Capitulo X

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Base central de Washington DC (Estados Unidos de américa)

Atenea Petrova

Las circunstancias y las acciones de las personas que nos rodean en ocasiones no hacen cambiar nuestra perspectiva de ver la vida. Es algo que por mucho tiempo llevamos ignorando y simplemente pensamos que las personas cambian por el simple hecho de que algo malo les ha pasado y ese es el motivo suficiente para pegarse más a ellos con el fin de que se sientan mejor.

Pero no

Si las personas cambian es porque se han dado cuenta de que no vale la pena estar rodeada de otros que ignoran sus propias acciones o solo buscan hacer daño de alguna manera, lo que es un motivo convincente para alejarse y olvidarse de lo vivido. Pero en este caso todo es diferente, las actitudes de todos aquellos que me rodeaban, me lastimaron y mucho. Es por ello que con sus actitudes me alejaron logrando incrementar mi orgullo.

Porque tanto el orgullo como la valentía es lo que nos hace personas aguerridas sin temor a nada. Simplemente es lo que nos define como seres increíbles que están dispuestos a arriesgarlo todo con tal de salirse con la suya.

Ver cómo el pasado marco de alguna manera significativa el presente, fastidia y mucho.

Saber que las personas por las que un día hice cosas se alejaron de mi lado cuando los necesitaba, me jode y no solo eso, el simple hecho de que quieran venir y acercarse a mi como si nada paso me molesta.

Tres años

Tres malditos años viviendo sus vidas, mientras a mi me tocó estar encerrada como una criminal cuando lo único que quería era ser libre y estar al lado de el.

Me arrebataron lo que quería y hicieron de mi un maldito ser sin bonda que lo único que quiere es venganza por todo el tiempo perdido.

Uno, dos y tres

Los golpes que le propino al saco de boxeo no me ayudan a drenar todo lo que siento, rabia y sed de sangre es lo que quiero.

Matar siempre fue la parte favorita de mi trabajo, acabar con aquellos que se creían dioses aumentaba mi ego a niveles inimaginables, porque mientras ellos corrían y se escondían. Yo los cazaba, les arrebataba la valentía quedando en ellos unos simples mortales llenos de terror a ser degollados por está maldita diosa.

Cuatro, cinco y seis

Los golpes se vuelven más feroces y el enojo sigue intacto, furiosa de no poder apaciguar mi jodido temperamento cierro los ojos y cuento hasta diez. Golpeo nuevamente el saco sin dar tregua, mis nudillos arden y eso solo incrementa mis movimientos.

— ¿Que te ha hecho el saco para que lo golpees de esa manera?—dice una voz logrando que frene lo que estoy asiendo.

Con mis manos hechas puños me enderezó en mi lugar y sin voltear a ver a la persona que ha interrumpido mi momento de soledad le contesto.

—Al que golpeare será a ti si no te largas.

El hombre se acerca quedando frente mi, con el mentón el alto lo observo sin ningún tipo de expresión en mi rostro.

Por las esquinas de mis ojos recorro todo el lugar en busca de los cadetes que están encargados de vigilarme pero no los encuentro, tenían órdenes precisas de no dejarme sola y mucho menos ahora que estoy enojada.

Que hayan dejado pasar a este sujeto al cuarto de entrenamiento, conmigo a solas les traerá represalias por ser tan imbéciles.

— Solo atrévete a tan siquiera tocarme y te irá peor.

Sonrío con diversion dando un paso al frente hasta quedar a un centímetro de distancia de su rostro.

No sé que tan idiota puede ser este hombre, que haya venido a molestarme me confirma que no es tan inteligente que digamos.

La Diosa Del Enigma ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora