Capítulo #1: Sombras de magia en Blackburne.

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HABÍAN TRANSCURRIDO VARIOS AÑOS desde aquella extraña aparición. De vez en cuando Henry soñaba con el hombre de negro, pero con el tiempo esos sueños se volvieron cada vez más borrosos e irreales. Eventualmente, el chico llegó a la conclusión de que la experiencia fue solo un sueño y aunque esta decisión le quitó un gran peso de encima, una duda persistía en un rincón de su mente, esperando a ser confirmada.

Además de eso, su vida continuó sin grandes sobresaltos. Poco después conoció a Jennyffer Lawson, una chica de cabello negro como el azabache, ojos azules claros, tez pálida como la de un vampiro e inocente como una muñeca. A primera vista, la gente los confundía creyendo que eran hermanos, ya que desde que se conocieron siempre anduvieron juntos. Además, compartían el mismo color de cabello, solo que Henry tenía un rasgo distintivo: sus brillantes ojos verdes y sus largas pestañas (siendo la envidia de las mujeres adultas del barrio).

A Henry y a Jenny les encantaba la ciudad en que vivían, Blackburne. A pesar de ser pequeña, tenía todo lo necesario para entretener a un par de niños de nueve años que solo querían divertirse. Siempre deambulaban por sus calles y conocían todos sus detalles. Su lugar favorito era el parque "sin nombre". No era tan grande como el parque central, pero les parecía estupendo que siempre estuviera vacío. ¡Era todo suyo! Podían hacer lo que quisieran, por lo que pronto estaba lleno de dibujos y más sucio de lo normal. Además, tenía algo que lo hacía especial, su propia fuente; decorada con esculturas de animales míticos, como gárgolas y duendecillos, que protegen al manantial. Los chicos consideraron que la fuente era un lugar mágico, para pedir deseos y buscar consuelo.

—Jenny, ¿crees que sea cierto lo que dijo Edward? —preguntó Henry, mirando empedernido el chorro de agua que salía de la boca de la gárgola superior. No parecía que existiera algún límite.

—¿Te refieres a que cumple los deseos si lanzamos monedas de oro? —inquirió Jenny, y ante el asentimiento de Henry, añadió su respuesta—. No lo sé.

—Podemos intentar... ¿Cuál es tu deseo más importante? —preguntó Henry mientras se acercaba a la chica. Ella desvió la mirada y negó saber con los hombros—. Jenny, todos tenemos algo que queremos...

—De verdad, no sé —se defendió Jenny—... ¿Por qué no empiezas tú?

—Las chicas siempre van primero —Ante la sonrisa genuina de Henry, Jenny no pudo negarse.

—Está bien, pero es privado.

—Claro, claro —Se alejó Henry, luego introdujo su mano izquierda en un bolsillo del abrigo y sacó dos monedas doradas—. Ten —le dijo lanzando una de las monedas, que Jenny pillada por sopresa casi dejaba escapar—. No me comportaría como un hombre si dejo que gastes dinero por una de mis ideas.

—Está bien...—murmuró Jenny. Henry casi podía jurar que le había pasado algo al color de su rostro. Pero olvidó esto cuando la chica cerró los ojos, sosteniendo la moneda entre ambas manos. Después de unos segundos de haber aguantado la respiración, Jenny lanzó la moneda a la fuente—. Listo, tu turno.

Henry estaba un poco nervioso, pero al caer en cuenta de que Jenny procedió sin problemas, sacó el coraje suficiente.

—En mi caso, pues está muy claro. Deseo esa libertad plena que decía Edward. Quiero vivir libre de preocupaciones —dijo decidido con sus ojos soñadores, entonces con el dedo pulgar empujó la moneda hacia el agua, escuchando el placentero “Glups” de su impacto.

—Pensé que pedirías volver a ver a tu padre...

—Creo que ya lo superé —respondió el chico. Jenny lo miró con asombro, se acercó a él y lo tomó de la mano, entregándole todo su apoyo en silencio.

Mundo Imperfecto: La Profecía del Último MagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora