Capítulo #9: Indicios de magia imperfecta.

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Los días seguían avanzando, dando fin a las vacaciones y dando la bienvenida a un nuevo curso escolar. Henry no dejaba de quejarse, sintiendo que su cabeza iba a explotar. Ya sabía de la existencia de vampiros, hombres lobo, espíritus, gigantes... ¡La magia! Y para empeorar las cosas, dos entidades peligrosas querían matarlo, una de ellas su propio ancestro. Además, echaba de menos a su madre y a Jenny, aunque comprendía que era por su propia seguridad que no podían estar cerca. Aun con la mente abrumada por estas preocupaciones, Edward lo llevó a la escuela, con una sonrisa pintada en sus labios.

—Pensé que habrían escuelas de magia en alguna parte —comentó Henry, ya frente al imponente edificio de seis pisos—. Sería mucho más interesante.

Un grupo de estudiantes vestidos de forma casual se adentraba entre las rejas que conducían a la escuela, seguidos por Henry y Edward. Su fachada de piedra grisácea imponía respeto y curiosidad por igual.

—Los magos son un completo misterio. De hecho, soy el único que conozco que sigue con vida —confirmó Edward.

Se suponía que Edward debía llevar a Henry a la plaza para escuchar las palabras de bienvenida de la directora, una tradición anual. Sin embargo, no tenía idea de dónde estaba, pues al entrar, el zumbido de conversaciones animadas y el olor a tiza y libros viejos inundaron sus sentidos, mientras que habían unos cuantos pasillos (y eso solo en el primer piso), que daban la sensación de estar en un laberinto.

—No es por quejarme, pero... ¿Tiene sentido esto? Después de todo lo que soy, ¿puedes imaginarme siendo un trabajador normal? —se lamentó Henry.

—Bueno, yo dirijo un restaurante —dijo Edward antes de tomar una desviación del pasillo central.

—Sí, pero tú tienes tu propio negocio de artefactos mágicos, y no estás constantemente amenazado de ser emboscado o asesinado. Tu magia es extraordinaria, la mía en cambio es... imperfecta.

—Oh, creo que nos hemos desviado del camino —se sorprendió Edward al encontrarse frente a los baños.

—¿Me estás escuchando? —preguntó Henry algo molesto.

—Por supuesto, Henry. Pero no me culpes —respondió Edward—. Tu madre desea que asistas y, además, hay muchas chicas. A tu edad, yo no habría podido resistirme.

Henry escudriñó el entorno detenidamente y finalmente cedió.

—Sí, tienes razón —dijo resignado.

—Bueno, creo que si le pregunto a mi reloj, tal vez pueda indicarnos dónde está la plaza —propuso Edward, dejando a Henry algo incrédulo.

—O podríamos preguntarle a alguien más... —comentó el chico—. Además, ¿cómo podría el reloj decirte eso?

—A veces actúa como una brújula —dijo Edward con una sonrisa radiante. Nunca antes había llevado a alguien a la escuela, estaba emocionado. Mientras tanto, Henry detuvo a la primera persona que pasó, una chica de cabello rizado con un tono cercano al castaño.

—¿Podrías decirme dónde está la plaza? —preguntó directamente.

La chica sonrió y lo miró a los ojos.

—Debe ser tu primer día... —Henry estrechó la mano extendida de la chica—. Soy Karen Rowena, pero puedes llamarme Karen.

De repente, Henry sintió algo extraño, en su mente resonaron palabras con la voz de Edward: «Veo que heredaste el colmillo de tu padre, aunque dudo que a tu edad él fuera virgen».

—Sí, claro. Parece que mis modales se quedaron con mi padre —dijo Henry, girando hacia Edward, que tenía una sonrisa pícara—. Soy Henry Sinclair, pero puedes llamarme Henry.

Mundo Imperfecto: La Profecía del Último MagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora