sutura. Yo misma revisaré mi herida.

El hombre me guía hacia otro lugar, una habitación donde reposan los materiales médicos que necesito. Con los pasos del Coronel Dominik siguiéndonos, me adentro al lugar y tomo asiento en el escritorio que se encuentra en medio de la oficina.

Quito el chaleco antibalas de mi cuerpo junto con el suéter negro, el torniquete que hice ayudo a detener el sangrado, pero aún así perdí una buena cantidad de sangre y eso lo se cuando un pequeño mareo me nubla la vista, respiro profundo y me concentro en limpiar la zona donde entro la bala, lo bueno de todo esto es que la bala salió y no está en mi hombro, como tampoco le dió a alguna arteria o vena que comprometiera todo.

La luz tenue se filtra por las cortinas. Mi herida palpitaba, y el dolor me recuerda la intensidad de todas las  batallas que he librado. El apuesto doctor, con ojos penetrantes, se inclinaba sobre mí, sus manos hábiles intentan tocarme pero con una simple mirada de mi parte detiene cualquier movimiento. No puedo evitar notar cómo sus ojos se desviaban hacia mí una y otra vez, como si no pudiera apartar la mirada.

El coronel Marshall, en cambio, permanece de pie junto a la ventana. Su actitud es tosca, y su mirada se clavaba en el doctor con desdén. Pero no puedo evitar sentir que también me observaba, aunque lo haga en silencio. El coronel es un hombre de pocas palabras, pero su presencia imponente no pasa desapercibida.

Limpio y suturo con agilidad, hace un tiempo hice un curso de primeros auxilios, con el fin de estar preparada para este tipo de situaciones.

Justo cuando estoy por terminar de limpiar mi herida, la puerta de la habitación se abre de golpe. Entrando por ella el general Bull, seguido de varios soldados. Su mirada se posa en mí, y su voz resuena fríamente en toda la estancia.

—Atenea Petrova, debes acompañarme. Tu participación en el rescate de la capitana Hera Volkova ha terminado, ya has cumplido con tu parte del trato.

La Diosa Del Enigma ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora