Capitulo XXII

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Latinoamérica (México)

Atenea Petrova

El jet toca el suelo mexicano con un suave gruñido, las ruedas chirriando contra el pavimento caliente de la pista. A través de la ventana, el horizonte se tiñe con los colores vibrantes del amanecer, pero mi mente esta en otro lugar.

—Ares— digo, sin apartar la vista del paisaje que se despliega ante mí—necesito que vayas a Rusia. Vladimir debe estar fuera de sí, y esos papeles que te confié son de vital importancia.

Hay una pausa, un silencio que se extende como una sombra entre nosotros.

—Ate, no es el momento— replica, con un murmullo de voz tensa.

—No hay tiempo para discutir— insisto, girándome para enfrentarlo con una mirada firme. —Es esencial que los encuentres antes de que caigan en manos equivocadas.

Sostengo mi mirada en el, su expresión es un torbellino de emociones que no puedo descifrar. Finalmente, asiente con resignación.

—Está bien—concede—pero espero que sepas lo que estás haciendo.

Con la ayuda del irlandés cuya presencia siempre es tan reconfortante como enigmática, bajamos del jet. Nuestros pasos resuenan en la pista mientras nos dirigimos hacia la camioneta negra que nos espera. El vehículo parece tragarse la luz a su alrededor, un presagio oscuro que no augura nada bueno.

Nos alejamos de la pista de aterrizaje, el sonido del motor rompe el silencio que se ha instalado entre nosotros.

—¿A dónde vamos?—pregunta Jerom, su acento marcado corta el aire con curiosidad.

—Al hotel Capillion.

La camioneta se deslizaba por las calles, una sombra entre los rayos del sol. Junto al pelirrojo intercambiamos miradas, un silencio cómplice entre nosotros. No hay necesidad de palabras; ambos sabemos que el juego del gato y el ratón ha comenzado.

—El Hotel Capillion es solo el principio.—digo, rompiendo el silencio. —Hay un evento esta noche, una gala donde todos los ojos estarán puestos en la élite de México. Es la distracción perfecta.

Asiente comprendiendo todo, su perfil iluminado por la claridad de los rayos solares lo hace ver más atractivo de lo que ya es

—¿Y después de la gala?— pregunta, su voz es baja pero clara en la quietud del vehículo.

—Después… buscaremos a Juan Rondón— siento cómo la adrenalina comienza a fluir por mis venas. —Él y yo tenemos algo pendiente y los papeles que Ares debe recuperar son solo la punta del iceberg.

La camioneta se detiene frente al hotel, un edificio imponente que se alza como un monolito de lujo y poder. Bajamos del vehículo y nos adentramos en el vestíbulo, donde la opulencia es tan palpable como el aire que respiramos.

—Prepárate, Jerom,— susurro, mientras nuestras figuras se pierden entre la multitud. —La noche será larga y esto apenas comienza.

La recepción del hotel es un hervidero de gente, todos moviéndose en direcciones distintas, como si fueran partículas en un acelerador gigante. Con el pelirrojo a mi par nos separamos, cada uno tomando un rumbo diferente que nos llevara a nuestras respectivas habitaciones.

—Nos vemos más tarde—dice con una sonrisa, al mismo tiempo que se pierde de mi vista.

Una vez en mi habitación, cierro la puerta. La soledad es un alivio momentáneo que aprendí a disfrutan en mi exilio. Me desago de mi ropa manchada y entro en la ducha. El agua caliente es un bálsamo para mis heridas, y mientras el vapor llena la habitación, limpio cada marca que el día ha dejado en mi piel.

La Diosa Del Enigma ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora