Prólogo

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En medio de la noche en un desierto, una torre sombría se alzaba majestuosa, rodeada de restos de muros de piedra caídos y de un ambiente gélido que haría temblar a cualquiera, pero no a las dos entidades que la observaban desde las sombras. Una de ellas oculta bajo una capucha, la otra al descubierto con forma de humanoide. El propósito de estar allí estaba claro; resurgir y reclamar el poder que el encapuchado ansiaba, el control absoluto de la realidad, pero tenía que ser paciente, porque al estar debilitado, la defensa de la torre era suficiente para impedir que se acercara.

Ambos estaban en un silencio cargado de tensión, solo observando, hasta que una voz fría y desgarradora surgió del encapuchado:

—Sin duda el poder de mis hermanos es extraordinario, lo prepararon todo muy bien. Un paso más y sería nuestro final... Después de todo habrá que hacerle una visita a Estevan.

La sombra con forma de humanoide emitió un chillido, provocando un sonido espantoso.

—¿Un hijo? —inquirió el encapuchado—. Es la mejor noticia que me has traído en toda tu... existencia.

Su voz ronca y escalofriante inspiraba temor en el entorno, habían sombras acechantes observando a la distancia pero no se atrevían a acercarse. El humanoide emitió otro sonido, desatando carcajadas siniestras en su amo.

—Sí... La muerte del padre es crucial, tiene que hacerlo. Así el niño heredará mi poder y podré manipularlo.

La renovada risa del encapuchado resonó en todo el ambiente, mientras comenzaba a desprender un aura oscura, como si su propio cuerpo siniestro deseara expandirse más allá de sus límites.

»Me preguntaste por el niño —dijo cuando terminó de reír—. Bueno, cuando yo lo decida él también morirá, pero, para que pueda servirme primero tiene que crecer«

Una leve equivocacion del acompañante al hablar despertó la furia de su amo:

—¡¿Te atreves a pensar que él podría suponer una amenaza, para mí?!

Ante la cólera del encapuchado, el humanoide se contrajo hasta fundirse con el suelo.

—¡Yo soy la amenaza, para el mundo entero!

Tras su voz retumbante, todo quedó en silencio. El ente suspiró y miró la torre que tenía en frente.

—Ya es momento...

En un instante, la torre desapareció, y la entidad, liberándose de su capucha, se disipó entre las sombras, consumido por la oscuridad.

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La historia de nuestro protagonista se desencadenaría instantes después. Henry, un niño de apenas cinco años, con ojos verdes y brillantes, y cabello negro, largo y lacio, se revolvía en la cama, incapaz de conciliar el sueño. Su mente estaba siendo invadida por la imagen de una torre de reloj siendo impactada constantemente por relámpagos. Hasta que, apretujando sus ojos con fuerza, decidió despertar de golpe. Respiraba agitado, pero la presencia oportuna y reconfortante de su madre lo tranquilizó.

Annabelle, con su cabello castaño largo y sedoso, similar al de su hijo en este aspecto, se acercó para darle un beso de despedida en la frente y empezar a acariciarle el cabello.

—Al parecer tuviste un mal sueño, cariño. No te preocupes, ya ha pasado todo —lo consoló Annabelle.

—Mamá, ¿podrías quedarte a dormir conmigo esta noche? —preguntó el niño.

—Por supuesto —respondió la madre.

Ella sabía que Henry lo estaba pasando mal. No había pasado mucho tiempo desde que su padre se marchó debido al peligro que entrañaba quedarse en el hogar. Sin embargo, el niño aún no estaba al tanto de la situación, y ahora se había visto asumiendo un papel que le resultaba desconocido «ser el hombre de la casa». A sus cortos cinco años, la complejidad del mundo adulto escapaba a su comprensión.

A pesar de ello, algo más había empezado a gestarse en las sombras, esperando el momento propicio para revelarse a medida que Henry creciera. Aunque, para el chico, su primer encuentro se sintió como algo muy especial. Parecía estar viviendo en uno de sus sueños, o una de sus pesadillas, o tal vez en una mezcla de ambos...

Debía ser de madrugada y Henry nuevamente no lograba conciliar el sueño. Así que se apoyó en la cabecera de la cama y comenzó a observar la habitación, sin prestarle atención al extraño visitante.

Una luz suave y neblinosa se filtraba a través de la ventana delantera; la brisa que la acompañaba erizaba los vellos del cuello del muchacho y le entumecía las manos y pies. El ambiente parecía impregnado de una energía antinatural.

Mientras Henry empezaba a evaluar sus alrededores, sintió que esta iluminación era forzada, simplemente presente para acentuar la presencia del hombre de negro sentado al borde de la cama. Las pupilas del muchacho se fijaron en la figura, se dilataron, tratando de absorber cada indicio de luz disponible para discernir cada detalle de este ser peculiar, sin embargo, no lograba distinguir el rostro del hombre.

Un aura oscura emanaba de la entidad, extendiéndose lentamente sobre la cama, pero el muchacho aún se sentía tranquilo, simplemente observando mientras aquel visitante consumía lo que parecía ser un cigarrillo. Entonces, una idea lo golpeó: debía contarle a su mamá. Así que se volvió hacia Annabelle, quien dormía profundamente a su lado, y la tocó suavemente.

—Mamá, mamá —susurró, pero su madre no respondía, así que agregó—. Hay un hombre sentado allí, en la cama.

Annabelle murmuró palabras incomprensibles y apretó con más fuerza la almohada. Henry empezó a sentir un atisbo de enfado por la falta de atención de su madre

—¡Hay un hombre allí! —susurró más alto e instintivamente miró de nuevo a la entidad, a la que sus palabras parecían importarle poco. Sin embargo, esta vez logró su objetivo; su mamá se volteó, echó una mirada por encima del hombro pero se acomodó de nuevo contra la almohada.

—No hay nada allí —dijo Annabelle para sorpresa del niño—. Vuelve a dormir.

—Pero yo lo estoy viendo... — Inmediatamente, Annabelle lo interrumpió con voz suave y maternal:

—Henryyy.

Ante esta advertencia el niño no pudo protestar, comprendiendo la futilidad de hacerlo, y dirigió una última mirada al hombre de negro. Luego, como si fuera lo más natural del mundo, se recostó en la cama. En el fondo Henry sabía que no estaba alucinando; podía escuchar las inhalaciones y exhalaciones prolongadas y profundas del misterioso hombre. No obstante, cerró los ojos, esperando que la próxima vez que apareciera, su madre también fuera capaz de verlo.

Mundo Imperfecto: La Profecía del Último MagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora