14─Te esperé...

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Decir que Izar estaba bastante tranquila era mentira. Estuvo toda la mañana buscando ir presentable, se había puesto un pantalón acampanado que se ceñía a sus muslos, una remera de su padre que ajusto a su figura marcando su cintura, sus tan preciadas zapatillas y el cárdigan de Regulus. Había bajado a desayunar y también a almorzar, en ninguna de las dos comidas vio al azabache ni a Barty. En realidad no había casi nadie en el gran comedor ese día.

Había decidido ir a matar el tiempo que quedaba en el invernadero, la profesora de herbología había traído nuevos ejemplares con los cuales trabajar, y la verdad es que a la castaña siempre le había gustado el estar rodeada de plantas.

Se encontraba revisando cada una de las planillas de las diferentes plantas, algunas tenían un nombre complejo, otras no tanto, algunas tenían una particularidad maravillosa y otras era extremadamente mortales. Izar se había sentido fuertemente atraída hacia aquellas que se podían utilizar para armar ungüentos, o algunas pociones con extrema dificultad.

Flos futuri, capacidad de predecir el futuro cercano ─leyó mirando una flor de pétalos morados y puntas amarillentas, casi doradas─, flos anima, desentierra los deseos del alma ─siguió con curiosidad, se trataba de una flor blanca casi traslúcida, era interesante─, campanae caelorum, capacidad curativa de uso directo de los pétalos ─era una flor rosada, que producía un sonido a campanas cuando la movían─, aculeatum terrorem, paraliza al individuo mostrando su mayor miedo cada vez que cierra los ojos, sin antídoto.

Aquella última flor le había dado cierto pavor, era una flor roja escarlata, que gritaba tómame a quien la mirase. De la única flor que le interesaba obtener muestra alguna era de la Campanae Caelorum, era la única con propiedades curativas. No lo pensó dos veces antes de mirar hacia todos lados por si alguien la estaba viendo, no habían moros por ningún lado, sin previo aviso robo un gajo grande lleno de flores y lo guardo dentro de su bolso con nerviosismo.

Estaba muy mal aquello, lo sabía, más aun sabiendo que se movía y las flores dentro de su bolso producían un sonido a campanas celestiales que le estaban aturdiendo un poco. Ese era su karma por robarse aquellas flores, tenía que aguantarse ahora.

Con una sonrisa cómplice comenzó a caminar nuevamente por el camino lleno de plantas, la gran mayoría no tenía flores, solo unas pocas, y eran muchas menos las que producían sonido o hablaban. Había una que reía, una que hablaba, una que sonaba como campanas y una sola que producía notas musicales copiadas de una banda.

─Señorita Delacour, que sorpresa verla por aquí un domingo.

La voz de la profesora llamo la atención de la chica, despego su vista de las belladona que tenía a un lado. Le sonrió levemente a la mujer.

─Me disculpó por irrumpir, solo quería observar las plantas ─murmuró avergonzada.

─No hay problema, pero deberías salir ya. Voy a cerrar todo.

Izar no dijo nada y salió con una sonrisa del lugar, miró el reloj en su muñeca y se dio cuenta que eran casi doce y media. Rápidamente se dirigió hasta el lugar acordado, se había demorado un poco en llegar.

Eran las doce treinta del medio día, ella esperaba con tranquilidad en la entrada del castillo a que el chico apareciera. Tenía planeado ir a comprar dulces, tal vez podría conseguir sus tan amadas gomitas ácidas o algún chocolate que le gustase. Debía ir a comprar algo de ropa también. Para su suerte ese día no estaba tan fresco, estaba soleado y agradable, por lo que se sentó en las escaleras que habían en la entrada.

Se quedó mirando pacientemente el lago a la lejanía, el sol se reflejaba con las nubes en el agua verdosa, habían pajaritos volando, los árboles brillaban a lo lejos con la luz del día. La intranquilidad se iba haciendo presente en su cuerpo cuando el rato pasaba y no había rastros del chico. Una hora... dos... tres...

El reloj de Linjat |⋆Regulus BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora