Los chicos del coma II

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Dedico este capítulo a un chico maravilloso, que ha leído desde que esta locura arrancó

Para tí: Sergio Martínez Domínguez.

Los chicos del coma parte dos.

Jeimmy

Inicio ese relato con los hombros hundidos, rehuyendo vernos, aunque de tanto en tanto desplazaba sus ojos con fugacidad por nuestra expresión atenta.

Un frio gélido me atenazaba, al abrir los ojos me sentía distinto, aunque no era capaz de definir en qué, entonces recordé lo que había hecho

«Las pastillas y el whisky»

El temor de estar en un limbo fue desechado al sentir las tibias mantas y el edredón arropándome, estaba en mi cama, no saben la felicidad que me invadió cuando mi padre entró en mi habitación, salté de la cama y lo abracé, agradecido porque todo debía haber sido una pesadilla, no tenía idea de las sorpresas que me aguardaban, en cuanto me dispuse a ducharme, él me siguió colocando el tapón de la tina y templando el agua, creí que bromeaba

«Aunque eso en Matthew tiene la misma periodicidad que el paso de un asteroide por la tierra»

Por regla general, el comediante sarcástico era yo, sin cuestionarme el porqué de su comportamiento, me remití a intentar sacarlo a empujones del baño, pidiéndole que me diera privacidad para ducharme, "crisis del niño grande," así fue como catalogo mi actitud, mi sonrisa de diversión, porque mi padre quisiera hacerse el gracioso se transformó en una mueca de desconcierto y preocupación cuando sin esfuerzo se sentó en el borde de la tina, me tomó en brazos y me acomodo sobre sus piernas y se dispuso a desvestirme, ante mi oposición.

—¡Bueno ya! No sé, qué te pico hoy, Adán, tienes siete años y todas las mañanas y las noches, el baño te lo doy yo, porque siempre que te dejo bañarte solo, te dejas champú en la cabeza y hasta en las pompis. Te guste o no todavía eres chiquito —me soltó ese sermón que me dejo frío.

Cómo rebatirle eso, cuando me maniobraba como un padre lo haría con un niño pequeño.

Jeimmy no fue el único en creer que su progenitor había enloquecido, que todo su mundo perdió congruencia, escape del baño cuando me dejo de pie a un lado, agachándose para sacar mi toalla de debajo del mueble del lavabo, corrí descalzo, sin parar hasta el espejo tipo romano de mi habitación y allí estaba, esto sin duda debía ser el purgatorio.

El reflejo me devolvió el espejo de un niño de siete años, desnudo escurriendo en agua, con el cabello negro alborotado y esos ojos verdes de búho, era el mío, pero ocho años más joven.

—Espera ¿te viste de siete años? —le pregunté abrumado.

—Sí, era cuando mi padre estaba presente que yo me veía a mí mismo e incluso físicamente, me sentía de siete años, pero al estar a solas, y mirarme al espejo de nuevo era el Adán, de quince años ¿En tu caso era diferente Jeimmy? —me pregunto.

—Era igual, aunque, tarde mucho en entender, incluso creí que su insistencia porque, yo tenía solo dos años, me estaba haciendo ver cosas que no eran reales, confabule en mi cabeza las ideas más alocadas que se puedan imaginar.

«Que me drogaba con la leche y que por eso yo alucinaba»

Era por eso, que cuando ella estaba presente, la imagen que me devolvía mi reflejo era de cuando tenía dos años, por extraño que suene, no fue hasta que me supe en coma, que empecé a unir los puntos —admití.

—La negación, es lo primero a lo que también me aferré, para mí Matthew había perdido la cabeza, me abracé a ese razonamiento, porque de otro modo yo me encontraba en un limbo privado, supeditado a mi padre.

La Cuna el finalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora