Capítulo #11: El recuerdo de la esperanza.

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PERO, ¿cómo se supone que huiría? Sin duda, no era el momento indicado para responder esa pregunta.

Henry dio un paso hacia atrás, vigilando que el cazador no hiciera ningún movimiento para atacarlo, y sin previo aviso, comenzó a correr a toda velocidad en dirección opuesta.

“El juego del cazador y su presa había dado inicio...”

La carrera más lenta de su vida, así la sentía Henry. Su boca seca se tragaba de lleno el aire que con dificultad llegaba a sus pulmones. Henry no estaba seguro de a dónde se dirigía, solo quería que fuera cualquier lugar lejos del parque. Volvió la mirada para ver a la bestia, pero esta no lo perseguía.

Henry continuó corriendo, pasando bancos y caminos mientras sus rodillas se rozaban de vez en cuando. Esto no le impidió llegar a los límites del parque, a sólo un metro de una de las farolas, que sin advertir, comenzó a alejarse, o más bien, Henry retrocedió a velocidades de vértigo. El aire que había respirado se devolvió al entorno, dejándolo falto del mismo y con una necesidad extrema por volver a inhalar. Aspiró tan rápido que comenzó a toser y tuvo que inclinarse para soportar el dolor en el pecho. En un instante, Henry volvía a estar cerca de la fuente y del cazador. Parecía que la velocidad con que lo hizo regresar al punto de inicio fue demasiada para los sentidos del joven.

Miró a la bestia que estaba enfrente. Su mente seguía en blanco, aún no interiorizaba lo que había ocurrido, hasta que su estómago se hizo de las suyas y se comprimió, otorgándole unas terribles ganas de vomitar, quizás por el viaje que no logró notar, o por la horrible sonrisa de la criatura.

De igual manera, no tuvo el tiempo necesario para comprender la situación por completo. En otro instante, la bestia se acercó a él y lo agarró por el abrigo, alzándolo en peso. Sus ojos amarillos, que ahora destellaban como el fuego, inspeccionaron el rostro de Henry, quien forcejeaba en vano para quitarse el brazo (que equivalía a una pared inamovible).

—¿Qué eres? —preguntó la bestia, claramente sin esperar respuesta del chico, más bien para fascinación propia. Las facciones de su rostro revelaban cierto éxtasis—. Veamos qué eres capaz de hacer...

Henry sintió una corriente saliendo de su estómago cuando la bestia, sin el menor esfuerzo, lo zarandeó en lo alto con la mano y luego lo lanzó contra la fuente.

El impacto fue brutal. Casi dejó el contorno de su cuerpo en el cemento de la base, pero aún así Henry se sintió como dentro de una gelatina. De la cabeza le brotaba una zanja rojiza que le goteaba en la ropa, que sin poder alzar la cabeza, el pequeño charco rojo filtrándose por la tela era lo único que podía ver. No obstante el chico sentía la presencia de la bestia acercándose, cada vez más cerca.

El dolor del golpe se había sentido amortiguado por una especie de anestesia, pero no era capaz de mover su cuerpo. La parálisis contemplaba tanto manos como pies, incluso dedos. Estaba encerrado en su propio cuerpo.

«Mierda, mierda, mierda», repetía en su mente mientras los pasos se acercaban. Aunque de un momento a otro, dejaron de escucharse. ¿Qué está pasando? ¿Decidió asesinarme de otra forma? Se preguntaba Henry cuando el sonido del desenvaine de la otra espada despertó sus sentidos.

Con esfuerzo, y casi por instinto, alzó la cabeza y pudo distinguir de qué se trataba. La bestia blandió su espada contra la chica pelirroja, que viéndola rozar su rostro, la esquivó por milímetros, y sin perder tiempo se acercó corriendo hacia Henry.

Henry quería advertirle de la velocidad del hombre bestia, pero las palabras no le salieron, así que se concentró en los ojos amarillos antes de que desaparecieran...

—Vamos —le gritó la chica en el momento en que Henry vio los ojos de la criatura reaparecer detrás de ella, dispuestos a asesinarla. En ese instante, algo reaccionó en Henry, transmitido en un agrandamiento de sus pupilas «El tiempo se detuvo»

Mundo Imperfecto: La Profecía del Último MagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora