Grecia (Atenas)
Atenea Petrova
Despierto con la luz del amanecer filtrándose por las rendijas de la persiana, una señal de que he dormido más de lo debido. La noche anterior había sido larga y agotadora, y mi mente aún procesa los fragmentos de los recuerdos que se aferraban a la consciencia. Al abrir la puerta de mi habitación, el silencio del pasillo se rompe con las miradas acusadoras de Ares y el irlandés. Sus rostros tensos y las cejas fruncidas no presagian nada bueno.
Sin decir una palabra, me deslizo entre ellos, dirigiéndome a la cocina como si su presencia es tan solo una brisa pasajera. La nevera me recibe con su habitual zumbido, y de su interior extraigo una jarra con jugo que dejo sobre la encimera. Ares, en un gesto que roza la normalidad, me extiende un vaso. Vierto el líquido anaranjado, observando cómo las burbujas ascienden y desaparecen en la superficie antes de llevarme el vaso a los labios.
El sabor dulce y ácido del jugo no logra disipar la tensión que Jerom rompe con su pregunta.
—¿A qué hora volviste de tu cena con ese griego de mierda?—Ares asiente, secundando el interrogatorio.
Me tomo mi tiempo, saboreando el jugo y la situación.
—¿Por qué no me cuentan mejor desde cuándo Vladimir tiene conexiones en Ucrania?—replico con calma.
Ares cierra la boca de golpe, su mirada cae sobre mi mano vendada, y su tono cambia a uno preocupado.
—¿Qué te pasó en la mano?
Jerom, que hasta el momento ha contenido su ira, se levanta de su asiento con un movimiento brusco, sus ojos centellean con furia contenida.
—¡Si ese griego te lastimó, lo voy a matar!— amenaza con voz ronca.
Pero yo ya tengo la situación bajo control, y con una sonrisa serena, los dejo con sus preguntas sin respuestas, sabiendo que he dejado a ambos en jaque.
— ¿No piensan responder?
La tensión en la cocina es palpable, pero mi pregunta ha logrado desviar la atención de mi herida a asuntos más urgentes. Mi hermanito, con la cabeza aún gacha, rompie el silencio.
—Vladimir es un tema delicado, Ate. No deberíamos involucrarnos en eso.
El pelirrojo, aún de pie, me mira con una mezcla de preocupación y furia.
—No me importa Vladimir ni sus conexiones. ¿Quién te lastimó, Atenea?— insiste, su voz tiembla ligeramente, revelando su preocupación.
Respiro hondo, dejando el vaso sobre la encimera con un suave clic.
—No fue el griego— digo finalmente, encontrando sus ojos. —Fue un accidente tonto. Nada que no pueda manejar.
Ares levanta la vista, aliviado, pero Jerom no parece convencido.
—Un accidente, ¿eh?— replica, cruzándose de brazos. —Si ese es el caso, deberías ser más cuidadosa. ¿No lo crees?.
La conversación se desvia entonces hacia temas más mundanos, y poco a poco, la atmósfera se relaja. Con mi hermanito hablando de sus planes para reforzar la seguridad, y Jerom, finalmente calmado, se unio a la charla mientras prepara el desayuno. Por un momento, la normalidad a reinar en nuestro pequeño santuario.
La conversación matutina entre nosotros se desvanece con el último sorbo de café. Ambos hombres, ahora más tranquilos, se concentran en atender sus propios asuntos. El lugar se llena con el sonido de la rutina diaria, y yo aprovechare ese momento de calma para reflexionar sobre los eventos de la noche anterior.
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La Diosa Del Enigma ©
RandomAtenea no la diosa o bueno no esta muy lejos de serlo y no lo digo por el físico o el coraje. Lo menciono por la inteligencia y astucia que posee. Todos a su alrededor le temen y eso se le debe al aura oscura que desprende con su presencia. Muchos s...