Capitulo IV

88 5 8
                                    

Base central de Washington DC (Estados Unidos de américa)

Atenea Petrova

Siento mis ojos pesados y la garganta seca, el cuerpo me duele y al moverme un poco solo causa que me duela más. Intento levantarme y no puedo, al segundo intento lo logro pero solo me mareo por el repentino movimiento, al abrir mis ojos estos se dilatan por la claridad.

Causando desorientarme un poco, ya cuando logro estabilizarme física y mentalmente, me enfoco en mi alrededor. Notando que vamos en una camioneta blindada que transita por la calles de...Washington

¿Tan rápido llegamos?

Bueno que voy a saber yo, si me drogaron.

Escaneo a los hombres que me acompañan y doy con los mismos soldados musculosos que fueron por mi a la cárcel.

- Llegaremos en 15- dice el que va de copiloto al que va a mi par en la parte trasera del auto.

A lo que esté asiente y yo solo me concentro en el paisaje que me brinda la ventanilla del coche y pensar que durante tres años me perdí de todo esto.

Perdí mi libertad y mi tiempo el cual pude aprovechar para conocer lugares o la cultura de los mismos.

Pasan unos minutos y el auto se detiene en la gran Berja de la central estadounidense, esa que conozco bien y que durante unas misiones visite. Se abren las puertas he ingresamos a las instalaciones, dónde soy sacada del auto apenas este estaciona y llevada por unos pasillos hasta llegar a una puerta negra que conozco muy bien.

El cuarto de operaciones

- Quitame las esposas- ordeno al general que está a unos pasos por delante de mi anatomía.

El niega y continúa con su camino, pero es detenido cuando hablo nuevamente, con mayor intensidad.

- Quitalas o no entraré.

No dejaré que me vean de esta manera, no lo haré. No cuando mi orgullo es más alto que todo.

Pude estar encerrada tres años, en una cárcel donde no entra la luz del sol, de ubicación desconocida. Derrotada y desorientada, pero jamás dejaría que mis enemigos o el resto de la persona que algún día considere cercanas me vean débil y vulnerable.

Eso nunca.

El general se dirige a uno de los soldados y asiente en su dirección a lo que el hombre procede a retirar las esposas de mi muñeca. Apenas lo hace me masajeo esas zonas que se encuentran rojas y que más tarde probablemente estarán adornadas por marcas.

Bull entra a la sala con dos de sus subordinados, y luego de unos minutos entro yo, dejando la sala en silencio con mi presencia. Cosa que me llena de satisfacción.

Escaneo a todos los hombres y mujeres que me ven de arriba a bajo, pero mi vista cae en una que conozco desde hace años. Una que me veía con ternura pero que ahora lo hace con rencor y odio.

El estruendo de un golpe hace jadear a más de uno por el susto, pero a mí no.

- ¡¿Que hace ella aquí?!- grita y se encamina en mi dirección, cómo cuando sueltan a un toro que anteriormente está enjaulado. Llega a mi encuentro y me sostiene con fuerza del cuello de mi camisa - ¡¿Que hacer tu aquí, maldita sea?!.

Sonrió y lo miro directo a sus iris

- También te extrañe hermanito.

Al pronuncia esas palabras la sala que antes estaba en silencio es nuevamente un escándalo, lleno de exclamaciones y murmullos. Por parte de todas las personas que se encuentran en ella, personas llenas de asombro y otras de miedo.

La Diosa Del Enigma ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora