Capítulo #20: La Torre de la Percepción

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Henry sentía el peso de la expectación en el aire. Las sombras a su alrededor lo observaban, y la anciana bruja lo instaba a enfrentar su destino, una sonrisa malévola dibujada en su rostro que lo incomodaba y desafiaba a la vez.

Tragó saliva, su corazón latía con fuerza, pero avanzó con un paso decisivo.

En ese instante, dos esferas de energía dorada se encendieron a su alrededor, deslumbrantes y vibrantes, acompañándolo en su marcha hacia la entrada de la torre. Al acercarse, la estructura reaccionó, abriendo un agujero oscuro que parecía un portal hacia lo desconocido. Henry se detuvo un momento, su mirada se volvió atrás y vio que los espectadores habían desaparecido; todo a sus espaldas estaba desierto. Lejos de tranquilizarlo, esa soledad solo incrementó el ritmo frenético de su corazón, provocándole punzadas de dolor en el pecho. Respiró hondo, tratando de controlar la tensión que se apoderaba de su cuerpo, pero aun así, se adentró en la torre del reloj.

Al cruzar el umbral, el agujero se selló detrás de él. El aire se tornó denso y enrarecido, susurrando su nombre desde rincones indistinguibles. Una oleada de frío lo envolvió, casi podía ver su propio aliento en aquella penumbra inquietante.

Por suerte, con un viento repentino, el manto de oscuridad se retiró, revelando el primer nivel: una sala de espera sombría, revestida en matices grises y oscuros, apenas más grande que la habitación donde dormía. El mobiliario, tosco y desgastado, incluía sofás de terciopelo rasgado y mesas de madera con bordes astillados. Un olor a abandono y humedad impregnaba el ambiente, llevando consigo una tristeza sofocante. Sin embargo, la luz que se filtraba por las ventanas de cristal opaco era de un violeta brillante, casi hipnótico, como si intentara absorberlo.

Habían unas escaleras que conducían hacia arriba, pero su curiosidad lo llevó a las ventanas. Cada una ofrecía un paisaje diferente, reflejos distorsionados de la realidad. A través de una, un campo de trigo dorado se extendía bajo un cielo de cobre desgarrado en manchas de azul verdoso, como si una mano invisible lo hubiera rasgado. El viento de ese lugar se coló por las rendijas, agitando su cabello.

En la siguiente ventana, un bosque corrupto se extendía bajo un cielo rojo sangre, con árboles contorsionados cuyas ramas se retorcían hacia arriba, como si suplicaran ardientemente por algo inalcanzable. El aire estaba impregnado de un olor metálico y a tierra chamuscada.

La sensación de claustrofobia comenzó a incomodarlo, aún así Henry respiró profundamente. No había otra opción que avanzar.

Las escaleras de piedra, desgastadas y cubiertas de polvo, lo llevaron al siguiente nivel. Esta habitación era aún más oscura, con cadenas ennegrecidas adheridas a la pared y ratas flotando erráticamente en la suciedad, mientras el estruendo de relámpagos retumbaba a través de la única ventana. Cuando se acercó a ella, vio una escena aterradora; parecía estar en la cima de un rascacielos, con el suelo a cientos de metros de distancia. La lluvia que caía era de sangre. Retrocedió, sintiendo un escalofrío en la nuca.

El camino siguiente era un pasillo con paredes de piedra gris que se desplegaban hacia una oscuridad impenetrable, donde la única fuente de luz provenía de su propia magia, manifestada en las dos esferas doradas.

Continuó mientras el eco de sus pasos rebotaba a lo largo de las paredes. Henry sintió que el pasillo se alargaba con cada paso, como si la torre misma estuviera intentando aplastarlo bajo su inmensidad.

La presión era abrumadora.

—«¿Qué estoy haciendo?» —se preguntó, la angustia y la impaciencia lo envolvían como una pesada capa de acero. No entendía del todo su destino, aunque su padre le había asegurado que aquí hallaría todas las respuestas.

Mundo Imperfecto: La Profecía del Último MagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora